Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 1
El reencuentro
Cuando su nuevo asesor de inversiones terminó de hablar, Edward Cullen miró con expresión seria más allá del estrecho del Bósforo, hacia la Ciudad de Estambul.
Pero en aquella ocasión se sintió inmune al mágico y relajante embrujo de su ciudad. Sus amargos recuerdos triunfaron sobre la magnífica vista, al igual que su rabia. De manera que la familia Swan se había dedicado a jugar con su dinero y Bella iba a volar a Turquía en persona para pedirle ¿qué? ¿Que tratara a su familia de un modo especial? ¿Y por qué motivo iba a hacerla?
¡Que su familia eligiera precisamente a Bella como emisaria era un insulto!
Ben Cheney miró a su jefe con expresión ansiosa. ¿Se habría excedido al tomar medidas inmediatas en aquel asunto? Era cierto que las cantidades de las que se trataba podían considerarse mera calderilla para un magnate de los medios de comunicación como Edward Cullen, pero Ben se enorgullecía de la atención que prestaba a los más mínimos detalles de su trabajo. Descubrir lo que estaba sucediendo con la pequeña inversión que su jefe había hecho en aquella agencia de viajes americana le había parecido un esfuerzo loable, y le había extrañado que su predecesor hubiera permitido aquellas irregularidades sin intervenir.
-Es escandaloso que no haya recibido beneficios en dos años -continuó con cautela-. Basándome en el acuerdo al que llegó con Charlie Swan, he exigido la devolución de la cantidad invertida inicialmente más los beneficios que debería haber obtenido durante este periodo.
-Agradezco que haya sacado a la luz este tema -dijo Edward con un frío gesto de asentimiento.
Ben se relajó al oír aquello.
-No entiendo por qué la señorita Swan se empeña en reunirse ahora con usted. Ha hecho caso omiso de la negativa que le envié por fax y ayer recibí una segunda solicitud para que le conceda una cita entre el catorce y el quince. Apenas faltan doce días.
-Los yanquis pueden ser muy testarudos -murmuró Edward.
-Pero su insistencia resulta grosera -se lamentó Ben-. ¿Qué sentido tiene que venga esa mujer aquí? Ya ha pasado el momento de las explicaciones. Además, el dueño de la agencia es su padre, no ella.
Edward decidió no aumentar la confusión de su empleado informándolo de que, cuando la había conocido, tres años atrás, Bella Swan estaba haciendo prácticas como profesora de jardín de infancia.
-Deje aquí el informe y yo me ocuparé del asunto. También me gustaría que averiguara dónde se va a alojar la señorita Swan.
-En un centro turístico del mar Egeo -dijo Ben, sin ocultar su desconcierto al saber que su jefe iba a hacerse cargo personalmente de aquel asunto insignificante-. Puede que la señorita Swan crea que Gumbet está cerca de su oficina central en Estambul.
-Es posible -Edward contempló el informe con expresión distraída-. Cuando la conocí, la geografía no era su punto fuerte.
Ben estuvo a punto de dejar escapar una exclamación de sorpresa al oír aquello, pero se contuvo y salió del despacho. Mientras lo hacía, se preguntó cómo reaccionaría su jefe cuando se enterara de que la agencia de viajes Swan había estafado a los constructores turcos que había contratado para construir unos chalets para la agencia.
Unos minutos después, Edward apartó a un lado el informe con un frío destello en la mirada. Estaba escandalizado por lo que había leído; no iba a tener piedad con Bella. Recordaba sus ojos, marrones como el dulce chocolate, diciéndole que él era el centro de su universo.
Una sonrisa cínica curvó su sensual boca al pensar que había creído en su sinceridad, en su inocencia. Como muchos hombres antes que él empeñados en poseer a una mujer en particular, había olvidado momentáneamente toda cautela. Por fortuna, su debilidad había durado muy poco y se había recuperado a tiempo.
Pero mucho antes de conocer a Bella, Edward ya había reconocido lo que en otra época había sido su principal defecto y el origen de este. Sentía gran afecto por su madre, pero esta le había llenado la cabeza desde que era pequeño con una serie de absurdas ideas sobre el romanticismo de las mujeres que después no le habían causado más que pesar.
