Capítulo 9
Dura realidad
Bella se puso lívida cuando finalmente comprendió
de qué estaba hablando Edward. —¡Yo no abrí ninguna cuenta con James! —protestó.
—Claro que lo hiciste. Está aquí escrito con
toda claridad.
—En ese caso, alguien cometió un error... o James
me la jugó. ¡Esa es la única explicación posible! —incapaz de soportar por más
tiempo que Edward siguiera de pie y la mirara de aquella forma, Bella se puso
en pie.
—No me hagas perder el tiempo. No te creo.
¡Conspiraste con Gigandet para robarme!
Bella se puso a temblar a causa de la
frustración que le produjo haber sido juzgada y condenada tan rápidamente.
—Eso no es cierto. ¿Cómo puedes pensar algo
tan terrible de mí? ¡Soy tu esposa, por Dios santo!
La expresión de Edward se oscureció
visiblemente.
—Sí, eres mi esposa. Eso fue todo un golpe
maestro por tu parte. No debes haber parado de reírte de mí desde que nos
casamos...
—Ya he tenido suficiente. Dado tu estado de
ánimo, ni siquiera voy a tratar de hablar contigo.
—¡Claro que vas a hacerlo! —espetó Edward a
la vez que la tomaba por las muñecas y la hacía sentarse de nuevo—. ¡Y te
advierto que tu habitual táctica de echarte a llorar no te va a servir de nada
en esta ocasión!
Los ojos azules de Bella parecieron
desprender auténticas llamas cuando lo miró.
—¡En estos momentos, no lloraría ni aunque me
ataras a un poste y amenazaras con prenderme fuego!
—Por fin una buena noticia —dijo Edward en
tono burlón—. También creo que necesitas saber cuándo y dónde empezaron mis
sospechas sobre James y sobre ti...
—¿En tu vívida imaginación, tal vez?
Indignado por la despectiva sugerencia,
Edward dedicó a Bella una mirada intimidatoria.
—¿Recuerdas a Tecer Godian?
—¿Tu último contable? —murmuró Bella,
desconcertada—. ¿El que acudió a Inglaterra hace tres años para investigar Swan
Travel?
—Tecer era un hombre muy astuto. El último
día que fui a tu casa dijiste que tenías que ir a la agencia de viajes a echar
una mano porque un empleado estaba enfermo. Tecer estaba allí comprobando las
cuentas, y también estabais James y tú. Aunque Tecer no vio nada concreto, sí
vio lo suficiente como para preocuparse.
—¿Qué quieres decir?
— Tecer no sabía que yo tenía una relación
sentimental contigo. Aquella misma mañana, más tarde, me dijo que creía haber
captado algo extraño en la relación que manteníais tu cuñado y tú. Según él, no
os comportabais el uno con el otro como los miembros de una familia normal.
Al escuchar aquello, Bella se puso tensa a
causa de la sorpresa. ¿Habría captado Tecer Godian su temor y nerviosismo
porque creía encontrarse a solas con su cuñado en la agencia? ¿Y habría notado
también su alivio cuando se dio cuenta de que él estaba revisando los libros
de la contabilidad en la habitación trasera?
—¡No
presté atención a las palabras de Tecer hasta después de esperar a que
salieras de aquel hotel con Gigandet! —continuó Edward en tono despectivo—.Aunque
te niegas a admitirlo, es evidente que estabas enamorada del marido de tu
hermana…
—
¡No fue eso lo que tu contable percibió! —dijo Bella, furiosa—. Es una pena que
nunca preguntaras a Tecer qué había querido decir.
—¿Acaso
crees que me habría rebajado a hablar de ti con un hombre que no solo era mi
empleado, sino también un amigo de la familia?
—Si
lo hubieras hecho, nos habrías ahorrado a ambos mucha infelicidad —contestó
Bella, comprendiendo finalmente qué había hecho sospechar por primera vez a
Edward de la naturaleza de su relación con James—. Pero tal vez solo escuchaste
lo que querías creer...
—¿Y
qué diablos se supone que quiere decir eso? Nos estamos alejando del tema
principal —dijo Edward, tenso—. Todas mis sospechas sobre tu falta de
integridad han resultado ser ciertas.
—Y
eso supone un alivio para ti, ¿verdad? —Bella lo miró con amargura—. Creer que
amaba a James, que solo te llevé a mi casa para que invirtieras en Swan Travel,
y que mi única motivación era sacarte el dinero.
A
Edward le enfureció que siguiera haciéndose la víctima a pesar de las pruebas.
—Sí.
Eso es lo que debo creer.
Bella
dejó escapar una risita irónica.
—En ese caso, supongo que tampoco te sorprenderá
que te diga cuánto lamento haberme casado contigo ayer.
—¡Eso no te lo crees ni tú! —replicó Edward—.
¡Si no fueras mi esposa, te entregaría directamente a la policía!
