viernes, 28 de octubre de 2011

♥ MADMP - Capítulo 7 ♥


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Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 7
Media boda

A pesar de que no lo esperaba, Bella se que­dó profundamente dormida en cuanto su ca­beza tocó la almohada. Despertó cuando una empleada doméstica entró en el dormitorio can una bandeja con comida, y se sorprendió al comprobar que ya eran las dos de la tarde; la intensidad de todo lo vivido durante los últimos días le había pasado factura.
Mientras comía sola podía pensar en Edward. Todo había sucedido tan rápidamente, y ella había estado tan dispuesta a hacer la que fuera para tener una se­gunda oportunidad con él... Se ruborizó al recordar la vergonzosa prontitud con que había sucumbido a sus caricias y, por un deprimente instante; se preguntó coma había logrado transformarla tan rápida­mente en una descocada sin aparente voluntad pro­pia.
¿Pero no sería que su antigua falta de seguridad y autoestima estaba volviendo a aflorar a su subconsciente? Por primera vez en su vida, se dijo, había alargado la mano para tomar lo que le apetecía, y le había apetecido Edward. Siempre había deseado a Edward. Al reconocer aquello, se enorgulleció de haber encontrado el coraje que hasta entonces le había faltado. Se sentía viva de nuevo, y hacía mucha que no era así. ¿Cuándo había sido feliz par última vez? Aquel verano con Edward, tres años atrás.
Se estaba poniendo un vestido gris de manga corta que le había prestado Alice cuando oyó el sonido de un helicóptero aterrizando. Se acercó a la ventana y vio que Edward bajaba del aparato y se encaminaba hacia la casa. El simple hecho de verlo hizo que su corazón latiera más deprisa.
Edward había tenido una mañana excepcionalmente ajetreada. Se había ocupado de los arreglos para la boda en un remoto pueblo montañés en el que apenas había probabilidades de que alguien conociera su apellido. Luego voló al pueblo en el que vivían los constructores estafados por James Gigandet. No le costó convencerlos para que mantuvieran en pie su denuncia tras hacerles comprender que no se sentiría ofendido si lo hacían.
Antes de entrar en la casa se detuvo a charlar con su devota ama de llaves, Kaure, que apenas había aparecido desde la llegada de Bella a Sonngul. Le preguntó dónde estaba esta refiriéndose a ella como a su esposa y simuló no fijarse en la expresión de sorpresa, excitación e intensa alivio que Kaure fue incapaz de ocultar al oírlo. Aunque adiaba mentir, ya pensaba en Bella como en su esposa, y si era para reparar el daño que había hecho, no lo lamentaba.
Luego entró en la habitación, donde ella lo aguardaba.
—He dormido mucho —dijo precipitadamente al verlo, y no pudo evitar ruborizarse al recordar el abandono con que se había entregado a sus expertas manos en el hamam.
—Yo tenía varios asuntos de los que ocuparme —dijo él a la vez que apoyaba ambas manos en su cintura y la atraía hacia sí.
Cuando Bella echó atrás la cabeza para mirarlo a los ojos, sintió un revuelo de mariposas en el estómago seguido de un revelador efluvio de calor. De­seaba tanto sentir aquella dura y sensual boca sobre la suya que casi podía saborearla.
—No, no vamos a ir directamente a la cama, güzelim,—murmuró Edward, como si Bella hubiera proferido aquella invitación en alto. Hizo que se sentara en el diván que había tras ella y dio un paso atrás—. Ayer me preguntaste si tenía la costumbre de mantener re­pentinos y apasionados encuentros con mujeres y yo dije «no desde que era una adolescente»... una res­puesta que debería haberme dado motivos para dete­nerme a pensar seriamente.
—No comprendo... —dijo Bella, repentinamente tensa. ¿Le estaba diciendo Edward que hacerle el amor había sido un error? ¿Un error que lamentaba y que no tenía intención de repetir?
