domingo, 11 de marzo de 2012

CAP 21 - La casa del árbol


CAP 21 —La casa del árbol
Dos semanas habían pasado volando, el tiempo no alcanzaba ni para respirar aún cuando sabía que me esperaba la eternidad.
Lo único que habíamos estado haciendo era entretener a nuestra hija con su sinfín de juguetes y sus regalos nuevos. Rosalie jugaba todos los días —y a cualquier hora —a las muñecas con Nessie, mientras se turnaban con Alice para hacer de modelos. Cada mañana, la sala se convertía en una pasarela, ya que Renesmee se había empeñado en estrenar cada vestido nuevo. Claro que con la única condición de que fuera uno por día y no cada hora, como su tía había querido.
Y como era de esperar, cada uno tuvo su momento épico. Nunca olvidaré la tarde en que Quil Ateara cruzó la puerta con Claire de la mano.

—Bienvenidos sean los licántropos a esta casa por el resto de sus vidas. —suspiraba Edward con una sonrisa que me hizo estremecer, y no del buen sentido.
Estaba a punto de preguntarle que le sucedía cuando capté un singular… aroma. Licántropo. Mi delicado sentido del olfato me indicó que era Quil junto a alguien más, cuyo suave y floral efluvio provocó una sonrisa en mi rostro. Renesmee se pondría contenta cuando viera a su mejor amiga Claire que, aunque a simple vista parecía dos años menor que mi hija, compartían un lazo lo suficientemente fuerte como para romper la barrera de la relación vampiro—licántropo.
—Dios, este será un día estupendo. Estupendo… —dijo un muy alegre Edward, mientras se dirigía a la puerta de entrada.
Quil tenía una sonrisa similar a la de mi esposo, escondiendo algo. La niña contrastaba con él de la manera más obvia, pues en sus ojos y en su sonrisa no había más que inocencia pura.
—Hola, Bella —me saludó sacudiendo su manita —vine a jugá con Nessie.
A sus escasos cuatro años, aún no lograba pronunciar con claridad las R lo que preocupaba seriamente a su madre y tía. Según Carlisle, algunos niños tardaban más que otros en perfeccionar su pronunciación pero para la mamá de Claire no era nada normal y se cansaba de corregirle. Incluso hubo una época en la que la niña estaba tan cansada de que la corrigieran que dejó de hablar.
—Bajará de su habitación enseguida, cariño —le contesté a la vez que ponía un mechón rebelde de cabello detrás de su oreja.
Renesmee apareció en la sala al cabo de unos minutos, seguida de su tía Alice que cargaba su set de maquillaje aún sin estrenar. Probablemente terminarían con la cara pintarrajeada desprolijamente como yo a su edad, a menos que mi cuñada decidiera unirse al juego.
Sin embargo ese no era el plan y lo comprendí al segundo en que Jacob entró a la casa y todos se giraron a verlo con una sonrisa burlona.
—Quil, me lo cobraré con creces —le advirtió entre dientes al moreno.
Pero él no se sintió intimidado, al contrario, tomó prestada una silla para sentar a Jake y otras dos más pequeñas para las dos niñas.
—¿Quién quiere embellecer al tío Jake? —inquirió con demasiada efusividad.
Casi me caigo de espaldas de la impresión y no pude contener mi risa. Mi amigo me dedicó una mirada envenenada antes de rendirse al juego.
Minutos después, sus labios ahora de color carmín parecían doblemente grandes de tantas veces que intentaban emparejar el labial, sus ojos resaltaban por la sombra multicolor que aplicaron a su alrededor, sin mencionar los extraños círculos rosa oscuro en cada mejilla.
Edward parecía que en cualquier momento explotaría de tanto contener su diversión y Emmett… Oh Dios, Emmett estaba celoso de la atención que Jacob estaba recibiendo de Nessie. Sus celos llegaban a tal punto, que se ofreció a ser el nuevo modelo.