—Supongo que la policía investigaría el
asunto con bastante más profesionalidad que tú. A fin de cuentas, ese es su
trabajo. Así que, adelante; entrégame, ¡porque no quiero volver a tener nada
que ver contigo!
—¡Te aseguro que, tras unas noches en la
cárcel, no te mostrarías tan impertinente! —espetó Edward, furioso—. Y estoy
seguro de que te casaste conmigo sabiendo que al hacerlo te estabas protegiendo
contra cualquier posible amenaza de ir a prisión.
Bella rió despectivamente.
—Debería escribir un libro sobre mi vida como
una aventurera perversa y sin escrúpulos... solo que no parezco haber tenido
demasiado éxito, ¿no crees?
—¿Qué quieres decir?
—Según tú, yo amaba a James y mentí, robé y
engañé por él, pero, por algún motivo, nunca tuve valor suficiente para
meterme en su cama. Además está el hecho de que me encuentro prácticamente
arruinada hasta que cobre mi próximo sueldo, así que también soy un completo
fracaso como desfalcadora. Y, finalmente, mi mayor error parece haber sido
casarme con el tipo al que robé, lo cual no me pronostica precisamente un
futuro feliz, ¿no te parece?
Los atractivos rasgos de Edward se
endurecieron.
—Si vuelvo a recibir otra respuesta burlona
tuya...
—¿Qué harás? ¿Divorciarte de mí? —interrumpió
Bella con amargura—. Pues para que lo sepas, ¡quiero el divorcio!
—Puedes olvidarte de esa opción —replicó
Edward al instante.
—Y también puedes quedarte con tu maldito dinero.
¡Me consideraré afortunada con librarme de la pesadilla de estar casada con un
hombre que no confía en mí!
—Estás casada conmigo, y me temo que no hay
vuelta atrás —dijo Edward, cada vez más enfadado.
—Prefiero arriesgarme con la policía. Me
entregaré para aclarar todo esto de una vez —Bella alzó la barbilla en un
gesto desafiante.
—¡No seas estúpida! —espetó Edward.
—Yo no puse mi nombre en esa cuenta...
—¡Deja de mentirme! Gigandet necesitaba tu
nombre en el papel porque eres una de las directoras de Swan Travel, lo que
significa que puede mentir y decir que abrió la cuenta como empleado tuyo
porque le encargaste que lo hiciera así. Como directora, eres responsable de
la desaparición de los fondos que invertí en la agencia.
Bella sintió que sus rodillas empezaban a
chocar entre sí y fue a ocupar un asiento en el lado opuesto de la cabina.
Nunca había pensado que la adjudicación de aquella dirección por parte de su
padre, nombramiento que nunca le había proporcionado ni un penique, pudiera
ponerla en un aprieto. Por fin comprendía por qué James le había dicho que
tendría que protegerlo. Lo más probable era que hubiera utilizado su nombre por
los motivos explicados por Edward, y no era de extrañar que se hubiera jactado
cuando le había anunciado que se había casado con Edward. Habría comprendido
enseguida que Edward nunca presentaría
unos cargos que pudieran poner en tela de juicio la honradez de su esposa. Pero
Bella no podía soportar la idea de que James
Gigandet se escapara sin recibir el castigo que merecía.
Tras recordar la tortura a la que la que la
sentenció James cuando era demasiado joven e ingenua como luchar contra él,
Bella respiró profundamente para darse fuerzas. Estaba muy pálida, pero unió
sus temblorosas manos sobre su regazo y alzó la cabeza.
—Es preferible que se me responsabilice a mí
que a mi hermana, que tiene hijos, o a mi padre, cuya salud es muy precaria —dijo
con firmeza.
—¿Cuándo vas a parar de decir tonterías? —preguntó
Edward, exasperado—. ¡No va a haber ninguna demanda por el dinero robado porque
no estoy dispuesto a que mi esposa sea considerada una ladrona!
—Pero eso supondría que James saldría indemne
de todo esto... y eso no podría soportado—dijo Bella—. Ha causado tanta
infelicidad a mi familia, que quiero que pague por ello, aunque ello signifique
que tenga que aguantar que se sospeche de mí durante un tiempo. Pero creo
firmemente que la verdad saldrá a la luz, y que se demostrará su culpabilidad en
un juzgado.
Edward observó a Bella con la inexplicable
convicción de que, una vez más, contra todo lo que parecían revelar los hechos,
se había precipitado sacando conclusiones. Desde donde estaba prácticamente
podía sentir las llamas de fervor idealista que emanaban de ella. Tomó el fax
del banco turco con rabia.