—Es posible que en mi país las mujeres y los hombres sean iguales ante la ley, pero si una mujer opta por la libertad sexual perderá su buen nombre —admitió Edward—. Si sigues aquí en Sonngul y continuamos como hasta ahora, serás vista como mi que­rida y, pase lo que pase en el futuro, tu reputación quedara irreparablemente dañada.
«Su querida». Aquello sonaba sexy, audaz, pen­só Bella con cierto orgullo. Amaba a Edward. Su mun­do gris se había visto transformado en otro de color, pasión, sol y emociones. No lamentaba compartir su cama. Si podía estar con él, le daba lo mismo lo que pudiera pensar la gente.
—Comprendo... —dijo, y bajó la mirada—. Eso no supone un problema.
Edward la miró con expresión incrédula.
—¿No?
Bella salió de su ensueño en cuanto pensó en cómo reaccionaría su hermana a aquella idea. Alice se sentiría totalmente escandalizada si ella aceptara jugar aquel papel en la vida de Edward. Pero si aquello era todo lo que había en oferta, ¿en que le beneficia­ría a ella dejar al hombre al que amaba? ¿Le consolaría la mera idea de haber hecho «lo correcto»?
—La verdad es que es algo que debería pensar detenidamente —admitió finalmente mientras imagi­naba a Alice viajando a Turquía para darle a Edward su merecido.
—Podríamos optar por la otra alternativa —dijo él—. Podríamos pagar el precio por haber sido tan impulsivos e indiscretos y casarnos.
Bella se quedó mirándolo, boquiabierta.
—Me temo que es una decisión que debemos to­mar cuanto antes —continuó Edward—. Mi familia no aceptaría nunca a una mujer que haya vivido abiertamente conmigo como mi esposa. Tanto a ellos como a ti os debo más respeto del que he mostrado hasta ahora.
Lentamente, Bella empezó a respirar de nuevo.
—Veo que hablas en serio, pero no puedo creerlo. No puedo creer que estés sugiriendo que nos case­mos solo porque... bueno, ya sabes...
—Lo sé muy bien. Aún te deseo más que a ningu­na otra mujer que haya conocido.
—Pero eso no es suficiente, ¿verdad? Especial­mente para alguien que siempre ha odiado la idea de casarse.
Edward comprendió en aquel momento que había esperado que Bella aceptara su propuesta práctica­mente antes de que acabara de formularla. ¿Tan arrogante era?
—Las personas cambian —dijo.
—Pero tú dijiste que nunca cambiarías —le recor­dó Bella.
Edward abrió las manos en un gesto de impaciencia.
—No deberías creerte todo lo que te dicen. Eso fue hace tres años. Ahora me doy cuenta de que una             esposa podría resultarme útil en muchos aspectos.
—¿Útil...? —Bella sintió que su corazón se encogía.
—Tengo tres casas en Turquía, un apartamento en Nueva York y otro en Londres. Mi esposa podría ocuparse de ellos y también podría ser la anfitriona de las fiestas que doy. Y con el tiempo, creo que me gustaría tener un hijo —aquello era algo en lo que Edward nunca había pensado, y cuando las palabras surgieron de su boca, se quedó tan sorprendido como Bella al oírlo.
—¿En serio? —preguntó con una mezcla de sor­presa y esperanza.
—En serio —contestó él—. Así que, ¿qué me dices ahora?
—Me gustaría tener cuatro —dijo Bella distraída­mente, esforzándose por mantener los pies en tierra. Edward no le estaba ofreciendo amor, como ella había soñado en otra época, pero si quería casarse con ella, no pensaba rechazar la oferta.
Edward soltó lentamente el aliento.
—¿Cuatro?
—¿Dos? —negoció Bella, reconociendo que había sido demasiado sincera.
—Ya pensaremos en eso. Pero debería decirte que ya he hecho una reserva preliminar para casamos en una ceremonia civil mañana por la tarde.
—¿Mañana? —repitió Bella, anonadada.
