miércoles, 13 de julio de 2011

♥ MADMP - Capítulo 3 ♥

Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
- - - O - - - o - - - O - - - o - - - O - - - o - - - O - - - o
Capítulo 3
Mentiras descubiertas

Tras terminar su segundo año de estudios en la universidad, Bella tomó un trabajo temporal en verano como camarera en un bar de moda en Londres.
Tras la primera semana empezó a temer acudir al trabajo porque no se sentía capaz de enfrentarse a las bromas y toqueteos que las otras camareras aguantaban de los clientes. Sin embargo, el sueldo y las propinas que recibía le habían permitido seguir pagando el apartamento que compartía, de manera que no se había visto obligada a tener que volver a vivir bajo el mismo techo con James.
Edward se presentó un mediodía en el bar acompañado de una mujer.
-¿Por qué estarán ya comprometidos todos los hombres verdaderamente guapos? -se lamentó Lauren, su colega y compañera de piso mientras Bella y ella esperaban junto a la barra a que les dieran sus pedidos.
-¿En quién te has fijado ahora? -preguntó Bella, acostumbrada a las frecuentes quejas de Lauren sobre la falta de hombres disponibles.
-Está sentado con la rubia del vestido blanco.
Bella lo buscó con la mirada. Su altura y constitución, sus altos pómulos, fuerte nariz y carnosa boca combinados con su lustroso pelo cobrizo lo hacían sobresalir entre los demás hombres que abarrotaban el bar. Pero Bella habría apartado la vista de inmediato si Edward no hubiera echado atrás su arrogante cabeza y le hubiera dejado ver sus extraordinarios ojos de color verde esmeralda, que reflejaban la luz de un modo casi hipnótico. Se quedó mirándolo de forma involuntaria, con el cuerpo totalmente tenso, como esperando que fuera a suceder algo increíble­mente excitante y cuando los ojos de Edward se encontraron con los de ella fue como si alguien hubiera encendido un árbol de navidad en su interior. De pronto, se sentía eléctrica, viva por primera vez.
-¡Cómo no! -murmuró Lauren al ver la mirada de evidente apreció que Edward estaba dirigiendo a Bella -En cuanto te ha visto, yo me he vuelto invisi­ble. Deberías llevar una pegatina que dijera «soy lesbiana», Bella. Al menos así los hombres dejarían de perder el tiempo contigo y las demás tendríamos alguna oportunidad.
Sorprendida por el comentario de su compañera, Bella se volvió hacia ella.
-¿Repite eso?
Lauren se encogió de hombros.
-Lo eres, ¿no? Puede que no hayas salido del armario, pero tu forma de reaccionar con los hombres lo deja bastante claro. Lo adiviné hace tiempo.
-No soy lesbiana -negó Bella con firmeza mien­tras Lauren tomaba su bandeja de la barra.
-Sé que no es asunto mío -dijo su amiga-. Solo estoy celosa de lo guapa que eres.
Conmocionada por el hecho de que alguien que la conocía desde hacía dos años pensara aquello de ella, Bella fue a atender a Edward. En ningún momento lo miró directamente, ni tampoco a su acompañante, pero, incluso en el estado de nervios en que se encontraba, se fijó en su voz grave y poderosa y en el acento ligeramente exótico que matizaba su excelente inglés. El desastre se produjo cuando fue a lle­varles las bebidas. Estaba a punto de dejar un vaso de vino en la mesa cuando la rubia hizo un movi­miento repentino y sus manos chocaron. El vaso cayó y el vino se derramó sobre el regazo de la mu­jer.
-¡Estúpida! -espetó la rubia como si Bella lo hubiera hecho a propósito-. No te ha bastado con insinuarte a mi hombre, ¿no? ¡También tenías que estropearme el vestido!
Mientras el jefe de Bella se acercaba rápidamente a la mesa y ella murmuraba una cascada de discul­pas a la vez que rogaba por dentro que se la tragara la tierra, Edward dejó un cheque en la mesa y se llevó a su histérica compañera del pub a toda prisa. Bella no esperaba volver a verlo, pero al día siguiente, cuando fue a trabajar se encontró con un increíble ramo de flores y una tarjeta esperándola. Siento lo sucedido ayer. Edward
-Cuando un tipo se gasta ese dinero en flores, queda claro quién se está insinuando a quién -co­mentó su jefe, divertido.