El nombre de Bella aparecía en la cuenta,
pero aquello no quería decir que ella lo hubiera escrito allí. Después de todo,
¿qué habría impedido a Gigandet acudir con otra mujer rubia al banco para abrir
una cuenta y mostrar alguna identificación sustraída a Bella sin que esta se
hubiera dado cuenta? De pronto, Edward se sintió seguro de que, si se investigara,
se descubriría que la firma de Bella había sido falsificada. Bella había
reaccionado con sincera rabia y era obvio que no le asustaba hablar con la
policía. ¡Además, ninguna mujer en su sano juicio amenazaría con divorciarse de
él!
—Vamos a reunimos con mi familia en poco menos
de una hora —dijo en tono menos firme, pues temía haber vuelto a juzgarla
precipitadamente. Había vuelto a caer en el mismo abismo de dudas y maldijo
los celos que habían enturbiado su juicio. Sabía que tenía que reparar el daño
que había hecho y humillarse... solo que hacerlo no se le daba precisamente
bien.
—No pienso seguir adelante con eso —dijo
Bella.
—Pero ya me has convencido de que eres inocente.
No estaba preparado para ese fax y quiero disculparme por haber reaccionado
así. Los hechos sugieren que Gigandet ha tratado de incriminarte.
—Es evidente que nunca has sido capaz de confiar
en mí —dijo Bella, tensa—. Siempre has sospechado de James y de mí...
—¡Ya
estoy convencido de que nunca hubo nada inapropiado en tus tratos con Gigandet!
—dijo Edward con fiera intensidad—. Ahora mismo, ese miserable no me importa
nada. Estoy mucho más preocupado por nosotros.
—¿Y eso por qué? A pesar de que no podías
fiarte de mí, te casaste conmigo. Encuentro eso muy extraño y extremadamente
hiriente—confesó Bella con voz temblorosa al sentir el escozor de las lágrimas—.
Pero así son las cosas, y lo que significa es que nunca me has querido…
—Estás equivocada respecto a eso —cada vez
más tenso, pues Bella estaba adoptando una actitud a la que no sabía cómo
enfrentarse, Edward avanzó hacia ella en un intento de tomar sus manos. Sin
embargo, Bella retiró las manos.
—No, no lo estoy... Desde el principio al
fin, lo único que has querido de mí ha sido sexo, y eso es lo único que sigues
queriendo de mí. Y estás tan obsesionado por el sexo, que incluso estás
dispuesto a seguir casado conmigo a pesar de creer que en otra época estuve
liada con el marido de mi hermana y que te robé —dijo Bella en tono
condenatorio—. No creo que eso sea saludable. No creo que nadie pueda pensar
que eso sea saludable.
—Puesto así no lo parece, desde luego —Edward
se agachó frente al asiento de Bella para mirarla a los ojos—. Pero describir
todo lo que hay entre nosotros como mero sexo es injurioso.
—Yo pienso lo mismo, pero también pienso que
simplemente eres así —murmuró Bella, animándose por fin a mirarlo a los ojos—.
También eres el tipo más suspicaz que he conocido...
—Pero solo sobre ese tema —interrumpió Edward—
y ese tema es el miserable de Gigandet y todos los malentendidos que ha habido
entre nosotros por su culpa.
—No creo que pueda considerarse un «malentendido»
el que acuses a tu esposa de ser una ladrona.
—Tengo mucho genio y una evidente y lamentable
tendencia a sacar conclusiones erróneas respecto a ti —Edward tomó las manos
de Bella en las suyas y tiró de ella con delicadeza para que se levantara del
asiento—. Pero eso solo sucede porque me preocupo mucho por ti. Lo siento, güzelim.
Bella siempre había amado a Edward y, como
resultado de ello, se había mostrado demasiado dispuesta a pasar por alto los
defectos de su relación. Pero la dura realidad le había abierto los ojos y
creía todo lo que le había dicho hacía unos momentos. También tuvo que
reconocer que Edward parecía incapaz de deducir lo que sucedía en el interior de
su compleja cabeza. Después de todo, había parecido muy afectado cuando le
había dicho que su único interés por ella radicaba en el sexo y, sin embargo,
nunca le había mencionado otra cosa.
—Estoy segura de que podrás explicar a tu
familia que cometiste un error al casarte con tanta precipitación...
—Aún esperan que lleve el error a casa —interrumpió
Edward con ironía mientras hacía que Bella se sentara de nuevo y le abrochaba
el cinturón porque el avión estaba a punto de aterrizar—. En la familia Cullen,
cuando te casas, permaneces casado.
—Puede que las mujeres Swan tengamos la costumbre
fatal de casamos con los hombres equivocados...
—Ponerme al mismo nivel de Gigandet es un
golpe realmente bajo.
—Resultará mucho más cómodo para ti que
hayamos roto cuando esté ayudando a la policía con sus investigaciones.
—¡No vas a ayudar a la policía en ninguna
investigación! —replicó Edward, que comprendió en aquel momento que estaba
dispuesto a hacer cualquier cosa para proteger a Bella. Y si para protegerla tenía
que ocultar la prueba para asegurarse de que no la relacionaran con los delitos
de Gigandet, así lo haría. Solo tuvo que mirar a Bella e imaginarla en una celda
para que todos sus principios éticos se tambalearan.
