martes, 26 de julio de 2011

♥ MADMP - Capítulo 4 ♥


Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 4
El fuego nunca murió

Cuando el helicóptero aterrizó, Bella ignoró la mano que le tendió Edward para ayudarla a bajar. Tampoco se fiaba lo suficiente de sí misma en aquellos momentos como para mirarlo. Después de las revelaciones que le había hecho, se sentía aún más conmocionada que al principio.
-¿Dónde estamos? -preguntó mientras por su cabeza pasaban otra docena de pensamientos a la vez. Que, sin ninguna justificación, Edward había de­cidido que era una cazafortunas.
Que, también sin motivo, habrá estado dispuesto a creer que ella, y probablemente toda su familia, había conspirado con James para estafarlo.
Que la había llevado deli­beradamente al lugar en el que supuestamente se habían construido los chalets para enfrentarla con las fechorías de James.
Que no había creído una sola palabra de lo que le había dicho...
Por tanto, no necesitaba preguntar nada para sa­ber que Edward Cullen no sentía la más mínima compasión por ella, ni por su hermana y sus hijos, ni por su padre.
-En Sonngul, mi casa de campo -replicó Edward- No se a ti, pero a mí me vendría bien una bebida.
Un ligero temblor recorrió el cuerpo de Bella. Le aterrorizaba romper a llorar. Sabía que aquella ha­bría sido la reacción lógica después de la impresión que se había llevado, pero no quería hacerlo delante de él. Edward parecía haberse convertido en su enemi­go, y en un enemigo implacable. Estaba dispuesto a poner a la policía tras James, y aunque a ella le ha­bría encantado ver a este entre rejas, le estremecía la perspectiva de lo que aquello pudiera significar para Alice y sus hijas.
Su familia vivía en un pueblo muy pequeño y la gente nunca era amable con los fraudes y las quiebras. Aunque Alice estuviera divorciada de James, Swan Travel seguía siendo el negocio de su padre, y aquello sería lo que la gente recordaría durante más tiempo. Tras haber sido engañada por su mari­do y haber perdido la casa familiar en el acuerdo de divorcio, Alice no solo iba a tener que enfrentarse al escándalo y la vergüenza del proceso contra James, sino que también iba a perder el único medio de sustento que tenía para su familia. Aquello tam­bién rompería el corazón de su padre, pues el único orgullo que le quedaba era su buen nombre.
-Debo llamar a Alice -dijo mientras avanzaba junto a Edward por un sendero bordeado de exuberan­te follaje-. Tiene que enterarse de lo sucedido con los chalets.
-No estoy de acuerdo en que informes a tu her­mana en este momento. De hecho, no quiero que te pongas en contacto con nadie en Forks.
Anonadada, Bella miró a Edward y vio su expresión retadora.
-Puede que tu hermana se haya divorciado de Gigandet -continuó él-, pero dudo que podamos fiarnos de que vaya a guardarse las malas noticias para sí. Lo más probable es que le exija una explicación, y no quiero que James se entere de que ha sido des­cubierto antes de que todo lo sucedido quede aclarado.
-¡Puede que lo que tú quieras no sea lo que yo considere más adecuado para mi familia!
-Si quieres que facilite las cosas a tu familia en estas circunstancias, harás lo que te he pedido. Si eliges ponerte en mi contra, recuerda que te lo he advertido.
-Me estás amenazando -murmuró Bella, que em­pezaba a sentirse enferma.
-No te estoy amenazando -replico Edward con fir­meza-. Solo te estoy exponiendo los hechos. En es­tos momentos, no tengo motivos para fiarme de tu hermana ni de tu padre, pero estoy dispuesto a no emitir ningún juicio precipitado. Sin embargo, si al­guno de vosotros le cuenta algo a James, voluntaria o accidentalmente, puede que este desaparezca, y en ese caso tendría motivos para preguntarme si él ha sido el único ladrón de tu familia.
-Muchas gracias por tu confianza -Bella se rubo­rizó mientras asimilaba las reveladoras palabras de Edward.
-Te conviene saber qué terreno pisas.
Bella ya lo sabía. Se encontraba bajo la bota de Edward y corría peligro de ser aplastada. Por supuesto que entendía el mensaje que estaba recibiendo. O dejaba en la ignorancia a su hermana o Edward sospe­charía que Alice o su padre habían tenido algo que ver con James.
-¿Soy tu rehén? -preguntó.