Bella tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para frenar la oleada de recuerdos que le impedían dor­mir. ¿Qué decía de ella el hecho de que aún estuvie­ra obsesionada por una relación que Edward había de­jado atrás hacía tiempo? Molesta por su falta de autodisciplina, se conminó a madurar.
A la mañana siguiente, cuando Edward llegó en un avión privado al aeropuerto, encontró a Bella esperándolo.
La observó mientras se acercaba a él con un ves­tido azul pálido y un jersey con el que debía estar asándose a causa del calor. Su pelo marrón brillaba a la luz del sol, parecía tímida y muy joven.
Un absurdo impulso de decirle que se diera la vuelta y tomara el primer avión de regreso a casa asaltó a Edward mientras la miraba, pero enseguida lo reprimió. Solo le estaba haciendo lo que ella le hizo a él en otra ocasión: atraerla hacia un sendero que pa­recía seguro hasta el último momento. ¿Cómo reaccionaría cuando se encontrara mirando al abismo con la policía esperándola al otro lado?
De momento no había entregado sus datos a la policía, pero el gendarme del pueblo cercano al lu­gar en que iban a construirse los supuestos chalets ya tenía un informe sobre el caso. Además, Edward había averiguado que Bella aparecía como directora de Swan Travel en los papeles oficiales de la agen­cia, y como tal podía ser considerada responsable de lo sucedido. Pero lo que Edward deseaba por enci­ma de todo era la cabeza de James Gigandet.
-Hace calor -murmuró Bella cuando estuvo junto a él.  
-Y aún hará más -dijo Edward a la vez que la toca­ba levemente en la espalda para hacerle girar en dirección al helicóptero que los aguardaba.
-¿Va a ser un vuelo muy largo?
-Más o menos una hora en total. Vamos a hacer una parada en el camino -sin transición, Edward cam­bió de tema-. ¿Estás disfrutando de tu estancia en Turquía?
-Aún me estoy aclimatando. La semana que vie­ne voy a apuntarme a todos los viajes turísticos que pueda. Alice tiene intención de organizar visitas especiales para la primavera... -Bella se interrumpió al sentir que Edward apoyaba las manos en su cintura y la alzaba hasta el helicóptero como si apenas pe­sara unos kilos-. Gracias -murmuró.
Tras sentarse a su lado, Edward hizo una seña al piloto para que pusiera el helicóptero en marcha e indicó a Bella que se pusiera el cinturón de seguri­dad.
Durante todo el vuelo, Bella se dedicó a mirar por la ventanilla. Desde allí tenía una vista fantástica del brillante mar azul turquesa que sobrevolaban, plagado de pequeñas islas y bordeado de magnífi­cas playas. Al cabo de unos minutos el helicóptero giró hacia el interior. Tras las tranquilas y preciosas vistas del mar, Bella se sorprendió al ver una mina de carbón cuan­do el helicóptero empezó a descender. Las minas de carbón eran un negocio, se recordó, y Edward había mencionado una parada en el camino posiblemen­te, alguno de sus periódicos iba a publicar algún ar­tículo de fondo sobre la mina.
Tras salir del helicóptero, Edward extendió una mano hacia ella para ayudarla a bajar. Una vez en tierra, Bella se fijó en un polvoriento camino que se hallaba a pocos metros de ellos.
Edward la miró atentamente.
-¿Sabes dónde estás?
Bella negó con la cabeza, sin comprender por qué le preguntaba aquello.
-No tengo ni idea.
-Creo que resolverás el misterio muy pronto -dijo Edward mientras la guiaba por el sendero hacia una zona pavimentada en la que se alzaba una opu­lenta entrada que era lo último que uno habría espe­rado encontrar a pocos metros de la valla que rodeaba la mina.
Bella frunció el ceño. -¿Es aquí donde vives?
-Ni siquiera la gente de aquí vive por estos pa­gos. ¿Quién querría mirar por la ventana de su casa y ver la escoria de la mina? -preguntó Edward en tono burlón.