Mientras el avión aterrizaba, Bella empezó a
dudar de las decisiones que había tomado. Sin embargo, había que detener a James.
¿Qué otras cosas terribles sería capaz de hacer si lo dejaban libre? ¿Acaso
iba a tener que pasar el, resto de su vida temiendo a aquel hombre? ¿Y por qué
iba a tener que perder Edward su dinero por haberse casado con ella? Eso no
estaría bien. Y estaría aún peor que Edward y su familia tuvieran que sufrir la
vergüenza de que este se hubiera casado con una mujer que corría el riesgo de
ser arrestada por fraude. Después de todo, si como directora de Swan Travel
podía ser considerada responsable de la desaparición del dinero de Edward,
también podía serio del fraude de los chalets. ¿Y como podía culpar a Edward
por su desconfianza cuando el fax que había recibido del banco parecía una
prueba convincente de su implicación en el asunto? ¿Cómo podía culparlo cuando
aún tenía que contarle toda la verdad sobre su relación con James?
Lo más probable era que Edward siempre
hubiera intuido que no le estaba contando toda la verdad, Y aquel era el motivo
de su suspicacia. Sin embargo, ¿qué sentido tenía decirle nada ahora que se
iban a separar? Porque era evidente que tenían que hacerlo; si James iba a ser
procesado, y si ella quería proteger a Edward del escándalo, no había otra
opción.
De manera que se entregaría a la policía en
lugar de esperar a que esta la detuviera. ¿Había amenazado a Edward con el divorcio
solo porque estaba enfadada con él? La idea de estar sin él era como prestarse
a que le arrancaran el corazón sin anestesia.
—No te culpo por pensar que podría ser
culpable —dijo con tristeza mientras caminaban hacia la terminal en el
aeropuerto de Estambul—. Tienes motivos para...
—No. Pase lo que pase, debería confiar
siempre en ti.
—¿Cómo vas a confiar en mí si vengo de una familia
que ha albergado durante tanto tiempo a un tipo como James? —murmuró Bella,
desesperada—. Es mejor que nos divorciemos y que no me menciones a nadie. Si
los miembros de tu familia se han disgustado por el hecho de que te hayas
casado sin invitarlos a la ceremonia, es posible que aún no hayan hablado de tu
matrimonio con sus parientes o amigos, de manera que nadie tiene por qué
enterarse de nada.
En un repentino movimiento, Edward tomó una
mano de Bella como si el divorcio fuera tan inminente que tuviera que
sujetarla para impedirlo.
—Sé que te he disgustado mucho con mis sospechas,
pero no hay motivo para hablar de divorcio.
—Me temo que no pensarás lo mismo si soy
arrestada.
—Si existiera el más mínimo riesgo de que
sucediera eso, te sacaría de inmediato del país —declaró Edward con una
firmeza que inquietó a Bella, pues parecía sugerir que existía una posibilidad
real de que se diera aquella situación—. Pero como no pienso demandar a Gigandet,
eso no será necesario.
—Pero querías demandado...
—Tú me importas mucho más que la venganza —confesó
Edward—. Tu tranquilidad es fundamental para mí.
Al parecer, Bella no estaba dispuesta a
conceder que pudiera profesarle ni siquiera cierto afecto, porque suspiró y,
mientras Edward la ayudaba a entrar en la limusina que los aguardaba, dijo:
—Por supuesto, no querrás arriesgarte a que
todo esto salga a la luz, con el consiguiente bochorno para toda tu familia.
Puedes llevarme directamente á la comisaría —murmuró mientras él se sentaba a
su lado—. No estaría bien que James se librara de...
—¡Lo que no esta bien es que mi esposa hable
de divorciarse de mí! —espetó Edward a la vez que pasaba una mano por la
cintura de Bella y la atraía hacia sí—. O que, aún siendo inocente, estés
dispuesta a acudir a la policía para contarles una historia que no podrán
entender tan bien como yo. Ambos temas quedan zanjados. Para siempre.
Bella tuvo que reprimir un gemido de
desolación al sentir la reacción de su cuerpo ante la proximidad del de Edward.
—Pero...
—Las esposas turcas no suelen discutir con
sus maridos. Pregúntale a mi bisabuela, Elizabeth —aconsejó Edward—. Puedes
tratar de manipularme de otras mil formas; eso está bien, e incluso es algo que
se espera de ti. Pero discutir está mal visto.
—Pero cuando la policía averigüe que soy
directora de Swan Travel y James sea juzgado por el asunto de los chalets...