—Tengo intención de permitir que la gente crea que nos casamos antes de venir a Sonngul —explicó Edward sucintamente—. Mi familia se sentirá tan en­cantada de que por fin haya encontrado una esposa que no creo que hagan preguntas incómodas. Serás recibida por mis parientes como si fueras la octava maravilla del mundo. Y cuando se enteren de que quieres tener cuatro hijos, pondrán una alfombra roja allá por donde vayas.
Bella se ruborizó y luego rió.
—Mañana... —repitió, sin poder creérselo toda­vía—. ¿Qué me pondré?
—Nada que atraiga demasiado la atención hacia nosotros —aconsejó Edward.
Bella no pudo evitar sentir cierta decepción.
—¿Tenemos que casarnos como si fuéramos espías en una operación encubierta?
—Si no queremos que se difunda el hecho de que hemos mantenido relaciones sin estar casados... sí. Es culpa mía que las cosas tengan que ser así, pero a partir de mañana, podremos dejar atrás ese desafortunado comienzo.
—Cuando se lo cuente a Alice, va a pensar que me he vuelto loca.
—Como marido tuyo, podré resolver el caos que Gigandet dejó tras sí sin que tu familia pueda protes­tar demasiado —dijo Edward, satisfecho.
—Supongo que como yerno se te puede conside­rar todo un partido —murmuró Bella con una sonrisa mientras lo miraba. Era el hombre más atractivo que había visto en su vida e iba a ser suyo para siempre. ¿Le estaría sucediendo realmente aquello a ella? ¿Debería preocuparse por el hecho de que Edward se estuviera comportando de una forma extra­ña? A fin de cuentas, se trataba de un tipo muy cauteloso y muy listo que se estaba comportando de un modo muy impulsivo.
—¿Te encuentras bien? —preguntó.
—¿Por qué no iba a encontrarme bien? Por cierto, necesito tu pasaporte para rellenar los formularios que me han dado esta mañana —respondió Edward, que parecía centrado en asuntos más prácticos—. También habría que conseguir una copia de tu certifica­do de nacimiento.
—He traído una por si perdía mi pasaporte —Bella tomó su bolso para buscar ambas cosas.
—Excelente. También tendrás que hacerte un bre­ve examen médico antes de que la ceremonia pueda seguir adelante. He conseguido una cita con una doc­tora en el mismo pueblo. Yo ya he pasado el examen.
Bella acompañó a Edward a la zona de la casa que utilizaba como estudio, equipada con todo lo último en alta tecnología.
—¿Cuándo esperas averiguar algo sobre esa cuenta del banco en Londres? —preguntó.
Él la miró atentamente.
—¿Por qué?
—Porque en cuanto el asunto quede aclarado quiero poner al tanto a mi hermana de todo lo que ha hecho su ex marido —dijo Bella. Al ver que Edward fruncía el ceño, añadió— Puede que Alice no esperara tener noticias mías de forma inmediata, pero si no me pongo pronto en contacto con ella empezará a preocuparse. Podría enviarle un mensaje escrito con mi móvil. ¿Qué te parece eso?
—¿Tienes un móvil?
—Sí.
—Mi desconfianza hacia ti era tan grande que, si lo hubiera descubierto ayer, te lo habría quitado —admitió Edward—.Espero obtener la información que solicité en las próximas cuarenta y ocho horas. Escribe un mensaje a tu hermana informándole de que te encuentras bien. Cuando tengamos todos los da­tos, volaremos juntos a Inglaterra para darle las buenas y las malas noticias en persona.
—Será mucho mejor así —conmovida por aquella considerada sugerencia, Bella dedicó a Edward una luminosa sonrisa.
 Como atraído por un embrujo, él se inclinó y la besó. Cuando ella se apoyó contra él, anhelante, Edward dejó escapar un gemido de frustración y la apartó con delicadeza de su lado.
—Esta noche dormiré aquí abajo. De ahora en adelante vamos a respetar las normas sociales...
