domingo, 7 de agosto de 2011

♥ MADMP - Capítulo 6 ♥



Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 6
Mis dudas y tu sinceridad

El oficial se presentó como Mike Newton y sa­ludó a Edward con una amable disculpa por su intrusión. Mike era el oficial superior de la persona que ha­bía preparado el informe sobre los tratos de James Gigandet con los constructores que se iban a encargar de construir los chalets. Al parecer, tras recibir lo que se les debía a través de un representante de Edward, habían decidido retirar la denuncia. Sin embargo, el oficial consideraba que no estaría bien permitir que un extranjero deshonesto se librara de ser sometido al proceso judicial que merecía.
—Nunca ha sido mi pretensión que ese fuera el resultado —dijo Edward.
—En ese caso, debo pedirle que persuada a las víc­timas de la estafa para que no retiren la denuncia. Solo quieren hacerlo por respeto al nombre Cullen, pero, dadas las circunstancias, un hombre de negocios de su reputación no tiene nada que ocultar o temer.
Mientras tomaban un té, Edward explicó a Mike Newton el resto de la historia. Tras ponerle al tanto de la presencia de Bella en Turquía y de la completa ignorancia de esta sobre las actividades fraudulen­tas de su cuñado, le relató todo lo que había sufrido su familia a causa de este.
—Se enfrenta a la ruina por culpa de Gigandet —concluyó con pesar—. La familia Swan nunca de­jará de lamentar el día en que la hermana de Bella se casó con ese tipo.
—¡Incluso se han quedado sin casa! El padre co­metió un terrible error al confiar tan ciegamente en su yerno —dijo Mike a la vez que hacía un expresivo gesto con las manos—. Sin embargo, ¿quién no de­sea fiarse totalmente de un miembro de su familia?
—Si quiere hablar con Bella, le agradecería que es­perara hasta mañana. Ya se ha retirado a dormir.
—Supongo que la joven debe estar terriblemente afligida por todo lo que ha averiguado desde su llegada. De momento, no veo motivos para molestar­la. Sin embargo, si la situación cambia, sabré dónde encontrarla.
Cuando el oficial se fue, Edward volvió al dormito­rio, donde encontró a Bella profundamente dormida. Tenía un aspecto tan encantador que, de no saber lo agotada que estaba, tal vez se habría sentido tentado a despertada de nuevo. Había puesto su honor en juego para que, a pesar de que figuraba en los pape­les como directora de la agencia, no apareciera de ningún modo asociada a las actividades fraudulen­tas de su ex cuñado. Y lo había hecho gustoso. En compensación, Bella debía explicarle qué estaba ha­ciendo en aquel hotel con Gigandet tres años atrás y, sobre todo, porque había elegido mentir al respecto. Necesitaba aclarar de una vez por todas, la única duda que le quedaba sobre ella.
Hacia el amanecer, tras un largo y reparador sue­ño, Bella abrió los ojos y vio a Edward sentado en el alféizar de una ventana, con la pierna extendida y la mirada fija en ella.
—¿Qué sucede? —preguntó, inmediatamente consciente de su tensión.
—No podía dormir. Me ronda la cabeza algo que siempre he querido preguntarte.
Bella parpadeó mientras él se acercaba a la cama.
—Aún no estoy totalmente despejada... pero ade­lante
—En cierta ocasión, te vi saliendo de un hotel con el marido de tu hermana.
Desconcertada por las palabras de Edward, Bella se puso pálida al recordar aquella desagradable experiencia.
—¿Pero cómo pudiste verme?
—Mi contable estaba alojado en el mismo hotel aquel fin de semana y yo acababa de dejarlo allí.
Estaba en el aparcamiento cuando te vi entrar y es­peré a que salieras...
—Si me viste, ¿por qué no lo mencionaste? —pre­guntó Bella, cada vez más perpleja y molesta—. ¿Por qué no te acercaste a mí?
—Sin embargo, aseguraste que no habías salido de la agencia en toda la mañana—concluyó Edward, ignorando su interrupción.
—¡De manera que te sentaste a observar sin ad­vertirme que estabas allí! —espetó Bella sin ocultar su irritación—. ¡Y luego me hiciste contarte una mentira inofensiva!
—¡Deberías haberme contado la verdad! —replicó Edward, molesto por el hecho de que Bella se atreviera a cuestionar su comportamiento cuando era el de ella el que estaba siendo cuestionado.
Bella apartó las sábanas y salió de la cama.
—¿Acaso no has mentido nunca en tu vida para evitar una situación embarazosa?
La mirada de Edward se endureció.