—Eres Bella Cullen. No has hecho nada malo,
luego no tienes nada que temer —murmuró Edward, que no veía motivo para
preocupar a Bella diciéndole que la policía ya estaba al tanto de que ella
aparecía como directora de la agencia—. Como mi esposa, tu puesto está a mi
lado, y si surge algún problema, ten por seguro que yo me ocuparé de tratar con
ellos en tu nombre.
—Ojalá fuera así la vida —dijo Bella, que
estuvo a punto de reír a pesar de la ansiedad que sentía, pues Edward parecía
creer realmente que no había nada a lo que no pudiera enfrentarse, nada que no
pudiera arreglar.
—La vida conmigo es y será así, te lo prometo
—Edward miró los labios de Bella y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no
besarla con toda la pasión que la mera posibilidad de perderla había
despertado en él.
Sin embargo, Bella lo había acusado de buscar
en ella tan solo sexo, y sabía que aquella acusación volvería a perseguido en
los peores momentos posibles. Lo último que quería era acrecentar aquella
impresión. Esa noche, cuando se acostaran, se limitaría a abrazarla, nada más.
Y seguiría haciéndolo durante al menos una semana...
Como atraída por un imán, Bella fue dejando
que su peso descansara contra él, hasta que Edward la sorprendió apartándola de
su lado con expresión preocupada. Avergonzada por sus frustradas expectativas,
Bella se retiró hasta el extremo del asiento y trató de concentrarse en las
ajetreadas calles por las que circulaban. ¿Iría todo bien, como había dicho
Edward? En ese caso, no tenía sentido que se engañara diciendo que quería
divorciarse.
¿Estaba realmente obsesionado con el sexo?,
se preguntó Edward, que se encontraba embarcado en otro incómodo proceso de
autoanálisis. Habría podido decir que estaba obsesionado con Bella, pero ella
ya debería haber deducido aquello por su cuenta. Cuando un hombre se casaba
con una mujer cuatro días después de verla, no podía decirse que estuviera
siendo especialmente racional, sobre todo si se había pasado la vida jurando
que no iba a casarse nunca. ¿Consideraba Bella que la contención sexual era una
demostración de cariño y romanticismo incluso durante el matrimonio? De
pronto, la contención sexual le pareció como una oscura nube amenazadora.
Inquieta ante la perspectiva de ir a conocer
a la familia de Edward, Bella precedió a este cuando entraron en la enorme
mansión en la que habían vivido tres generaciones de Cullen.
—Te apuesto lo que quieras a que no les
gusto.
—A Elizabeth le gustaste nada más verte, y mi
padre estará feliz sabiendo que no va a tener que volver a escuchar las
quejas de las mujeres de la familia porque aún sigo soltero —dijo Edward
animadamente.
En cuanto una doncella abrió la puerta, Esme,
la madre de Edward, una mujer delgada, de cabellos caramelo y de unos cincuenta
años, se acercó a Bella para darle la bienvenida en inglés. El padre de Edward,
Carlisle, una réplica de aquel a pesar de tener el pelo rubio, le dedicó una
amplia sonrisa. Anne, la abuela, era la más silenciosa de las tres mujeres. Elizabeth
Cullen tomó una mano de Bella en sus frágiles dedos y la miró con ojos llorosos
a la vez que asentía, satisfecha.
—Tú Y yo tenemos que volar mañana a
Inglaterra —murmuró Carlisle a su hijo mientras las mujeres se ponían a
charlar.
—¿Repite eso? —dijo Edward, sorprendido.
—Esta promete ser una boda muy tradicional —contestó
Carlisle—. Debemos preguntar al padre de Bella si te acepta como esposo para su
hija.
—Quiera o no, ya me tiene como yerno —contestó
Edward, al que no le hacía ninguna gracia la idea de separarse de Bella, aunque
solo fuera por un par de días. Sin embargo, al pensar en ello más detenidamente
tuvo que reconocer que nunca se le habría ocurrido casarse con una de sus
compatriotas sin acercarse primero a su familia—. Pero tienes razón. Así es
como deben hacerse las cosas.
—Cuando vuelvas solo a tu casa esta noche, habrás
descubierto una de las verdades más tristes de la vida —dijo Carlisle—. No es
posible luchar contra Elizabeth. Se disgustará si discutes y se quedará
destrozada si te niegas a cumplir sus expectativas y, ¿cómo vas a arriesgarte a
que suceda eso?
Edward frunció el ceño.
—¿Solo? ¿De qué estás hablando?
—Si no estás dispuesto a admitir que ya te
has casado, no puedes ser visto llevando a Bella a tu casa. Cuando hablamos
por teléfono ayer, entendí que ese iba a ser el arreglo...
—Edward... —desde el
otro extremo de la habitación, la bisabuela de Edward extendió una mano hacia
este.
¿Irse solo, sin su
esposa? ¿Acaso se habían vuelto locos todos para pedirle tal cosa?, se
preguntó Edward.
—Hasta que se celebre
la boda, Bella puede quedarse con nosotros como si fuéramos su familia. Así no
habrá cotilleos —dijo la anciana mujer, feliz.