Bella ya había captado el desdén que teñía cada una de sus palabras, el brillo retador de sus ojos. Cuando lo miró, él sostuvo su mirada sin pestañear y ella se ruborizó pues, a pesar de que resultaba amedrentador en aquel estado de ánimo, también es­taba muy guapo. Desafortunadamente, aquella reali­dad no dejaba de jugar malas pasadas a su concen­tración.
-Entonces, si no vives aquí, ¿adónde vamos?
-He decidido darte una sorpresa volando hasta los chalets construidos por Swan Travel.
Bella parpadeó y luego rió brevemente.
-En ese caso, me temo que tienes las señas equi­vocadas. Los chalets están cerca de Dalyan que, se­gún tengo entendido, es un lugar precioso.
Cuando se detuvo, Edward la tomó de la mano.
Desconcertada, Bella flexionó los dedos en los de él y luego los dejó quietos al sentir que una cálida sensación ascendía a lo largo de su brazo. Edward la llevó a lo largo del camino pavimentado hasta un punto en el que se detuvo y le soltó la mano.
-Esta es la tierra que James Gigandet compró por apenas nada, porque nadie más la quería.
Bella se quedó mirándolo, aturdida.
-No puede ser... esto ni siquiera parece una zona turística. Te aseguro que este no es el sitio en el que se construyeron nuestros chalets...
-Ya que fue mi dinero el que financió el proyecto, ¿crees sinceramente que podría haber cometido tal error?
Bella se esforzó por pensar con claridad.
-Tú eras solo un socio silencioso...
-Ese fue mi error. Si hubiera insistido en contro­lar la situación, lo que hizo Swan Travel aquí no habría sucedido porque yo no lo habría permitido -replicó Edward con fulminante énfasis.
-¿Qué quieres decir con «lo que hizo Swan Tra­vel aquí»? -preguntó Bella, cada vez más inquieta-. ¿Por qué no me estás escuchando? Este no es el lu­gar en que se construyeron los chalets.
-¡Deja de decirme eso! -espetó Edward, impacien­te-. Tengo en el bolsillo una copia del contrato que James firmó con los constructores y otra de la escri­tura de compra de la tierra.
-¡Por mí como si tienes todos tus archivos en el bolsillo! -el tono de Bella subió casi una octava y su genio salió a la luz porque nada de lo que Edward ha­bía dicho o hecho desde que habían subido al helicóptero tenía sentido-. Tengo fotografías de los chalets cuando estaban casi acabados y las vistas desde la parte delantera era magnífica. ¡Y no había ninguna mina de carbón cerca!
-Es imposible que tengas fotos de los chalets -dijo Edward, furioso por que se empeñara en seguir mintiendo a pesar de las pruebas.
Bella ya estaba buscando en su bolso las fotos que James había llevado de vuelta a Inglaterra tras su último viaje a Turquía cuando se detuvo para mirar los baldíos terrenos que la rodeaban.
De pronto rió, aliviada.
-¡Pero si aquí ni siquiera hay unos chalets res­pecto a los que equivocarse! ¿Por qué no admites que estamos en el lugar equivocado? –Mientras Edward la miraba como si acabara de decir que podía volar sin alas, ella le entregó las fotos con expre­sión satisfecha-. Nuestros chalets, Edward.
Frustrado, él echó un rápido vistazo a las fotos.
-¿Y esto qué demuestra, Bella? ¿Que alguien con una cámara puede tomar unas fotos de los chalets en construcción de otra persona? O empiezas a decirme la verdad, o voy a tener que poner el asunto en manos de la policía.
Bella se quedó paralizada al oír aquella amenaza.
-¿La... policía?
-Swan Travel estafó a los constructores y pro­veedores locales. El nombre, las señas y el núme­ro de teléfono que les facilitó la agencia eran fal­sos.
Intensamente pálida bajo la luz del sol, Bella en­treabrió los labios, pero tardó unos segundos en po­der hablar.
-¿Swan Travel ha estafado a gente? No... no sé de qué me estás hablando.
Edward soltó el aliento con impaciencia.
-No hay chalets. Nada se construyó más allá de esa entrada, y eso tienes que saberlo.