Pero su inocente madre no estaba al tanto del nivel mucho más básico al que se relacionaban las mujeres y los hombres de la generación de Edward, y consideraba vergonzosa la fama de mujeriego de su hijo. Sin embargo, Edward se alegraba de haber comprendido finalmente cómo eran de verdad las cosas. Las mujeres pasaban por su dormitorio sin causarle remordimientos de conciencia por haberse aprovechado se su naturaleza, supuestamente más débil y confiada. Tras librarse de la absurda noción de que el mero deseo era amor, disfrutaba de su libertad todo lo que podía. Decidió que iba a disfrutar volviendo a ver a Bella. Sin duda, ella debía creer que su belleza, unida a los recuerdos de su breve relación, bastarían para ablandarle el corazón, pero iba a averiguar muy pronto lo equivocada que estaba.
…
Bella bajó las escaleras con su maleta.
Sus tres sobrinas, Angela, Irina y Kate, estaban jugando en el cuarto de estar, y el sonido de su risa hizo que su tensa boca se distendiera en una sonrisa. Hablaba muy bien de su hermana el hecho de que sus tres hijas pudieran reír de aquel modo a la vista de una serie de acontecimientos que podrían haber destruido a una familia menos unida. Hacía apenas un año que James, el marido de Alice, se había ido a vivir con la mejor amiga de esta.
En aquella época, Kate, la hija menor de James y Alice, estaba siendo sometida a la última fase de un tratamiento contra la leucemia. Por fortuna, la sobrina de cuatro años de Bella ya se había recuperado por completo, y lo cierto era que, desde el momento en que la enfermedad había sido diagnosticada, Alice se había negado a contemplar cualquier otra posibilidad. La hermana de Bella creía firmemente en el poder del pensamiento positivo y había necesitado hacer acopio de todas sus fuerzas para enfrentarse a los duros momentos que siguieron.
Su padre, Charlie Swan, había cedido su cómodo chalet a James y Alice cuando se casaron y había seguido viviendo con ellos. En el acuerdo de divorcio, James fue compensado con la mitad del valor de la casa familiar, casa en la que no había invertido ni un penique y que nunca se ocupó de mantener. Como resultado, la casa tuvo que ser vendida. Poco después surgieron los problemas en la agencia de viajes de Charlie, de la que se había hecho cargo James hasta que se había divorciado. Solo hacía un mes que Charlie, Alice y las tres niñas se habían trasladado a la pequeña casa que iba a ser su hogar en el futuro inmediato.
-¡Deberías haber dejado que te ayudara con la maleta! -dijo Alice desde la puerta de la cocina. Era un tanto baja y esbelta, con el pelo castaño y corto, con las puntas levantadas en diferentes direcciones, pero la sonrisa que dedicó a su hermana no ocultó el cansancio de su mirada-. Tenemos tiempo para tomar una taza de té antes de ir al aeropuerto. ¿ Te has despedido ya de papá?
-Sí, y en cuanto nos marchemos, va a llevar a las niñas al parque.
-Eso está muy bien. ¡Temía que fuéramos a necesitar un abrelatas para sacarlo de su habitación! -a pesar de su expresión de alivio, la voz de Alice tembló un poco-. Papá se encontrará mejor en cuanto vuelva a sentir interés por la vida. No tiene sentido pasarse la vida pensando en lo que podría haber sido, ¿no te parece?
-Desde luego -asintió Bella, y apartó la mirada de los brillantes ojos de Alice, pues era muy consciente de que su hermana mayor se consideraba responsable de que su padre hubiera tenido que abandonar la casa en la que había vivido siempre y de la depresión que estaba sufriendo como consecuencia de ello. ¿No deberíamos repasar mi agenda antes de salir para Turquía? Lo más importante es que vaya a ver a Edward para...
-¿Aún sigue preocupándote la estúpida carta que nos mandó su contable? -Alice miró a su hermana con expresión de reproche-. No es necesario. Como ya te dije, he repasado los libros de contabilidad de la agencia y todos esos pagos fueron realizados. Hemos mantenido todos los apartados del acuerdo y las cuentas están en orden. Ese asunto con Edward Cullen es una tormenta en una taza. Cuando se dé cuenta de que su nuevo contable ha cometido un error, estoy segura de que nos pedirá disculpas.
Pero Bella era menos confiada que su hermana. La carta del contable de Edward, con su pretensión de hacerles devolver de inmediato el dinero que este había invertido en la agencia, la había preocupado seriamente.
De hecho, le habría gustado que su hermana hubiera consultado con un abogado, o incluso con otro contable, pero Alice ya había escarmentado de todo el dinero que había tenido que invertir en abogados durante su divorcio, y no estaba dispuesta a pedir consejo legal a menos que fuera absolutamente necesario.