Edward apretó los
puños al ver la mirada de ruego que le dirigió su madre.
—Puedes venir a
visitar a Bella cuando quieras —sugirió su abuela Anne para aplacarlo.
—Pero no puede
quedarse a solas con ella —advirtió de inmediato Elizabeth—. De lo contrario,
la gente dirá que las cosas van demasiado deprisa y que la familia es
demasiado liberal.
—Pero Bella ya es mi
esposa —dijo Edward secamente.
—La tendrás para ti
el resto de tu vida, pero este es un tiempo para el cortejo y las visitas —Elizabeth
habló como si todo el proceso estuviera escrito en piedra e ignoró por completo
la referencia de Edward al matrimonio civil—. Supongo que no querrás que se
diga que valorabas tan poco a tu novia que no quisiste seguir las ancestrales
costumbres de tu país.
Edward respiró
profundamente.
—Hace setenta años era costumbre celebrar bodas...
—Que duraban cuarenta días y cuarenta noches —interrumpió
su bisabuela, que logró que Edward se pusiera pálido—. Pero ya no vivimos en un
pueblo y, aunque pienso que es una pena que las bodas se celebren ahora con tanta
precipitación, sé que tendrá que bastar con una semana.
Edward tragó saliva. Una semana; siete días
sin Bella. Estaba horrorizado. Pero al contemplar los confiado y esperanzados
ojos de su bisabuela supo que no podía decepcionarla con una negativa. Cuando
asintió, el noventa y nueve por ciento de la tensión que tenía atenazados a sus
parientes se desvaneció al instante.
—Debo explicar esto a Bella... en privado —murmuró
Edward.
—Deja la puerta abierta —dijo Elizabeth con
el ceño fruncido tras oír la petición de su bisnieto.
Bella había asistido a aquella curiosa escena
sin entender nada de lo que estaba pasando. La madre de Edward no había dejado
de hablarle mientras miraba a su hijo con evidente tensión, pero ahora todo el
.mundo parecía feliz y relajado, excepto Edward, que estaba aún más tenso que
antes.
—¿Qué sucede? —preguntó en cuanto estuvo a solas
con él en la habitación contigua.
Edward soltó el aliento.
—Anoche te oí hablar con James por
teléfono...
—¿En serio?… —interrumpió Bella, que pensó de
inmediato que aquel debía ser otro factor que había contribuido a que Edward
se mostrara tan desconfiado al descubrir que su nombre aparecía en la cuenta
abierta por James.
—Mientras pensaba en lo que había oído recibí
una llamada de mi madre y... en realidad no recuerdo bien lo que dije, pero
parece que cuando hablé con Elizabeth le di la impresión de que estaba
dispuesto a pasar por una boda más tradicional para aplacar los sentimientos
que había ofendido —explicó Edward—. Ahora se niega a reconocer la boda civil,
lo que significa que espera que nos comportemos como si aún estuviéramos
solteros. Eso supone que tendrás que alojarte aquí sin mí hasta qué nos casemos
por segunda vez.
—Oh... Pero aún faltan diez días para la
boda.
—Una semana.
—No. Tu madre ha sido muy clara respecto a la
fecha.
—¡Elizabeth se está comportando como si
nuestra boda por lo civil hubiera sido algo vergonzoso!—protestó Edward.
—No creo. Me ha aceptado abiertamente y no me
gustaría herir sus sentimientos.
Edward asintió a pesar de sí mismo y luego
comunicó a Bella su intención de volar al día siguiente a Londres para visitar
a su familia.
—Oh, no... ¡Alice te odia! —exclamó Bella,
consternada.
Edward vio cómo se llevaba una mano a los
labios al darse cuenta de lo que acababa de revelar y no pudo evitar ponerse
tenso.
—Te odia por cómo me dejaste hace tres años —añadió
rápidamente ella con una mueca de pesar.
Edward pensó con fatalismo que cada uno de
los pecados que había cometido estaban volviendo para perseguirlo.
—¿Y el asunto de los chalets... y lo demás? —preguntó
Bella, preocupada—. Alice y papá tienen que enterarse.
—Sí —reconoció Edward. —Yo me ocuparé de eso.
—Debería llamar a Alice.
—Sí, pero dile solamente que nos hemos
casado.
—Pero...
—Manejaré el asunto con tacto. Ahora también
formo parte de tu familia —Edward tomó a Bella de las manos y la atrajo hacia
sí—. Cuando vuelva, te llevaré a hacer las rutas turísticas que tu hermana espera
que hagas, y nadie podrá protestar por eso.
—Te echaré de menos de todos modos —susurró
Bella.
Edward reprimió un gemido.
—Estaré de vuelta en menos de cuarenta y ocho
horas, pero de pronto me parece demasiado tiempo... ¿por que será?