Bella tragó con esfuerzo. Solo entonces recordó que Edward había dicho que tenía una copia de las es­crituras de los terrenos. Sin duda, aquella tenía que ser una prueba irrefutable de que se hallaba en las tierras que compró James... Pero aquel no era él lu­gar que James fotografió, y no había ningún edificio a la vista.
-¿Estás seguro de que los chalets no se encuen­tran un poco más abajo? -murmuró, mirando a su alrededor sin comprender nada-. Quiero ver las escrituras.
Edward le entregó un papel que Isabella tomó con mano temblorosa. Estaba escrito en turco, pero cuando miró las firmas reconoció la de James y vio un sello oficial sobre ella. Su cerebro estaba funcio­nando a cámara lenta. No podía aceptar lo que Edward le estaba diciendo.
-Sigo pensando que los chalets tienen que estar por aquí, en algún sitio. Puede que estemos en la carretera equivocada -sugirió, conmocionada-. So­lías hablarme de lo grande que es tu país... ¡no puedes conocer cada carretera!
Estaba temblando como una hoja azotada por el viento, pero Edward estaba decidido a no caer víctima de aquella cínica actuación destinada a convencerlo de que era inocente. Sin embargo, no pudo evitar sentirse impresionado por lo magníficamente que estaba interpretando su estupefacción e increduli­dad.
-No hay chalets -repitió.
-¡Tiene que haberlos! -protestó Bella.
-La tierra se compró y los constructores fueron contratados, pero después de un primer pago nadie volvió a oír hablar del ex marido de tu hermana.
Al sentir que sus piernas estaban a punto de ce­der, Bella dio unos pasos atrás y se sentó en una roca a la sombra de un castaño.
-Antes de que los constructores descubrieran que habían sido timados, hicieron este camino y pu­sieron los cimientos. Desde que cerró la mina esta es una zona en la que apenas hay empleo, y los constructores recibieron promesas de una bonifica­ción si las obras se realizaban con rapidez. James Gigandet tenía un gran coche y pensaron que era rico, de manera que compraron más material a crédito a un pariente, confiando en recibir el siguiente pago. Dos familias se han visto sumidas en la pobreza a causa de esto.
El estómago de Bella se encogió al oír aquello. ¿Qué había pasado? ¿Qué había hecho James? ¿Era posible que hubiera utilizado el dinero destinado a los chalets para mantener a flote la agencia? Odiaba a James, y al principio no podía comprender su propio rechazo a aceptar lo evidente, hasta que comprendió que la seguridad de toda su familia estaba en la misma balanza.
Era obvio que James había mentido una y otra vez sobre los chalets. Había enseñado a Alice y a su padre fotos de otra obra y luego les había dado otras con los chalets ya construidos. Ninguno de los dos Sospechó nada porque aquel proyecto había sido de James desde el principio. Para entonces Charlie Swan se había retirado y Alice solo había empezado a trabajar en Swan Travel hacía unos meses. Hasta entonces, James había tenido total li­bertad para hacer lo que le pareciera oportuno. ¿Qué había pasado con todo el dinero que debe­ría haberse invertido en los chalets? La única res­puesta posible era que James se lo había quedado. No había chalets. Lo único que había era un trozo de te­rreno baldío en un lugar perdido. Sin embargo, James argumentó durante el divorcio que tenía derecho a la mitad de la casa en la que había vivido con Alice porque Swan Travel iba a quedarse con dos chalets de lujo que la agencia poseía en el extranjero, y con­venció a dos abogados de que estos existían. ¡Y su pobre hermana había acabado agradeciendo que James no reclamara también parte de la agencia después de haberse pasado años trabajando en ella!
Bella miró al vacío con expresión desolada. ¡No había chalets! Aquello significaba que el dinero de la inversión de Edward había desaparecido. Después de aquello, ¿qué posibilidades había de que la su­puesta confusión con las cuentas del banco fuera cierta? Al parecer, James había estado estafando a la agencia desde el principio. Su familia iba a quedar­se arruinada y cargada de deudas.
Edward observó a Bella, que estaba sentada en la roca, paralizada por la conmoción. No dejaba de mirar los cimientos como si aún esperara que en cualquier momento fueran a surgir dos chalets de ellos.