Edward le dedicó una mirada tan erótica como una caricia.- ¿Te gustaría serlo? -preguntó con voz ronca. Bella se sintió desconcertada y atrapada por aque­llos fascinantes ojos, y una pequeña llama de con­ciencia prendió en la parte baja de su vientre; sucedió tan rápidamente, que se quedó sin aliento. Apartó de inmediato la mirada de él y la centró en la extraordinaria casa que apareció en aquellos momentos ante su vista. Parecía una casa de cuento, rodeada de ve­nerables robles, y se limitó a mirarla, asombrada. Con un tejado en forma de cúpula y una primera planta sobresaliente, tenía todo el aspecto de una construcción medieval y parecía totalmente hecha de madera.
-Sonngul -dijo Edward con evidente orgullo,-. Es una yali, que significa casa de verano en turco. Hace dos años que hice que la restauraran para dar una sorpresa a mi bisabuela.
Una casa de verano del tamaño de una mansión. Bella respiró profundamente.
-Por supuesto, también hice construir una larga extensión en la parte trasera -continuó Edward-. En la casa original, se cocinaba y se lavaba en el patio. Tampoco había dormitorios. La familia dormía en el mismo sitio en el que vivía durante el día.
La puerta en forma de arco estaba abierta de par en par. Era una casa espaciosa y aireada, con altas ventanas con contraventanas y techos altos. Al en­trar, Edward se quitó los zapatos y Bella lo imitó. En la primera planta había una gran habitación con varias puertas y Edward le dijo que aquello se llamaba la ba­soda. Cada rincón de la habitación era una zona di­ferenciada. Edward se acercó a una de ellas y abrió un armario bar. A un lado había dos cómodos y elegan­tes sofás en ángulo desde los que se divisaba un tranquilo río tras el cual había un denso bosque. Bella se quitó el jersey y se sentó en uno de los sofás, más relajada gracias a la belleza y el silencio reinantes.
Sin preguntar nada, Edward le alcanzó una copa de coñac. Ella tomó un sorbo e hizo una mueca, pues nunca le había gustado el sabor a alcohol, pero en aquella ocasión, le sirvió para aliviar la tensión que le tenía atenazado todo el cuerpo.
Edward dejó su copa en la mesa sin probarla.
-Ayer te juzgué mal -murmuró-. También fui muy grosero. Eso no es habitual en mí, pero estaba muy enfadado y quería hacerte daño.
Sorprendida por su franqueza, Bella asintió rígi­damente y agachó la cabeza, pues las lágrimas vol­vieron a amenazar con derramarse. Finalmente, em­pezaba a tener una visión fugaz del hombre del que en otra época se enamoró tan perdidamente. Un hombre increíblemente orgulloso y testarudo, pero capaz de reconocer un error cuando lo cometía, por mucho que le costara a su ego. También era un hombre apasionado y muy masculino que podía ser arrogante y dominante, pero que también había sido capaz de hacer que su corazón se derritiera con una de sus carismáticas sonrisas. Afortunadamente, pen­só Bella mientras seguía luchando contra las lágri­mas, Edward no le había sonreído ni una vez desde su llegada a Turquía.
-¿Y por qué querías hacerme daño? -preguntó, porque no se le ocurría ningún motivo para ello. Fue él quien la dejó, y ella pasó mucho tiempo des­pués respondiendo al teléfono con la esperanza de que fuera él quien la llamaba. ¿Pero no estaba olvi­dando sus actuales sospechas sobre ella, o al menos sobre la posible implicación de su familia con las fechorías de James? Apartó aquel desagradable pensamiento de su mente, pues era consciente de que no tenía control ni influencia alguna sobre lo que iba a suceder.
Edward rió con aspereza.
-¿Cómo puedes preguntarme eso?
Bella lo miró y reconoció la tensión que había en el fuerte rostro que en otra época rondó de forma incesante sus sueños.
-Sin duda debes sentir el deseo que despiertas en mí -continuó Edward con énfasis-. Ni lo he busca­do, ni esperaba su regreso, pero el deseo que siento por ti sigue dentro de mí, como aquel verano.
A través de la ventana abierta, Bella podía escu­char el rumor del agua deslizándose sobre las rocas. En el silencio que siguió, aquel sonido pareció invadir sus oídos mientras trataba de asimilar lo que Edward acababa de admitir. ¿Estaba diciendo que que­ría volver a estar con ella? ¿Por qué si no iba a ha­ber admitido que aún la deseaba? Volvió lentamente el rostro hacia él y sus miradas se encontraron.