—Estás evadiendo la cuestión...
—¡Por lo que a mí respecta, la verdadera «cues­tión» es tu total falta de decencia al ponerme una trampa como esa! ¿Qué me dices de la confianza? ¿y de la sinceridad?
—No te mostraste digna de mi confianza —dijo Edward con un desprecio que para Bella fue como un latigazo.
Al ver que él bajaba la mirada hacia sus pechos y darse cuenta de que estaba desnuda, Bella se cruzó de brazos a la defensiva.
—¡No me digas! —replicó en tono sarcástico. —¡Explícame por qué motivo tuviste que decirme esa mentira! —espetó él.
Los labios de Bella se comprimieron en una tensa línea. Aquel día, tres años atrás, hizo lo que hizo por cubrir las apariencias. Prefirió mentir a admitir que su supuestamente feliz familia estaba muy lejos de ser lo que parecía.
—James tenía una aventura —admitió con una amargura que hizo que Edward la mirara con más atención—. Y no era la primera. Desafortunada­mente, aquel día Alice estaba desesperada por encontrado porque Irina había sido ingresada urgentemente en el hospital y no lograba locali­zado en su teléfono móvil. Pero yo tenía una idea bastante acertada de dónde estaría. ¡El cotilleo local sugería que siempre llevaba a sus amantes al mismo hotel!
—¿Me estás diciendo que mientras tú y los demás sabíais que James era un mujeriego, Alice no estaba al tanto de nada y decidisteis protegerla manteniéndola en la ignorancia?
Bella alzó la barbilla con gesto desafiante.
—¿Y por qué no?
—¡Porque así también protegías al miserable de tu cuñado!
Bella miró a Edward con auténtica furia por haberla atacado. La inquebrantable creencia de su padre de que lo sucediera en el matrimonio de Alice no era asunto suyo había sido el primer eslabón de la cade­na que la había obligado a guardar el secreto.
—¡Yo no pretendía defender a James! Irina es­taba llorando porque quería ver a su padre... ¡Eso era lo único que me preocupaba aquel día!
—¿Y por qué tardaste tanto en salir del hotel con Gigandet? —preguntó Edward con dureza.
—Porque hice que llamaran a su habitación desde recepción y nadie contestó —explicó Bella—. Fui al bar y al restaurante, pero James no estaba allí. No quería subir a su habitación, pero al final no me quedó más remedio que ir a llamar a su puerta.
Edward consideró aquel relato bastante asombroso, por no calificarlo directamente de irreal. Sin embargo, Bella lo había narrado como si no hubiera tenido otra opción. Podría haber creído que hubiera elegi­do permanecer en silencio la primera vez que se ha­bía visto enfrentada a la infidelidad de su cuñado, pero pretender que creyera que había pasado por alto más de una aventura y que se había rebajado a ir a buscar a Gigandet en el lugar en que estaba perpetrando su adulterio ya era demasiado. Pero era evidente que Bella no veía nada extraño en lo que acababa de confesar. Sin embargo, advirtiendo a Gigandet había protegido la situación de él en el cír­culo familiar y había evitado que sufriera las consecuencias de sus actos.
—¿Por qué no me dices de una vez toda la ver­dad? ¡Estabas enamorada de James Gigandet!
Al oír aquello, Bella se quedó horrorizada.
—¿Cómo puedes acusarme de algo así?
—Es la única explicación que tiene sentido des­pués de lo que me has contado —replicó Edward—. ¡Me voy al hamam antes de que me vuelvas completa­mente loco!
¿El hamam? Los baños, recordó Bella distraída­mente, el gran edificio abovedado que había en el patio y que había supuesto que ya no se usaba. Edward salió dando un portazo y ella se llevó una tembloro­sa mano a la frente.
«Estabas enamorada de James». Se estremeció al pensar en las palabras de Edward. ¡Qué bien había he­cho no contándole el desagradable trato que había tenido que soportar de James hasta que se había ido de casa!
Pero lo que más asombrada la tenía era el papel que Edward había desempeñado en lo sucedido tres años atrás. Aquel mismo día, después de haberla visto en el hotel, después de que ella le hubiera mentido, lo llevó al aeropuerto y nunca más volvió a tener noticias suyas. ¿Sería posible que Edward la hubiera dejado a causa de aquella mentira? Una tor­menta de emociones agitó su pecho al pensar aque­llo: rabia, intenso pesar, frustración... ¿Tan difícil era comprender que no había tenido otra opción?
No estaba dispuesta a permitir que Edward se refu­giara en aquellos momentos en el hamam, donde sin duda creía que iba a dejarlo en paz. Se puso rá­pidamente la bata y salió del dormitorio.