-No puedo creerlo... -murmuró, moviendo la cabeza-. ¿Cómo pudo hacer James algo así a su pro­pia familia? Ya han perdido tanto desde el divor­cio...
Aquella fue la primera vez que Edward oía a Bella hacer un comentario negativo sobre James Gigandet.
-¿No tenías ni idea?
Bella parpadeó y lo miró por primera vez en va­nos minutos.
-¿Cómo puedes preguntarme eso? ¡Uno de los motivos principales por los que he venido es para vender esas casas! Aún no logro asimilar que ni si­quiera fueron construidas...
-Eso es comprensible -de manera que, al menos en lo referente a los chalets, la había juzgado mal, concedió Edward a regañadientes. Al parecer, y a pesar de su relación con Bella, James Gigandet había actuado sin su conocimiento. Descubrir que su antiguo amante secreto también le había mentido a ella debía haber resultado especialmente traumático para Bella, sobre todo teniendo en cuenta que ya de­bía haber sufrido bastante cuando James decidió di­vorciarse de su hermana para irse con otra mujer, no con ella. Aquello debió sentarle como una bofe­tada en el rostro. Una bofetada merecida, se dijo Edward.
-Pero tú lo sabías, ¿verdad? -dijo Bella con la­bios trémulos-. Cuando nos vimos ayer, ya sabías que los chalets no existían.
-Me enteré de todo el asunto hace cuarenta y ocho horas, cuando mi asesor de inversiones deci­dió ponerme al tanto. Ya que yo también tengo par­ticipaciones en Swan Travel, he dado instrucciones para que las familias afectadas por lo sucedido sean compensadas.
Bella lo miró a través de las lágrimas que amena­zaban con derramarse de sus ojos. Parecía tan dis­tante, tan controlado... Un sollozo de impotencia es­capó de su garganta.
-Eso está bien -murmuró-. ¡Pero dudo mucho que estés pensando en compensar a mi familia por sus pérdidas!
 Edward se acercó a ella, apoyó ambas manos en sus hombros y la hizo levantarse.
-Vámonos de aquí.
-Me siento tan horriblemente mal... ¡como si todo fuera culpa mía! -Bella se dejó llevar unos segundos por su aflicción, pero enseguida se controló-. Yo nunca he tenido mucho que ver con el negocio y aún me cuesta creer que James haya sido capaz de robar literalmente a sus propios hijos. Solo Dios sabe cuánto lo odio, pero papá y Alice siempre tuvieron una elevadísima opinión de su sagacidad para los ne­gocios,
Edward sonrió con desagrado por encima de la ca­beza de Bella y pasó un brazo por su espalda. No iba a dejarse ablandar por sus lágrimas. Ya que ha­bía logrado resquebrajar su fachada, seguiría presionándola hasta averiguar todo lo que quería. Su­ponía que muchas mujeres recurrirían a una memoria selectiva a la hora de recordar una aven­tura amorosa indefendible que nunca debería haber tenido lugar, pero sentía que Bella le debía al menos la verdad.
-No siempre odiaste a tu cuñado.
-No cuando Alice y él se casaron.
-Y tampoco cuando, a instancias suyas, me lle­vaste a tu casa para que invirtiera en el negocio fa­miliar -dijo Edward con aspereza.
Bella se volvió a mirado, sorprendida. ¿A instan­cias de James? ¿Cómo sabía que James había desempeñado un papel importante en su decisión de llevar finalmente a Edward a conocer a su familia?
-¿Acaso crees que yo acabé por darme cuenta de que todo había sido un montaje? Swan Travel necesitaba un inversor y yo era rico. ¿Pretendes hacerme creer que fue pura coincidencia que decidieras presentarme a tu familia precisamente entonces? ¡Lo dudo mucho!
-¿Es eso lo que crees? -Bella estaba horrorizada por aquella acusación surgida de la nada. ¿Cómo había podido llegar a creer Edward  que era tan fría y calculadora?
-A pesar de lo que pareces pensar, no nací ayer -replicó él en tono despectivo.
-¡Entonces yo no tenía ni idea de lo rico que eras! -espetó Bella, enfadada- y no me enteré de los planes de expansión de la agencia hasta que lle­gamos aquel fin de semana a casa y ambos oímos a James y a papá hablando. ¡El único motivo por el que te llevé a casa fue porque mi hermana se estaba muriendo por conocerte!