-¿Siempre tratas de conseguir lo que crees que no puedes tener? -susurró.
-Evet... sí -admitió Edward en turco, con un fatalista encogimiento de hombros, como si aquella fuera la norma inevitable para él.
-Así que, si digo que no, me desearás aún más... No deberías haberme dicho eso -Bella trató de bro­mear, deseando reír y llorar al mismo tiempo, y en­tonces las lágrimas empezaron a deslizarse de modo incontenible por sus mejillas.
-Bella... no... -tras un instante de duda, Edward se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos, pero se detuvo cuando la tenía a escasos centímetros.
-Lo... siento... -dijo Bella, pero la confesión de Edward había liberado sus lágrimas como nada más podría haberlo hecho.
-He sido duro contigo -concedió Edward, y ense­guida se preguntó por qué había dicho aquello, aun­que no se cuestionó por qué la estaba abrazando.
-No es culpa tuya que James haya resultado ser un canalla -Bella cedió a sus instintos y apoyó la ca­beza contra el fuerte pecho de Edward-. Pero ahora mismo no quiero pensar en él.
-Supongo que no -Edward la apartó un poco y uti­lizó una mano para hacerle alzar el rostro.
Era el momento ideal para exigir respuestas. Su otra mano se cerró en tomo al pasador que mantenía sujeta su larga melena. Sus ojos verdes se fundie­ron con los marrones de Bella durante un largo momento mientras se recordaba que ella se había acostado con el marido de su hermana, que era una mentirosa ex­perta. Pero siguió mirando sus maravillosos ojos chocolate y se dejó llevar por un sentimiento de «qué más da» totalmente atípico en él.
-¿Por qué me estás mirando así? -preguntó Bella, sin aliento.
-Te estoy apreciando -Edward la inclinó sobre uno de sus brazos a la vez que soltaba el cierre que confinaba su pelo. Hizo cada movimiento con exagera­da lentitud, esperando instintivamente sus protestas, su retirada, como había sucedido unos años atrás. Aún estaba sorprendido por cómo había reaccionado el día anterior entre sus brazos, pues no era así como la recordaba.
Bella apenas podía esperar a sentir de nuevo sus labios en los de ella.
-¿En serio?
-Mucho... -dijo Edward con voz ronca, sintiendo una especie de amarga diversión al reconocer sin ninguna duda que el rechazo con el que se topó aquel verano solo pudo ser un plan deliberado para despertar su interés-. Sobre todo porque no pareces tan nerviosa como solías.
Avergonzada, Bella bajó la mirada ante el inespe­rado recuerdo.
-Eso ya lo superé.
¿Pero cuándo lo había superado?, se preguntó Edward. ¿El día anterior, tal vez, cuando se había dado cuenta de que él tenía el futuro de Swan Travel en sus manos? Apartó aquellos oscuros y peligrosos pensamientos de su mente de inmediato y deslizó los dedos por los castaños cabellos de Bella.
-Siempre quise verlo suelto de este modo.
-Es demasiado largo... se interpone en el camino -el hipnótico brillo de los ojos de Edward tenía paralizada a Bella. Apenas podía respirar, y el corazón le latía como si acabara de correr la maratón. Notaba los pechos tensos y una líquida sensación de calor se había apoderado de sus partes más íntimas. Un repentino sentimiento de culpabilidad le hizo pre­sionar los muslos.
-Me encanta... -Edward deslizó las manos hasta sus caderas y la alzó hacia sí-. Te prometo que no se interpondrá en mi camino.
A continuación capturó los labios de Bella con una firme lentitud que hizo que todos los sentidos de esta enloquecieran. Todo pensamiento racional la abandonó al instante, dominado por el placer que le producía lo que le estaba haciendo Edward. Este ex­ploró el interior de su boca con seductora experien­cia y ella clavó los dedos en sus hombros mientras pequeños estremecimientos de placer recorrían su cuerpo.
Edward alzó su oscura cabeza.
-Es hora de moverse... -murmuró a la vez que se ponía en pie.
Antes de que Bella tuviera tiempo de reaccionar, la tomó en brazos. Ella lo miró, confundida.
-Puedo caminar...
-Me gusta llevarte en brazos -contestó Edward, y sonrió.