Él fue la mejor parte del día. Todos habíamos participado en su producción, a excepción de Carlisle y Esme que se limitaron a observar y tomar fotografías.
Al final del día parecía un… travesti. Le pusieron collares, aros a presión, pulseras e incluso un vestido que Alice improvisó usando un par de sábanas de seda. Emmett realmente se estaba divirtiendo al posar para las fotos. Él disfrutaba ver a su sobrina sonreír.
El amor nunca faltaba en la casa Cullen, era algo de lo que nunca me quejaría. La unidad de la familia era cada vez más estrecha, con la incorporación de Matt y Chris, los lazos entre parejas se habían afianzado aún más. Me pregunté si era un asunto de celos o de verdadera confianza.
Christopher continuaba consintiendo a mi hija, pasaban mucho tiempo juntos y yo comenzaba a acostumbrarme a aquello por lo que dejé de espiarlos. Lo más extraño es que de vez en cuando encontraba a Matthew mirándola con ternura. Sus ojos brillaban casi como los de Edward y me extrañó que su actitud huraña para con ella no era tan frecuente. Incluso se unía a sus juegos bajo la tensa mirada de su hermano.
Los ojos de Chris se opacaban cuando lo encontraba sonriendo, su ceño se fruncía y parecía apenado. Él tenía un secreto, uno que le causaba tanta vergüenza que no podía mirar a los ojos a Matt, y aunque me moría por saber de qué se trataba, prefería alejarme. Después de todo, sería demasiado descortés entrometerme en asuntos privados, si llegaba a averiguarlo sería por sus propios labios.
Edward también había notado aquellas miradas y raros comportamientos, pero ante la incapacidad de leer sus mentes, dejó de intentar averiguarlo aunque yo podía ver su preocupación.
—Amor, ¿Quieres ayudarme? —me preguntó él. Noté que llevaba unas enormes cajas apiladas en sus manos.
—¿Qué es todo eso, Edward? —Pero no respondió —¡Edward! —insistí mientras le seguía hacia el jardín trasero de la casa.
Pronto noté la gravedad de la situación y el porqué de su silencio.  En el sector junto al árbol del columpio, habían varias tablas de madera atadas junto a barandales de hierro y algunos accesorios.
—Oh, no. Edward Anthony Masen Cullen, pensé que habíamos quedado en que no guardarías más secretos. —le reproché. El cerró los ojos y tiró su cabeza hacia atrás conteniendo una sonrisa. —Se supone que deberías contarme todo y que las decisiones las tomaríamos juntos. ¿En que estabas pensando? —Esperé que respondiera, pero se quedó en silencio y no se atrevió a mirarme a los ojos —Sabes perfectamente que no me gustan los regalos lujosos ni que consientas demasiado a nuestra hija. Pues no se que sea eso pero no deberías haberlo comprado sin preguntarme primero.
Cuando se dignó a hacer contacto visual conmigo, su sonrisa se borró al notar lo realmente enfadada que estaba. Sus ojos suplicantes me confundieron por unos segundos, pero al estar tan acostumbrada a ellos logré apartar la mirada para que no me deslumbraran.
—Vamos, cariño. No es tan malo —susurró en mi oído luego de dejar a un lado las cajas en velocidad vampírica. Sentí sus brazos en mi cintura, aunque uno se desvió hacia mi espalda para trazar círculos. Suspiré.
—Edward… —le advertí, no por su bien sino por el mío ya que no me quedaba mucho autocontrol.
Me ignoró y continuó con su propósito.
—Es solo una simple casa del árbol —se excusó, como si eso fuera suficiente —. Todo niño debe tener una. ¿No te gustaría ver a Nessie jugar con Claire desde la ventana? Así tendría un poco más de privacidad, sabes que le incomoda estar rodeada de nosotros cundo está con su amiguita.
Era verdad, aunque me costaba admitirlo había veces en que Renesmee nos prefería lejos de ella. Esos momentos se hacían cada vez más frecuentes y no me gustaba para nada. Sabía que en algún momento tendríamos que lidiar con esto pero no pensé que faltaban unos años más y que esta etapa vendría con la adolescencia, no en su niñez.