Bella lo rodeó por el cuello con los brazos Y
se arrimó a él todo lo que pudo. Edward estaba a punto de besarla cuando una
discreta tos procedente de la habitación contigua le hizo contenerse.
—Estoy deseando que llegue ya nuestra segunda
boda, güzelim.
Las siguientes veinticuatro horas resultaron
realmente ajetreadas para Bella. Cuando llamó a su hermana, Alice se quedó
anonadada al enterarse de que su hermana se había casado con Edward, pero se
tranquilizó al saber que iba a haber una segunda boda más formal.
—Asistiremos a la boda, por supuesto —dijo—.
Con un poco de suerte, Edward enviará su avión privado a recogernos y nos
ahorraremos los billetes —bromeó, divertida—. A cambio, dejaré de llamarlo «rata»
y haré todo lo posible porque me caiga bien.
Bella descubrió enseguida que se llevaba de
maravilla con los parientes de Edward y agradeció con todo su corazón que la
trataran con afecto. Aquella tarde se celebró una pequeña fiesta a la que
parecieron asistir todas las mujeres conocidas de la familia Cullen. Bella era
el centro de atención, por supuesto. Cuando Elizabeth Cullen empezó a dar muestras
de cansancio, ella misma la acompañó a una habitación para que descansara un
rato.
Cuando salió, una guapa rubia vestida con un
elegante traje de pantalón blanco la interceptó para presentarse.
—Soy Tanya. Conozco a Edward prácticamente de
toda la vida, y me ha sorprendido enterarme de que iba a casarse. Después de
todo, ¡sigue enamorado de mí!
Bella parpadeó, desconcertada.
—¿Disculpa?
—Edward nunca lo admitiría, por supuesto, a
pesar de que principios de este año tuvimos una aventura. Es demasiado
testarudo y orgulloso —la sensual boca de la mujer se transformó en una tensa
línea cuando añadió—: Pero quiero que sepas que tú eres solo una segundona.
Edward se enamoró de mí cuando éramos adolescentes y nunca lo superó.
Bella recordó entonces que Edward le había
hablado de aquel primer y decepcionante amor, y dijo lo primero que se le vino
a la mente:
—¡Tú debes de ser la chica a la que encontró
en una ocasión con uno de sus amigos! —al ver que Tanya se ruborizaba
intensamente, añadió—: Lo siento... no pretendía decir eso —murmuró, afectada
por la maldad de la otra mujer, pero también avergonzada por su reacción.
Inesperadamente, Tanya dejó escapar una
amarga y breve risa.
—Había bebido demasiado y me comporté como
una tonta. No amaba al hombre con el que me casé después de perder a Edward.
¿Imaginas que pudiera preferir a otro antes que a él?
Bella se puso pálida tras aquellas
reveladoras palabras y, reacia a seguir escuchándola, murmuró:
—Discúlpame, por favor...
La fiesta continuó pero, a partir de aquel momento,
Bella se vio obligada a interpretar el papel de novia feliz a pesar de que su
mente era un torbellino. Sabía que Tanya estaba enfadada y resentida y que solo
quería causar problemas y dolor, pero el problema era que también conocía el lado
más oscuro de Edward y su fuerte carácter. Aunque hubiera esperado amar a Tanya
el resto de su vida, Edward nunca le habría perdonado su infidelidad. Por ello
lo que más le había disgustado había sido que Tanya le hubiera asegurado que
había tenido una aventura reciente con él. ¿Por qué iba a haberse implicado de
nuevo Edward con una mujer que lo había traicionado? La única respuesta posible
era que sus sentimientos por ella seguían siendo muy fuertes.
Por primera vez, Bella pensó que podía haber
una buena razón por la que Edward solo hablaba del «cariño» que sentía por
ella: no había dejado de amar a aquella mujer. Una mujer con la que nunca se
casaría.
Bella sintió que su corazón se encogía. Ya
había logrado asumir de algún modo que Edward no la amaba, pero la sospecha de
que pudiera estar enamorado de otra mujer resultaba devastadora.
Recién llegado tras haber pasado por París
para hacer algunas compras, Edward observó a la cuadrilla que se esforzaba en
subir el gran düzen labrado por las escaleras de su
casa familiar. En ocho días, catorce horas y treinta y siete minutos, Bella
volvería a estar junto a él, en su casa, en su cama. Mientras esperaba,
utilizaría el tiempo para demostrarle lo maravilloso que podía ser como
marido: romántico, tierno, cariñoso, considerado, sensible, paciente, magnánimo
y tolerante.
Cuando entró en la casa se alegró de
encontrar a Bella a solas.
—Bella... —murmuró, satisfecho.
—Edward... —Bella logró sonreír a pesar de su
estado de ánimo y lamentó que su corazón careciera por completo de orgullo,
pues se puso a latir aceleradamente al ver a su marido.
—¿Me has echado de menos? —preguntó él.