-Ojalá pudiera creerte -murmuró Edward.
-De manera que llegaste a la conclusión de que lo único que buscaba era tu dinero... -Bella volvió a sentir el escozor de las lágrimas en sus ojos -¿Y cómo explicas que aquel mismo fin de semana ha­blara contigo a solas para decirte que te lo pensaras muy bien antes de invertir en Swan Travel? ¿Y qué me contestaste? «Estamos hablando de negocios, algo sobre lo que tú apenas sabes nada, Bella».
Desconcertado por aquel inquietante recordato­rio, Edward abrió la boca para decir que su aparente falta de interés también podía haber sido un truco para espolearlo a demostrar su generosidad hacia su familia. Pero finalmente no dijo nada. Después de todo, estaba viendo una faceta de Bella que esta no le había permitido ver nunca, y no tenía deseo de si­lenciarla. Allí estaba, prácticamente saltando de ra­bia frente a él, sin que apareciera por ningún lado su faceta vulnerable, y estaba fascinado con la vi­sión.
-Tú lo sabías todo, ¿verdad? -espetó ella, furio­sa-. ¡Pero ahora que todo ha salido mal me culpas a mí! Pues lo siento, pero el único error que cometí contigo, lo único que lamento, es haber sido tan es­túpida como para enamorarme de ti.
A continuación, volvió rápidamente hasta el he­licóptero y prácticamente saltó a su interior sin necesidad de ayuda. Cuando Edward se sentó a su lado, ella volvió la cabeza. Estaba convencida de que no iba a ser capaz de volver a mirarlo a la cara después de haber admitido que había estado enamorada de él. ¿Cómo podía haber caído tan bajo? Edward no tenía derecho a escuchar aquella confesión.
El helicóptero se elevó en el aire. Edward respiró profundamente para calmarse. No era posible que se hubiera equivocado en todo. Pero, tal vez, la aventura de Bella con Gigandet ya había acabado cuando él entró en su vida... sí, claro, seguro que aquella tarde salió a hurtadillas de aquel hotel con James por motivos totalmente inocentes, y seguro que también mintió respecto a dónde había estado por motivos igualmente inocentes. ¡Había tantas probabilidades de que aquello fuera cierto como de que ella fuera virgen, cosa que incluso se atrevió a jurarle entonces!
Estaba furioso consigo mismo. Estaba permi­tiendo que Bella volviera a jugar con él como enton­ces. ¡Todo lo que había necesitado para empezar a hacerle dudar de su propia inteligencia había sido decirle que había estado enamorada de él! Sabía exactamente por qué lo estaba tentando Bella de nuevo. Sus hormonas no tenían criterio y no podía evitar sentirse atraído por ella. ¡Incluso con aquel remilgado jersey lo excitaba!
Pero Bella ejercía aún aquel poder sobre él por­que era increíblemente bella y él no había llegado a ser nunca su amante.
Se movió en el asiento, incómodo, en un esfuer­zo por relajar su excitación mientras se preguntaba involuntariamente si Bella mostraría tanta pasión en la cama como cuando le había gritado hacía unos momentos ¿y por qué no averiguarlo? Después de todo, si Bella era inocente de toda culpa en el asunto de los chalets, también debía ser­lo en lo referente a la estafa de las cuentas. Gigandet se había puesto en marcha y se había llevado consi­go sus fraudulentos beneficios, pero Edward estaba dispuesto a perseguirlo y colgarlo con placer de una cuerda por todos sus pecados...
- - - -OoO - - - OoO - - - OoO - - - OoO - - -
Gente hermosa! me disculpo otra vez por tardar en publicar.. Y en cuanto a las otras historias, lo lamento pero estoy sufriendo un fuerte bloqueo artístico y no doy más. No tengo ni la mas pálida idea de lo que voy a escribir. Hago lo que puedo, pero la PC sigue en blanco.
Solo tenganme paciencia y les prometo que los recompensaré!
Les gusta el capítulo? Solo necesito un comentario para que la inspiración vuelva. Pueden?

1 comentario:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...