—Pero si planeas simular que ya estábamos casa­dos... —Bella se oyó decir aquello y se ruborizó intensamente.
—Pero ambos sabemos que no lo estamos —dijo él con firmeza a la vez que tomaba el pasaporte y el certificado de nacimiento y empezaba a rellenar los formularios.
Edward la había transformado en una fresca desver­gonzada a una velocidad increíble, reconoció Bella más tarde, tumbada en su cama a solas, tan feliz y excitada que no podía dormir.
A las tres de la tarde del día siguiente, Bella tocó con los dedos su anillo de bodas, aspiró el aroma del ramo de azucenas blancas que le había regalado Edward y se unió a este para dar las gracias al oficial del gobierno que había presidido la ceremonia.
—¿Qué ha dicho? —preguntó después mientras volvían al coche que iba a llevarlos de vuelta al helicóptero.
—Que, sin duda alguna, eres la novia más guapa que ha casado en toda su vida —Edward le dedicó una mirada de abierta admiración: Bella estaba preciosa con el sencillo sombrero de paja y el vestido rosa pálido que se había puesto aquella mañana.
De vuelta en Sonngul, cenaron y tomaron café bajo la pérgola del jardín. Después, Edward fue a lla­mar a su familia para anunciarles su matrimonio.
—Se lo diré solo a mi padre. Él puede ocuparse de comunicar la noticia al resto de la familia.
Bella estaba aguardando su regreso cuando oyó una extraña musiquita. Por unos instantes se pre­guntó de qué se trataría, hasta que cayó en qué se trataba de su móvil.
Lo sacó rápidamente de su bolso y contestó.
—Soy James...
Al oír aquello, Bella se irguió en el asiento a la vez que sentía cómo se le erizaba el vello de la nuca.
—¿James? ¿Qué quieres?
Edward estaba a punto de salir de nuevo tras hacer su llamada cuando oyó que Bella pronunciaba el nombre de James. La sorpresa le hizo detenerse.
—¿Qué haces en Turquía? —preguntó James con aspereza.
Fría a causa del temor que siempre le había ins­pirado el ex marido de Alice, Bella respiró profundamente para calmarse. Una intensa rabia se apode­ró de ella al pensar en todo lo que había hecho aquel miserable a su familia, pero logró contenerse al recordar que Edward no quería que lo pusiera sobre aviso.
—¡Si pretendes darme problemas de nuevo o me­ter tus narices donde no te corresponde, vas a lamentarlo! —espetó James.
Sin poder evitarlo, Bella se sintió enferma al oírle.
—No sé de qué me estás hablando —murmuró—. Solo estoy investigando la oferta turística de Tur­quía para Alice.
—No me mientas.
—Edward y yo acabamos de casamos —se oyó decir Bella, y se avergonzó de su cobardía, pues incluso mientras hablaba se dio cuenta de que estaba utili­zando a Edward como un escudo, con la esperanza de intimidar a James.
—¿Que te has casado con Edward? —repitió él, in­crédulo.
—Sí, ¡así que déjame en paz! —Dijo Bella con ra­bia—. ¡Ahora no puedes amenazarme y no quiero te­ner nada más que ver contigo!
—De manera que Cullen se ha casado conti­go... ¡vaya, vaya! —De pronto, James rió como si aquel hubiera sido el mejor chiste que había escu­chado en mucho tiempo—. Oh, qué mundo tan mara­villoso, y, oh, qué desastre ocurrirá si el novio se pone a indagar.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Bella, des­concertada por la burlona respuesta.
—Cuando estalle el asunto, más vale que me pro­tejas, porque si no lo haces, ese matrimonio tuyo también podría acabar en la basura. ¡Hasta pronto!
Bella se quedó mirando al vacío, con el teléfono en la mano.