No debería quejarme, ya que compartimos mucho tiempo juntos en familia en especial ahora que descubrimos que Nessie no necesita dormir tanto como los humanos. Pero era muy difícil ver que a tu hija de apenas un año de edad le incomodaba nuestra presencia cada vez que Claire venía a jugar, aunque a la niña no le importara en absoluto.
—Me preocupa, Edward. A ella no debería importarle —admití, aunque él ya sabía cómo me sentía respecto a eso.
—Lo sé. Yo también tengo miedo de perderla demasiado pronto.
Nos reconfortamos el uno al otro, aunque de poco servía pues seguiríamos angustiados por el rápido crecimiento de nuestra hija. El dolor en los ojos de mi esposo era evidente y habría hecho cualquier cosa para evitar verlos de nuevo.
Dicen que la infancia atesora los mejores momentos de la relación hijos—padres, yo lo había comprobado.
Cada día la miraba crecer, literalmente ya que de verdad cambiaba a diario aunque solo fuera evidente para nuestros sentidos vampíricos.
Cada vez que cepillaba su largo cabello, inspiraba su dulce aroma y temía que se desvaneciera.
Cada vez que sonreía, grababa su rostro en mi memoria o tomaba una fotografía para recordar lo hermosa que era toda la eternidad.
Cada vez que Jacob la visitaba, agradecía a Dios por destinarle a una persona tan buena, aunque me costara admitirlo.
Cada vez que me abrazaba y me decía cuanto me quería, deseaba congelarla y mantenerla para siempre como nuestra pequeña princesa.
Cada vez que los ojos de Edward brillaban al admirarla, rogaba a todos los cielos para que ese brillo nunca desapareciera.
Cada momento especial que teníamos los tres, lo escribía en el diario que él me había regalado, para asegurarme que nunca lo olvidaría.
Eran pequeños detalles que me hacían inmensamente feliz y desdichada al mismo tiempo. Yo no quería que nada cambiara, pero debía asimilar el hecho que ella no sería mi bebé para siempre. Algún día sería una bella mujer y no me necesitaría. Sé que es muy pronto para pensar en eso, pero no puedo evitarlo.
—Se lo que estás pensando —murmuró Edward, su voz me indicaba que él compartía mis pesares. —Pero no te preocupes. Ella va a amarnos siempre, no es como si fuera a abandonarnos por su independencia.
Tenía razón, ella siempre nos tendría en cuenta sin importar las circunstancias.
—Aún es pequeña —me limité a comentar.
Edward sonrió y me tomó de la mano para que le ayudara con la casa del árbol. Tomamos un ritmo lento, consumidos por nuestros pensamientos y al cabo de unas horas, nuestro trabajo estaba hecho. Ahora solo faltaba colocar algunos juguetes de Nessie dentro para que se entretuviera.
—Quedó bien —concluí. Admiré nuestro trabajo por unos segundos, hasta que me di cuenta de algo obvio, muy obvio. ¿Cómo se suponía que iban a subir? No habíamos añadido ninguna escalera. —Ehm… ¿Edward?
—Si, cariño. —contestó con su mirada fija en la casa del árbol.
—Creo que nos olvidamos de algo esencial.
Frunció el ceño y me miro confundido, pero solo unos segundos bastaron para que se diera cuenta.
—La escalera —bufó mientras rodeaba los ojos. —. Es una lástima, tenía la esperanza de que la estrenáramos hoy —Concordé con él y continuamos admirando la obra para buscar algún otro desliz. Se tensó y achicó los ojos, eso solo podía significar una cosa: tenía una idea. —Puedo conducir hacia Port Ángeles y estar de vuelta en unas horas. No creo que me tome mucho, si tengo suerte estaré de regreso luego que despierte de su siesta. —paró de repente y desvió su mirada. Abría y cerraba la boca pero sin pronunciar ni una palabra.