Bella se sentía personalmente implicada en el asunto. Si no hubiera llevado a Edward a casa a conocer a su padre, aquella inversión nunca habría llegado a realizarse.
-Deja de preocuparte por esa carta -insistió su hermana, que había interpretado la expresión preocupada de Bella con la facilidad de una mujer que la había criado desde su nacimiento. Mientras servía un vaso de zumo a sus hijas, añadió- Lo más importante es conseguir poner en manos de una buena inmobiliaria las dos casas que James hizo construir en Dalyan. En cuanto se vendan, los problemas que estoy teniendo con la agencia llegarán a su fin. Solo asegúrate de que salgan al mercado con un buen precio. No puedo permitirme esperar a que aparezca el mejor postor.
-Haré lo posible por conseguido -prometió Bella, y se preguntó si su hermana sería consciente de que su expresión aún se ensombrecía cada vez que mencionaba a su ex marido. Alice asintió.
-Aparte de eso, concéntrate en hacer todos los viajes turísticos que puedas por la zona. Con esa información, podría planificar unos buenos paquetes turísticos para la temporada de primavera.
Estoy decidida a que la agencia vuelva a sus buenos tiempos. No podemos competir con las grandes agencias, pero sí podemos ofrecer un servicio exclusivo y personalizado para clientes de alto poder adquisitivo.
-Me apuntaré a todos los recorridos turísticos que pueda -Bella dejó que Kate, su sobrina más joven, se sentará en sus rodillas y se abrazara a ella. Durante meses había estado débil como un gatito recién nacido, y a todos les encantaba ver cómo había recuperado la energía.
Tras dejar a las niñas al cuidado de su padre, Alice llevó a Bella al aeropuerto.
-Sé que no quieres que lo diga... pero quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por ayudarme durante estos últimos meses -dijo de pronto mientras conducía.
-¡No he hecho prácticamente nada y encima me veo recompensada con unas vacaciones gratis!-bromeó Bella.
-Irte sola de vacaciones no es precisamente divertido, y sé que podrías haber pasado todo el verano en España si no hubieras rechazado la invitación de tu amiga por nuestra causa...
-¿Cómo te has enterado de eso? -preguntó Bella, sorprendida.
-Papá te oyó hablar por teléfono con Rosalie y, además, estoy segura de que no sientes ningún deseo de volver a encontrarte con esa rata de Edward Cullen -Alice suspiró-. Pero lo cierto es que en estos momentos no puedo dejar a las niñas y a papá para ocuparme personalmente del asunto.
Bella se obligó a reír para quitar importancia a la preocupación de su hermana.
-Después de todo el tiempo que ha pasado, sería un caso sin remedio si aún me sintiera tan sensible respecto a Edward. y no lo llames «rata». A fin de cuentas, ¿qué hizo para merecer ese apelativo?
-¡Romperte el corazón! -replicó Alice con una aspereza que desconcertó a Bella-. Si aquel verano quería compañía femenina para pasar el rato, debería haber elegido a alguien mayor y con más experiencia. En lugar de ello, se aprovechó de ti y luego te dejó plantada sin una palabra de advertencia.
Bella miró el tenso perfil de su hermana, sorprendida por su enfado.
-No sabía que te sintieras así respecto a lo sucedido.
-Odio a ese tipo -dijo Alice sin dudarlo un segundo-. Y lo odio aún más desde que me di cuenta del daño que hizo a tu autoestima. No es natural que una mujer de tu edad no salga con hombres. Siempre has sido un poco tímida y reservada, pero después de lo que te hizo ese tipo te encerraste en ti misma y tiraste la llave. Lo siento... Debería ocuparme de mis propios asuntos.
-No importa -Bella tuvo que tragar saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta, conmovida por el amor y la lealtad de Alice, pero también dolida por su perspicacia.
Aunque su hermana lo ignoraba, Bella se había forzado a salir con hombres durante el año anterior con la esperanza de conocer a alguien que pudiera hacerle sentir lo mismo que Edward para poder librarse por fin de, su pasado. Solo que no había sucedido."
Pero, afortunadamente, su hermana estaba equivocada respecto a la identidad del hombre que había hecho mermar la confianza de Bella en el sexo opuesto, y nunca le diría la verdad, pues lo último que quería era causarle más dolor.