¿Hasta pronto? Aquellas palabras la hicieron es­tremecerse. ¿Estaría James en Turquía? Tras unas breves comprobaciones con el móvil, verificó con alivio que la llamada había sido hecha desde Inglaterra James solo había tratado de asustarla. El senti­do común sugería que, después de lo que había he­cho, aquel sería el último lugar al que querría ir. ¿Pero qué asunto esperaba que estallara? ¿El de los chalets que nunca llegó a construir? ¿El de los be­neficios que nunca habían llegado a ser ingresados en las cuentas de Edward? ¿Y por qué pensaba que iba a protegerlo? ¿Por el bien de su familia? ¿Por conservar las apariencias? ¡Pero en aquella ocasión no había esperanza para él!, se dijo Bella, enfadada. No pensaba dejarse amedrentar nunca más por las ame­nazas de James.
Conmocionado por el diálogo que acababa de escuchar, Edward se encaminó hacia las escaleras para no ceder al instinto de enfrentarse de forma inme­diata a Bella. Cuando finalmente había logrado dejar de dudar de ella, había averiguado la verdad e, iró­nicamente, lo había hecho a través de sus propios labios. Ya era en sí sospechoso que James se hubiera puesto en contacto con ella. Después de su amargo divorcio, ¿por qué iba a llamar a la hermana de su ex mujer, a menos que hubieran mantenido una re­lación que fuera más allá de los límites normales? ¿Y por qué llamarla si, según Bella aseguraba, lo odiaba con todas sus fuerzas?
« ¡Déjame en paz! ¡Ahora no puedes amenazar­me y no quiero tener nada más que ver contigo!»En algún momento, Bella debía haber estado enamo­rada de James Gigandet. ¿Y por qué no? Gigandet era un hombre rubio y atractivo que debía gustar a las mujeres. Era posible que Bella no se hubiera acosta­do con el marido de su hermana, pero, evidente­mente, Gigandet debía haber sido consciente de los sentimientos de Bella por él, y sin duda debió apro­vecharse de ello. Tal vez, el sentimiento de culpabilidad hizo recuperar la cordura a Bella, que incluso quiso confesárselo todo a su hermana. ¿Habría amenazado entonces Gigandet con decide a su espo­sa que Bella había tratado de seducirlo?
Cuando llegó a lo alto de las escaleras, Kaure se acercó a Edward con un teléfono. Era su madre, Esme que estaba muy excitada por la noticia que acababa de darle su marido. Edward no dijo una palabra mientras su madre sugería que la ceremonia civil era solo para los infieles y le pedía que llevara a Bella a Estambul para celebrar una boda como era debido. A continuación, se puso su abuela para decide lo mismo, y Elizabeth, su bisabuela, fue más radical al sugerir que había que organizar otra boda y actuar como si la ceremonia civil nunca hubiera tenido lu­gar.
—Lo que queráis... —murmuró Edward, apenas ca­paz de prestar atención.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Elizabeth al captar con su sagacidad habitual cierta reticencia en      el tono de su bisnieto.
—Sí —mintió Edward.
—Trae mañana a Bella a casa y nosotras nos ocu­paremos de todo.
En cuanto colgó, Edward olvidó la llamada y se encaminó inconscientemente al bar. Se sirvió un coñac con mano temblorosa mientras sentía que la ra­bia recorría su cuerpo como lava ardiendo. ¿Pero qué iba a decirle a Bella? ¿Acaso tenía algún sentido que le dijera algo?
Porque, tres años atrás, él simplemente había aparecido como un segundón en la vida de Bella. Reconocer aquella humillación hizo que un sudor frío cubriera su frente. Pero, era evidente. Todo lo que en el pasado lo había desconcertado respecto a su relación con Bella encajaba ahora en su sitio; su aversión a que la tocara, su sorprendente rechazo a ir a visitar a su familia... Cuando la conoció en Lon­dres, debía estar tratando de superar su amor por el marido de su hermana, y salir con él solo debía ha­ber formado parte de aquel esfuerzo.