—Quieres que me quede ¿Verdad? —le sonreí.
—No me malinterpretes, pero necesito que mantengas a Nessie lejos de aquí. No debe ver la casita hasta que esté terminada. ¿Lo harías por mí, amor?
—Por ti, haría lo que sea.
Le vi sonreír y dedicarme una de esas sonrisas que desbordaban amor. Luego de besarme y prometer que no tardaría demasiado, abandonó la casa en el Volvo.
Me senté en el pasto, escuchando la respiración acompasada de Renesmee en el primer piso. Continuaba durmiendo y a juzgar por los latidos de su corazón, no se despertaría en un buen rato. El viento soplaba en mi rostro y supe que el invierno llegaría pronto por la temperatura del ambiente. Estaríamos a mediados de noviembre o tal vez a fines de octubre, no lo sé con exactitud ya que desde el comienzo de mi inmortalidad dejé de estar al pendiente del calendario. No dormimos nunca y no tenemos esa noción del fin y comienzo de un día, es simplemente la eternidad.
Mientras Esme arropaba a Nessie, escuché los típicos pasos de Matthew. Contuve un suspiro, no de frustración sino de nerviosismo. Edward aún no superaba su aversión contra él, por lo que me ponía nerviosa cuando la acortaba la cercanía.
—Es el sueño de todo niño —comentó, admirando la casa del árbol antes de sentarse a mi lado. —Buen trabajo.
Le sonreí en agradecimiento por el cumplido y rogué a los cielos que esta conversación se mantuviera en ese ámbito puramente amistoso.
—Tuve un refugio cuando era niño. No en un árbol sino en una zona alejada a la casa de mis padres. —Comenzaba a agradarme su charla, sin embargo no sabía que contestarle ya que nunca tuve un refugio. Mi nerviosismo no ayudaba en nada y me quedé en silencio. —Cuando algún problema me sobrepasaba, huía hacia el bosque y me encerraba en él. No salía hasta que me encontraba totalmente bien.
—No querías que los demás te vieran vulnerable ¿Verdad? —Levantó su mirada hacia mí, sorprendido porque le respondiera. Asintió.
No lograba imaginarme a un Matthew débil y quebrado. A simple vista parecía un hombre duro y seguro de sí mismo, era prácticamente imposible visualizarlo en una situación de desolación.
—Tal vez es una cuestión de orgullo. Pero mírame, soy la vanidad en persona —admitió con una sonrisa arrogante —En esos tiempos mi mentalidad era otra, mi padre nunca estaba y yo sentía que debía ser el hombre de la casa. Cuándo él nos abandonó le prometí a mi madre que sería fuerte para ella, y mostrar debilidad no era precisamente ser fuerte.
Se quedó en silencio por unos minutos, no podía ver sus ojos porque bajó la cabeza y miró al suelo sin ninguna expresión. No podía ver con claridad que era lo que sentía en ese mismo instante, pero pude notar que no la estaba pasando bien. Su espalda estaba encorvada y sus hombros caídos mostrando por unos segundos su tristeza, hasta que volvió a erguirse.
Me dio pena.
—Puedes contarme. Haré lo posible por entenderte —le prometí, con la esperanza de que me diera esa oportunidad.
—Mi madre se hundía en su propia miseria. Estaba muriéndose de depresión y yo no podía hacer nada al respecto. Chris tenía apenas ocho años y le afectó mucho ver como nuestra madre moría ante nuestros ojos. Era solo un niño. Juré que nunca lo dejaría solo, lo protegí de todo lo que pudiera hacerle daño pero no me di cuenta que me estaba destruyendo a mí mismo.
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Perdón. No tengo mucho que decir porque estoy muy avergonada.
Ha pasado mucho tiempo desde que publiqué. No los merezco pero espero que no me odien.
Me gustaría leer sus comentarios.
Nada más. Nos vemos en el próximo capítulo. Los quiero mucho.

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