El corazón de Bella latió más deprisa ante el atractivo de aquella sonrisa.
-Voy a llevarte a mi cama, güzelim. Si no te gus­ta la idea, dilo ahora...
Algo parecido al pánico se apoderó inicialmente de Bella en respuesta a aquella invitación. ¿No era demasiado pronto para aquello? ¿Pero estaba dis­puesta a rechazar al único hombre que había desea­do en su vida? En aquella ocasión, Edward debía espe­rar una relación adulta con ella, y él no debía ver ningún motivo por el que no pudieran irse ya a la cama. Aferrarse a sus principios morales sería un triste consuelo si volvía a perder a Edward por ello. Y, aparte de los nervios y la timidez, si era sincera consigo misma, la mera idea de descubrir la pasión entre sus brazos la hacía sentirse débil de deseo.
-¿Bella...? -dijo Edward con gesto interrogante, te­miendo acabar de nuevo bajo una ducha de agua helada.
Ella lo miró a los ojos y sintió que un montón de mariposas se ponían a revolotear en su estómago. A modo de respuesta, se irguió y lo besó en los labios. El sucumbió con un ronco gemido de aprecio. Pasó al menos un minuto antes de que el cerebro de Bella comenzara a funcionar de nuevo, y para entonces Edward la estaba dejando sobre una enorme cama. La instantánea tensión que sintió la dejó petrificada en el sitio.
Edward se apartó para disfrutar de la magnífica vi­sión que tenía ante sí, del pelo de Bella extendido so­bre la colcha como el de una princesa de cuento. Mientras se quitaba la chaqueta sin apartar la mira­da de ella tomó una repentina decisión.
No estaba dispuesto a dejar que se marchara de nuevo. ¿Por qué iba a sentenciarlo su código moral a negarse aquello en su vida privada? La llevaría de vuelta a Estambul y la instalaría en un apartamento. Que sus parientes femeninas pensaran lo que qui­sieran. A los treinta años, tenía el derecho indiscuti­ble a vivir como le diera la gana.
-No puedo apartar los ojos de ti... -confesó.
Bella miró cómo se quitaba la corbata y su ten­sión aumentó. Ella tampoco podía apartar los ojos de él, y apenas podía creer que estuviera en su cama solo dos días después de su llegada a Turquía. Se sentía terriblemente tímida, pero le parecía total­mente natural estar con Edward. A fin de cuentas, ha­bía permanecido en su corazón todo aquel tiempo. Sorprendida por la verdad que se había negado a sí misma durante tanto tiempo, miró a Edward y com­prendió por qué no podía resistirse a él. Nunca ha­bía dejado de amarlo.
-¿Haces esto todo el tiempo? -se oyó preguntar, sin ni siquiera haber sido consciente de que iba a hacerlo.
Sorprendido, Edward dejó de desabrocharse los botones de la camisa.
-Quiero decir... -continuó Bella, que sentía que su lengua estaba reaccionando ante sus ansiosos pensamientos con más velocidad de la que habría recomendado la prudencia-. ¿Solo un beso y luego directamente a... la cama?
-No desde que era un adolescente.
Bella se ruborizó.
-Solo me lo preguntaba.
Sin vacilación alguna, Edward la tomó entre sus brazos y la besó con apasionada intensidad.
-Pero ahora somos nosotros... y eso es diferente -aclaró, y enseguida se apartó para quitarse la camisa. Bella notó cómo se le secaba la boca mientras contemplaba sus poderosos músculos y su nívea piel. Era un hombre magnífico. Cuando empezó a quitarse los pantalones, Bella temió sufrir un ataque al corazón.
Solo a base de fuerza de voluntad logró perma­necer en la cama cuando vio que sus calzoncillos caían al suelo. ¿Acaso no había superado la fase del beso con sobresaliente? ¿Por qué si no habían al­canzado la de la cama con tanta rapidez?
Un instante después, sintió que el colchón se hundía a su lado y que Edward la rodeaba con un bra­zo.
-Eres tan sexy... -murmuró él con voz ronca mientras empezaba a bajarle la cremallera del vesti­do.
-¿De verdad? -susurró ella a la vez que sentía que el fresco aire de la habitación acariciaba su es­palda.
-Por supuesto. Y tienes una piel increíblemente suave -Edward la besó en un hombro a la vez que deslizaba los dedos por su espalda.