Aunque Bella le hubiera dicho recientemente que entonces lo amaba, solo debía haberlo hecho en su afán por olvidar un amor que aún la hacía sentirse culpable. ¿Cómo podía haberlo amado cuando era evidente que era a James a quien aún quería enton­ces? Sin embargo, Bella sí lo quería a él ahora, se recordó obstinadamente. ¿Pero languidecía aún por Gigandet en algún rincón oculto de su corazón? ¡El hecho de que hubiera roto la relación no significaba que hubiera dejado de amarlo y que no fuera a tratar de salvarlo si surgía la oportunidad! ¿y cómo reaccionaría cuando Gigandet fuera a la cárcel? Edward soltó el aliento al pensar aquello. Pero Bella era suya, se recordó. Nada ni nadie iba a inter­ponerse en aquella realidad. Bella era su esposa.
Se sirvió otro coñac. No diría nada... ¡No podía decir nada! Enamorarse del hombre equivocado no era un crimen. De hecho, parecía que Bella se había comportado exactamente como debería haberlo he­cho dadas las circunstancias; no había habido aven­tura amorosa. Se había ido de casa y había perma­necido alejada para resistirse a la tentación. Debería sentirse orgulloso de ella por ello, se dijo Edward, casi con rabia. Pero aquello era algo que aún sentía leja­no. Aún se sentía demasiado desolado por lo que había escuchado.
Tensa y pálida, Bella fue en busca de Edward. Esta­ba en la basada, mirando por la ventana. En segui­da percibió la rigidez de su postura, la tensión de sus anchos hombros.
—Supongo que a tu familia le ha disgustado que te casaras con una mujer a la que no conocían... —dijo, asumiendo que aquel era el motivo por el que no había vuelto a la pérgola.
Edward cerró los ojos un segundo antes de volver­se.
—No, nada de eso. Además, aunque brevemente, conociste a mi bisabuela.
—Probablemente pensarán que has cometido el mayor error de tu vida al casarte de forma tan re­pentina con una desconocida —sugirió Bella, decidida a enterarse de lo peor.
Consciente de que lo estaba mirando, Edward hizo un esfuerzo por concentrarse.
—Le he contado a mi padre que nos conocimos hace unos años. Lo que ha causado cierto revuelo ha sido lo de la ceremonia civil... creo.
Bella frunció el ceño.
—¿Crees?
—Me temo que he prometido llevarte mañana a Estambul.
—Oh... —Bella se mordió el labio inferior, inquie­ta—. Tengo algo que decirte. James acaba de llamar­me al móvil.
­Impresionado por su sinceridad, Edward la miró sin decir nada.
—¡No le he dicho que vas tras él! —continuó Bella rápidamente—. Suele salir con mis sobrinas los vier­nes por la tarde, y supongo que alguna de ellas le ha mencionado que estaba aquí. Supongo que eso debe haberlo asustado, así que le he dicho que he venido para poder informar a Alice de las principales rutas turísticas de Turquía... También he mencionado que nos habíamos casado...
Sin decir nada; Edward avanzó hacia ella, la abrazó y la besó apasionadamente, hasta que todo pensamiento sobre su ex cuñado abandonó su mente.
—Por mí no hay problema si quieres hacer una costumbre de esto... —murmuró, Bella con los labios enrojecidos mientras Edward la llevaba en brazos al dormitorio. Un vago recuerdo de la llamada de su ex cuñado pasó por su mente—. ¿No te molesta que James haya llamado?
—En absoluto. Es lo lógico —Edward logró simular una despreocupación que estaba lejos de sentir—. Pero no hablemos de él en nuestra noche de bodas, güzelim.
—En nuestra tarde de bodas —Susurró Bella, in­mensamente agradecida por su reacción.
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Aquí está el nuevo capítulo. Posiblemente el domingo suba uno nuevo.
Acuerdense que en el proximo aparece la familia de Edward!!
Besos y lean el nuevo capítulo de Siempre fuí tuya!! 

1 comentario:

  1. Hacia muchito que esperaba este cap....Que lindo que se hayan casado. Espero el proximo...Besotes...

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