Cuando entró en el edificio en que suponía que estaban los baños se encontró en un opulento ves­tuario con duchas, cubículos para cambiarse y va­rias estanterías con toallas. Se quitó la bata, se en­volvió en una toalla y salió a la piscina cubierta.
Mientras se fijaba en una toalla abandonada en el suelo, junto al borde, la oscura cabeza de Edward rompió la superficie del agua. Nadó hacia las esca­leras y salió de la piscina, desnudo, magnífico. Luego, tomó la toalla sin darse cuenta de la presencia de Bella.
Ella sintió que la boca se le hacía agua mientras lo miraba. Intensamente ruborizada, vio cómo se abultaban los flexibles músculos de sus brazos mientras se secaba el pelo.
—¿Edward...? —susurró, sintiendo que la vergüenza sustituía al enfado y la frustración que le habían he­cho seguirlo hasta allí.
Él no había oído en toda su vida una voz de mu­jer en el hamam, y no ocultó su sorpresa. Era posi­ble que algunos turistas estuvieran dispuestos a ba­ñarse en grupos mixtos, pero sus compatriotas eran mucho más inhibidos y jamás soñarían en usar una casa de baños junto con alguien del sexo opuesto.
—¿Qué haces aquí? —preguntó a la vez que rodea­ba su cintura con la toalla.
—Necesitaba hablar contigo sobre lo que has di­cho... y explicarme.
—¿Y eso no podía haber esperado?
Bella decidió ignorar la pregunta.
—En una ocasión te mentí, pero quiero que com­prendas cuál era la situación por aquel entonces. La primera vez que. vi a James con otra mujer solo tenía quince años. Se lo conté a mi padre, pero este me dejó bien claro que no quería saber nada y se enfa­dó mucho conmigo.
Desconcertado por lo que acababa de oír, Edward se acercó a ella.
—¿Contigo? ¿Tu padre se enfadó contigo? ¿Pero cómo pudo enfadarse contigo?
—Piensa en cómo eran las cosas en mi familia por entonces. A papá siempre le había caído bien James, y confiaba en él. Ya les había cedido su casa a Alice y a él, y había permitido que James se fuera responsabilizando cada vez más de la agencia...
—Tu padre temía que se hundiera el barco —dijo Edward, comprendiendo al instante por qué había adoptado aquella actitud el padre de Bella.
—Papá opinaba que su matrimonio y lo que suce­diera en él era asunto privado —Bella no pudo conte­ner un sollozo—. Puede que hasta cierto punto tuvie­ra razón, porque Alice era feliz con James. Lo adoraba y pensaba que era perfecto... ¡pero él nunca le fue fiel!
Molesto por no haber apreciado la complejidad de la situación, y por el hecho de que Bella se hubie­ra visto expuesta a las miserables costumbres de Gigandet cuando aún era tan joven y vulnerable, Edward pasó un brazo por sus hombros para manifes­tarle su apoyo. Bella se había visto envuelta en un sórdido secreto familiar y le habían dicho que per­maneciera en silencio. Que su padre le hubiera he­cho soportar aquella carga escandalizó a Edward, pero que Bella hubiera seguido respetando ciegamente la prohibición de mencionar el tema cuando ya tenía veintiún años, y que incluso hubiera sido capaz de mentirle para proteger a James, seguía resultándole preocupante.
—Fue horrible compartir la casa con él sintiéndo­me culpable por lo que sabía y por lo que Alice no sabía. Llegué a odiar intensamente a James, y cuan­do empecé mis estudios en la universidad, apenas iba a casa para no estar cerca de él —de pronto, Bella se apoyó contra Edward y comenzó a sollozar de modo incontenible.
Edward estaba a punto de preguntarle que, si aquello era cierto, por qué antes de conocer a su familia, y antes de saber quién era Gigandet, había visto a este en una ocasión saliendo de su apartamento en Londres. Sin duda, aún había algunas pequeñas inconsisten­cias que aclarar, pero no podía dudar del genuino do­lor que había causado a Bella con sus acusaciones.
—Lo siento —dijo ella con voz temblorosa—. Sien­to haberte mentido...
Edward tomó su rostro entre las manos.
—Ahora ya no importa, y ese miserable de Gigandet no merece tus lágrimas —dijo, a la vez que frotaba delicadamente las mejillas de Bella con sus pulgares.
En un instante, sin poder contenerse al tenerla tan cerca, reaccionó con todo el fuego de su apasio­nado temperamento. Pasó una mano tras su cabeza, la atrajo hacia sí y la besó con tal intensidad, que ella dejó escapar un gritito de sorpresa.