Mientras ella temblaba de excitación, él tomó su sensual boca con hambrienta urgencia y, una vez más, todo pensamiento abandonó la mente de Bella. Su vestido y su sujetador cayeron al suelo sin que ni siquiera se diera cuenta de que se los había quita­do.
Cuando Edward le hizo entreabrir los labios e inva­dió la boca con su lengua, sintió que cada centímetro de su piel palpitaba de anticipación. Nada más exis­tía para ella en aquellos momentos, nada más importaba, y sumergió los dedos en los dorados cabellos de Edward para retenerlo contra sí.
Pero cuando él se apartó y la alzó para retirar la colcha y dejarla sobre la sábana, el mundo real reclamó a Bella de nuevo. De pronto, la visión de sus propios pechos desnudos y la conciencia de estar vestida exclusivamente con las braguitas le produ­jeron una intensa vergüenza.
Pero Edward apenas tardó un instante en volver a estar junto a ella.
-Eres preciosa -dijo con evidente convicción mientras contemplaba sus ojos chocolate, sus labios enrojecidos por los besos, su magnífica melena, que cubría a medias uno de sus pechos.
Bella sintió que el corazón iba a estallarle en el pecho cuando percibió el evidente deseo que brilla­ba en los ojos de Edward.
-Debo advertirte que... aún no he... hecho esto antes.
Sorprendido por aquella inesperada salida, Edward trató de no mostrar su desagrado. ¿Acaso seguía esperando Bella que creyera que era pura como la nie­ve? Tal vez, como no le había hecho ver que estaba al tanto de su «relación» con Gigandet, sentía que de­bía seguir simulando. Pero resultaba extraño que si­guiera insistiendo en ello después de aquellos años.
-¿Eso te quita las ganas? -preguntó Bella, preo­cupada al ver que Edward no decía nada.
-Nada podría conseguir eso -aliviado por el he­cho de que Bella hubiera dicho algo a lo que podía contestar, Edward tomó el camino más fácil. La estre­chó de nuevo entre sus brazos y la besó hasta dejar­la sin aliento.
Una sensación dulce como la miel recorrió las venas de Bella cuando él le acarició los pechos, y apenas pudo contener un gemido cuando tomó entre los labios uno de sus excitados pezones. Había em­pezado a sentir una insistente palpitación entre las piernas y, de pronto, notó que su cuerpo la controla­ba, desesperado y hambriento por seguir experi­mentando aquel torturante placer.
-Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti ahora -admitió Edward, con la respiración agitada. Había dicho la verdad, aunque era una verdad amar­ga para él.
Pero aquella confesión emocionó a Bella, que, a Partir de aquel momento, no tuvo más dudas sobre lo que estaba haciendo: dando donde en otra época tuvo miedo de hacerlo y compartiendo del mismo modo.
-Yo siento lo mismo -susurró a la vez que mira­ba a Edward con completa confianza.
Pero no siempre habían sido así las cosas, y Edward era muy consciente de ello. Una peligrosa sonrisa curvó su expresiva boca.
-¿Ahora que James se ha ido?
Bella parpadeó, desconcertada, y de pronto se preguntó, consternada, si Edward habría sospechado siempre que había algo extraño en su relación con el ex marido de Alice. Pero no le atraía la idea de hablarle sobre el despreciable comportamiento que había tenido James con ella cuando era una adolescente. Era posible que este nunca la hubiera tocado, pero le había hecho mucho daño, y estaba conven­cida de que Edward se sentiría asqueado si se enterara de lo sucedido... o, peor aún, tal vez se preguntaría si ella habría alentado de algún modo las atenciones de James.
-Lo siento... no te sigo -murmuró, incómoda. Estaba pálida y Edward interpretó la tensión de su mirada como un claro indicio de culpabilidad. Una culpabilidad que no le produjo ninguna satisfac­ción, sino una intensa rabia. Si alguna vez lograba ponerle las manos encima a Gigandet, lo destrozaría.
Reprimiendo su enfado, se irguió en la cama y alargó las manos hacia Bella para volver a tomada entre sus brazos.
-Puede que sea una cama grande -dijo-, pero eso no significa que tengas derecho a perderte en ella.
Bella se dejó envolver en su cálido abrazo. A la vez que sentía un intenso alivio por el hecho de que Edward no hubiera dicho nada más al respecto, cada célula de su cuerpo se puso en alerta roja ante la renovada fuerza del deseo que la poseyó.