Era cierto que la repentina marcha de Edward le dolió terriblemente, pero también lo era que él nunca mencionó el amor o el futuro, aunque sí le dijo que no tenía intención de casarse nunca. Según él, lo que habían compartido había sido tan solo una pequeña aventura. Ella no sentía ninguna amargura al respecto. ¿Acaso era culpa de Edward que se hubiera convencido a sí misma de que significaba para él más de lo que en realidad significaba? No, se respondió a sí misma. Entonces, era una joven inexperta y tan enamorada que no había querido enfrentarse al hecho de que en aquellos tiempos un hombre sofisticado como él esperaba que el sexo formara parte de cualquier relación, fuera esta seria o superficial. Y, probablemente: Edward la había dejado porque había fallado en aquel terreno.
-Sí importa -murmuró Alice con tristeza-. Tienes veinticuatro años y no debería estar hablándote e interfiriendo en tu vida como si fueras una adolescente.
Bella no pudo contener una sonrisa, pues Alice era una auténtica madraza y no paraba de entrometerse.
-No te preocupes por eso.
Casi catorce años mayor que Bella, Alice la trataba a menudo más como a una hija que como a una hermana. Su madre murió a causa de una serie de complicaciones posparto poco después de dar a luz a Bella. Desde entonces, Alice asumió prácticamente toda la responsabilidad de criarla. Cuando tuvo edad de ir a la universidad, renunció a ello para seguir ocupándose de su hermana pequeña, pues no quería dejarla constantemente en manos de diversas cuidadoras ni de un padre que tenía que trabajar a menudo como guía para los recorridos turísticos que organizaba su agencia de viajes.
Bella era muy consciente de cuánto debía a Alice, y habría sido capaz de hacer casi cualquier cosa por aliviar su situación. Entre los compromisos familiares y la lucha por mantener a flote un negocio que parecía irse a pique, su hermana ya tenía bastantes problemas a los que enfrentarse, y Bella lamentaba no estar en una posición en que pudiera resultarle más útil. Desafortunadamente, durante el curso trabajaba en una escuela infantil que se hallaba a más de trescientos kilómetros de distancia de ella.
En pocas semanas, cuando empezara el curso, volvería a su trabajo y Alice no podría contar con ella para que le echara una mano. Desafortunadamente, volar a Turquía en su nombre era lo único que podía hacer en aquellos momentos por ella y, aunque temía volver a ver a Edward, aceptar aquella responsabilidad era lo menos que podía hacer por su hermana.
Cuando, a las dos de la madrugada del día siguiente, Bella llegó al hotel en que iba alojarse, fue inmediatamente informada de que tenía un mensaje. Abrió el sobre mientras seguía al botones.
El señor Cullen se encontrará con usted a las once de la mañana en el hotel Aegean Court.
Durante el resto de la noche durmió intermitentemente, despertando en varias ocasiones sobresaltada por el vago recuerdo de unos intensos sueños que la inquietaron y avergonzaron. Sueños sobre Edward y el verano en que ella cumplió los veintiún años. Edward Cullen, el hombre que la había convencido de que una mujer podía llegar a morir a causa de un amor no correspondido. ¿Cómo le había hecho aquello? ¿Cómo había logrado derribar sus defensas? Aún la desconcertaba el hecho de que ella, que hasta entonces había rechazado cualquier intento masculino de abordarla, hubiera sentido tal felicidad y satisfacción cuando el que lo intentó fue Edward.
Cuando salió del hotel para tomar un taxi, se sentía tan nerviosa, que temió enfermar. La cartera que llevaba consigo contenía copias de la contabilidad de la agencia que Alice le había dado como prueba de que en su momento se habían hecho todos los pagos debidos a MMI, la empresa de Edward. El taxista la dejó frente a un enorme y opulento hotel cuya entrada estaba adornada con una larga hilera de banderas internacionales.
Edward no había hecho alarde de su fortuna cuando estuvo en Londres. Ella no había tenido ni idea de su verdadera posición en el mundo de los negocios hasta que su padre hizo unas discretas averiguaciones a través de su banco para averiguar algo sobre el hombre que le estaba ofreciendo apoyo económico. El director del banco le sugirió que abriera una botella de champán para celebrar una oferta tan generosa de uno de los magnates más ricos y poderosos de 108 medios de comunicación en Europa.
En la gran sala de recepción del Aegean Court, Edward se arrellanó en su cómodo sillón y dio un sorbo a su vaso de agua. Nunca bebía alcohol durante las horas de trabajo. Sabía que la plantilla del hotel iba a asegurarse discretamente de que nadie se sentara demasiado cerca de él; a fin de cuentas, aquel era su hotel. Mantener su reunión con Bella en un lugar público haría que esta fuera breve y formalmente distante.