—No puedo resistirme a ti... —murmuró contra su boca—. Te miro y siento que un incendio devora mi cuerpo.
Aquellas palabras bastaron para que un deseo re­pentino e incontenible se apoderara de Bella, que no protestó cuando la hizo tumbarse allí mismo, en el suelo y, sin dejar de besarla, retiró a ambos lados de su cuerpo la toalla con que se había envuelto.
Temblando, vio que la ardiente mirada de Edward descendía hasta detenerse en sus pechos, cuyos pezones parecían buscar con descaro sus caricias.
Como si hubiera leído el mensaje que estos le en­viaban, él inclinó lentamente la cabeza y deslizó la lengua sobre uno de ellos a la vez que con una mano separaba los muslos de Bella para acariciarla dónde tanto estaba deseando ella que lo hiciera.
La excitación se apoderó de ella en una oleada de tal intensidad, que a partir de aquel momento no supo lo que hacía. Edward siguió acariciándola a su antojo, hasta que la conciencia de Bella quedó exclusivamente centrada en las increíbles sensaciones que su cuerpo era capaz de alcanzar. Cuando un de­vastador clímax se apoderó de ella y la elevó hasta cimas inconcebibles de placer, un prolongado y gu­tural gemido escapó de su garganta a la vez que se aferraba a Edward, extasiada. Solo después se dio cuenta, avergonzada y confundida, de que había al­canzado aquella maravillosa cima sin que Edward le hubiera hecho el amor, y que todo el placer había sido exclusivamente suyo.
—¿Por qué...? Quiero decir... —murmuró mientras tomaba frenéticamente los bordes de la toalla para cubrirse.
Edward apartó un mechón de pelo de su frente.
—No podía protegerte... y no quería correr el riesgo de dejarte embarazada —admitió con la respi­ración entrecortada, pues incluso la perplejidad de Bella ante el hecho de que se hubiera contenido era más de lo que podía soportar su conciencia en aque­llos instantes—. Vuelve al dormitorio y duérmete, güzelim. Hablaremos más tarde.
Al oír aquella referencia al embarazo, Bella se puso tensa y comprendió que debería haber tenido el suficiente sentido común como para haber pensa­do en aquello.
Se levantó con ayuda de Edward y, sintiendo los miembros aún completamente flojos, volvió al vestidor sin mirar atrás. Edward la hacía sentirse como una descocada. Le había hecho comprender que no se había conocido a sí misma hasta que él le había enseñado lo que era la pasión.
Muy serio a causa de la gravedad de unos pensa­mientos que ya no podía evitar, Edward se sumergió de nuevo en la piscina. Desde la llegada de Bella a su país se había comportado como un auténtico egoísta y la había tratado de una forma totalmente irresponsable. La había llevado a Sonngul y la ha­bía metido en su cama prácticamente de inmediato y sabía que, muy pronto la mitad del vecindario es­taría escandalizado por las noticias. El nivel de mo­ralidad que prevalecía en las zonas rurales de su país era mucho más estricto que el de las ciudades en que él solía moverse, y no tenía ninguna excusa que ofrecer en su defensa. Si el rumor de sus rela­ciones con Bella llegara a oídos de Mike Newton, esta­ba convencido de que este dejaría de creer de inme­diato en la respetabilidad de esta.
Edward cuadró sus anchos hombros y salió de la piscina. El enfado que había sentido hacia Bella ha­bía potenciado inicialmente su actitud agresiva, y su deseo por ella lo había llevado a tomar un sende­ro deshonroso antes de darse cuenta del mal que es­taba haciendo. Solo había una manera de rectificar las cosas y de proteger a Bella: se casaría con ella. Con toda la celeridad y discreción que pudiera ofre­cerle su dinero, pondría un anillo de bodas en su dedo antes de que su reputación resultara dañada. Bella merecía su respeto y la protección que podía ofrecerle su nombre.

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Mi gente mosha, estoy de vuelta, y con un nuevo capi.
Cabe decir que amo a Lynne Graham y que los amo a ustedes que están ahi, lo se. Algunos no dejan comentarios pero se que estan ahi porque las estadísticas me lo hacen saber.
Solo espero que no me abandonen si es que me demoro en la publicacion. Esque tengo unos problemitas que me dejan bajoneada al no solucionarse facilmente. Luego les contaré.... solo hagnme saber si las decepciono
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1 comentario:

  1. Amo esta historia... es tan tierna... Espero que Bella no sea tonta y acepte casarse con Edward

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