Sintió que se perdía en una impotente mezcla de nervios y anticipación al notar la palpable, dura y ardiente evidencia de la excitación de Edward contra su vientre. Entonces, él empezó a acariciar con su lengua y a mordisquear sus pezones hasta que la hizo retorcerse y perderse en un mundo de maravillosas sensaciones antes de que él buscara con la mano la deslizante humedad que rezumaba entre sus muslos. Cuando sintió cómo acariciaba con un dedo la parte más sensible de su cuerpo, un prolon­gado gemido escapó de su garganta. La intensidad del placer fue creciendo hasta dejarla sin aliento.
-Edward... -jadeó, y ni siquiera sabía lo que quería decir, solo que su deseo era casi insoportable, y que el exquisito dolor que la consumía se estaba convir­tiendo en una tortura.
Los ojos de Edward parecían un incendio cuando se apartó un momento para ponerse protección. Luego hundió las manos bajo las caderas de Bella y la penetró de un suave y experto empujón. Unos pe­queños temblores de placer asaltaron a Bella ante la sensación inicial de su miembro ensanchándola.
Entonces, él dijo algo en su propia lengua y vol­vió a alzar sus caderas para penetrarla más profun­damente. Una aguda punzada de dolor sacudió a Bella y, por un instante, se puso rígida y fue incapaz de contener un sorprendido gritito de queja.
Edward sintió la resistencia demasiado tarde. Se quedó paralizado, como si de pronto hubiera empe­zado a sonar una alarma, pero el impulso de su mo­vimiento ya le había hecho penetrar la delicada ba­rrera.
-¿Bella...? -empezó, y la voz le falló por primera vez en su vida.        .
-No pasa nada -murmuró ella, aturdida, adap­tándose con admirable rapidez a una categoría de sensaciones que ni siquiera había soñado que exis­tieran-. Me estoy acostumbrando... oh... oh, sí...
Con los ojos firmemente cerrados, rodeó a Edward con los brazos, movió cuidadosamente las caderas y fue recompensada con una oleada de placer tan de­licioso que se quedó sin aliento, anhelando más.
A pesar de su deseo, Edward hizo amago de retirarse, pero ella se arqueó hacia él para que no la deja­ra, y Edward sucumbió hundiéndose de nuevo en ella con un ronco gemido. La excitación de Bella y fue creciendo en intensidad con cada fluida penetración del cuerpo de Edward en el suyo, hasta que alcanzó su gloriosa cima y pareció estallar en un millón de di­minutos fragmentos de éxtasis.
La tensión no permitió a Edward alcanzar la misma recompensa. Se retiró y miró el feliz e inocente ros­tro de Bella y fue como si le clavaran un cuchillo hasta la empuñadura. La liberó de su peso y se tum­bó a su lado. Bella se acurrucó contra él, lo besó en un hombro Y suspiró con la satisfacción de saber que por fin era una mujer de verdad. Él pasó un brazo por sus hombros Y la atrajo hacia sí.
-Me siento tan... feliz -admitió finalmente ella.
En aquellos momentos, su mundo se limitaba a Edward. Estaba entre sus brazos. Lo amaba. Finalmen­te se había acostado con él y había sido recompen­sada mucho más allá de sus más locas esperanzas.
-Necesito una ducha -murmuró Edward.
Cuando Bella abrió los ojos para mirar cómo se alejaba hacia el baño, no pudo evitar fijarse en que aún seguía... insatisfecho. Su gloriosa sensación de logro se apagó al instante. Era obvio que Edward no había disfrutado demasiado con ella en la cama por­ que, a pesar de que aún estaba excitado, no había querido continuar. Al parecer, la ducha resultaba más atractiva que ella. ¿Pero por qué? ¿Qué había hecho mal?.
- - -OoO - - - oOo - - - OoO - - - OoO - - - OoO - - -
oH OH! aquí empieza la reconciliación pero también los problemas!
creen que Edward está dispuesto a reconquistarla? 
creen que después de esto, Bella se lo permita facilmente? 
creen que James volverá?
creo que ya he dicho mucho, lamento la demora, pero aquí está mejor tarde que nunca.
Besitos!

2 comentarios:

  1. Dios... Como puede ser tan estupido como para no haberle creido?¿?¿? Ahora se debe querer matar. Pobre Edward, jeje. Espero pronto un nuevo cap...

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  2. actualiza ya me dara un ataque

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