También podría haberla llevado a cabo en su ático de lujo, pero este ya estaba ocupado por miembros de su familia que esperaban que se reuniera con ellos para comer. El trío de encantadoras matriarcas de la familia Cullen había elegido presentarse sin invitación precisamente aquella mañana. Edward reprimió un gemido, pues su bisabuela de noventa y dos años, su abuela de setenta y cuatro, y su madre juntas podían formar un grupo desquiciante. ¿Acaso era culpa suya ser hijo único? ¿Por qué tenía que convertirse en el depositario de las esperanzas de las tres mujeres para la siguiente generación?.
Apartó aquellos pensamientos de su mente con un gesto irónico y volvió a concentrarse en Bella.
Esperaba sentirse decepcionado cuando volviera a veda. Ninguna mujer podía ser tan bella como en otra época creyó que lo era ella.
De manera que resultó especialmente irónico que cuando Edward vio a los dos porteros del hotel corriendo sin ninguna dignidad para abrir la puerta a una mujer que entraba en el hotel, esta fuera precisamente Bella, objeto de aquel exagerado nivel., de atención masculina que solo un grado muy elevado de belleza podía evocar.
Bella, que parecía deslizarse más que caminar, con su vestido largo flotando a su alrededor al ritmo de sus fluidos movimientos. Su pelo, de un hermoso y encantador color castaño, caía hasta su cintura, aún más largo que aquel verano. Sin embargo, su discreta apariencia era pura y calculada provocación, pensó Edward despectivamente.
De hecho, fue muy revelador ver cómo todos los hombres junto a los que pasaba volvían la cabeza para mirada, aunque ella simulaba no fijarse en el revuelo que causaba. Pero ninguna mujer tan bella podía desconocer el don con el que había nacido. Si él no se hubiera dejado engañar por aquel aire de inocencia, si se hubiera limitado a llevarla a la cama para disfrutar de su cuerpo, sin duda se habría dado cuenta entonces de que no solo no era nada especial, sino que era una experta fulana.
Mientras Bella avanzaba en la dirección que le había indicado el recepcionista, su corazón empezó a latir más y más deprisa. Aún no podía creer que estuviera a punto de ver a Edward Cullen de nuevo.
Cuando este se levantó del asiento que ocupaba, la tensión que se apoderó de su cuerpo fue casi dolorosa y se quedó paralizada en el sitio.
Edward era tan alto... Medía casi un metro noventa y sus anchos hombros, estrechas caderas y musculosa constitución eran los de un hombre en la cima de su plenitud física. y la palabra «guapo» no bastaba para describir su cuadrado y pálido rostro.
Edward era tan atractivo que incluso en las abarrotadas calles de Londres las mujeres habían vuelto la cabeza para mirarlo. Sus ojos podían ser oscuros como las hojas verdes en verano, o cristalinos como las esmeraldas.
Las piernas de Bella se negaron a sostenerla. Se había ruborizado al darse cuenta de que se había detenido en seco para mirarlo como una impresionable colegiala. Edward no le facilitó las cosas avanzando hacia ella para recibida a medio camino. En lugar de ello, permaneció donde estaba, esperándola. ¿Cómo era posible que hubiera olvidado hasta qué punto dominaba todo lo que lo rodeaba? ¿ Cómo podía atraparla con una simple mirada de sus hipnóticos ojos?
Edward observó cómo se acercaba. Era una muñeca perfecta y exquisita. Sus recuerdos no habían mentido. Cuando el deseo triunfó mientras la observaba, se enfureció consigo mismo por ser tan débil.
Bella se detuvo a bastante distancia de él, alarmada por su estado de nervios y el repentino vacío mental que se había apoderado de ella.
-Ha pasado mucho tiempo -dijo sin aliento. -Sí. ¿Te apetece beber algo?
-Er... un zumo de naranja, por favor.
Edward encargó la bebida a un camarero que esperaba cerca de la mesa y luego volvió a prestar atención a Bella.
-Centrémonos cuanto antes en los negocios -dijo con frialdad-. No tengo tiempo que perder.
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Uff!! es re largo el primer capítulo, esperen a los siguientes! Pero, espero que no les moleste que alla hecho a Edward turco, pues Turquía es un hermoso lugar y me dio pena cambiarlo. Como habrán visto, ese lugar se nombra bastante así q no tenía sentido cambiarlo. Dejenme sus hermosos comentarios porfaa!!!
Espero volver y encontrarme con sus huellitas!!! Acuerdense del concursooo!!!
Hay dios que historia tan linda...
ResponderEliminarEspero prontito el siguiente cap...