—Hemos estado muy ocupadas... —los labios de
Bella se comprimieron en una tensa línea. Después de todo, a Edward le había
llevado dos días volver a Turquía mientras que su padre había tardado menos de
veinticuatro horas en estar de vuelta. La entrada de la cuadrilla que llevaba
el baúl supuso una momentánea distracción.
—El düzen..., mi primer regalo para ti
—dijo Edward, que controló el impulso de preguntar a Bella qué le pasaba,
recordándose que su falta de fe en ella debía haberle hecho perder varios
puntos antes sus ojos. Abrió el baúl y sacó una gran caja de su interior.
—¿Qué es? —preguntó Bella.
—La tela para tu vestido de boda. Es una
vieja costumbre que el novio se encargue de comprarla.
Decidida a no dejarse impresionar, Bella alzó
la tapa con expresión indiferente. Y se quedó maravillada la ver una exquisita
tela de seda blanca con un bordado a mano en oro.
—Oh... Es una preciosidad...
—No me dejes verlo —advirtió Edward al ver
que Bella estaba a punto de retirar por completo la tapa.
—Pensaba que la habías elegido tú.
Edward se encogió de hombros.
—Se supone que el novio debe llevarse una sorpresa
con el vestido el día de la boda, así que hice una lista de las cosas que sé
que no te gustan y dejé que la diseñadora eligiera la tela. Va a volar esta
tarde hasta aquí para hacerte una prueba.
Bella volvió a tapar la caja y miró a Edward
con ojos soñadores, pues lo que le había contado le había parecido muy dulce.
Era inútil. No podía comportarse con frialdad con él amándolo como lo amaba.
Aunque Edward sintiera debilidad por Tanya, no pensaba cometer el error de
interrogarlo al respecto. ¿Qué conseguiría poniéndose a husmear en su pasado?
—Todo lo demás que hay en el baúl lo elegí yo
—aseguró Edward.
—¿Todo lo demás? —Bella fue a mirar el
interior del baúl y se quedó asombrada. Estaba lleno de ropa.
—Tu ajuar... —Edward la miró con expresión
divertida—. He hecho que suban la ropa interior a tu cuarto en otro paquete.
No quería avergonzarte.
—¿Me has comprado lencería?
—Sí, y ha sido una experiencia realmente
erótica, güzelim.
El tono sugerente de Edward hizo que la boca
de Bella se secara y que su rostro ardiera. El sonido del bastón de la
bisabuela y un murmullo de voces acercándose les advirtió de que estaban a
punto de tener compañía.
Media hora más tarde, Edward llevó a Bella en
su coche a ver el suntuoso palacio Topkapi, que había sido la residencia de los
sultanes otomanos durante al menos cuatrocientos años.
—¿Qué tal han ido las cosas con mi hermana? —preguntó
Bella mientras se dirigían al palacio—. ¿Por qué no me ha llamado? Imagino que
se habrá llevado un disgusto horrible al enterarse de lo sucedido con los chalets.
—Dijo que prefería esperar a hablar contigo
cuando viniera para la boda. Cuando le conté lo de los chalets, se llevó un
gran disgusto y se enfadó mucho. Pero tu padre ha aceptado que yo compre Swan
Travel como socio igualitario —explicó Edward—. Alice no quería aceptar al
principio mi propuesta, pero puedo ser muy persuasivo.
—Sí, lo sé... —Bella observó el fuerte perfil
de Edward y sonrió—. Has sido increíblemente amable.
—Tu familia ha pasado por una mala época y
quería ayudar.
—¿Siempre consigues lo que quieres?
—Tú fuiste uno dé mis pocos fracasos.
—¿Y Tanya? —el nombre de la otra mujer surgió
de los labios de Bella sin que pudiera evitarlo. Edward, que había detenido el
coche en un semáforo, se volvió a mirarla con una expresión mezcla de sorpresa
y enfado.
—¿Dónde la has conocido?
Bella se ruborizó.
—Asistió a la fiesta que organizó tu madre.
Edward hizo una mueca de desagrado.
—Mi padre aún tiene negocios con el suyo,
pero me sorprende que Tanya tuviera el valor de asistir. No nos cae bien a
ninguno.
—Según dice, aún sigues perdidamente enamorado
de ella.
La expresión de Edward fue de total
incredulidad.
—¿Once años después de encontrarla en la cama
con otro?
—En ese caso, supongo que no has tenido una
aventura reciente con ella.
Los cláxones empezaron a sonar tras ellos
cuando el semáforo se puso en verde y Edward se limitó a seguir mirando a
Bella.
—¿Te has vuelto loca? —preguntó, furioso—.
¿Quién te ha dicho eso? ¿Ella? —al ver que Bella no lo negaba, Edward apretó
los dientes y pisó el acelerador—. Voy a su casa a dejar esto aclarado ahora
mismo.—No... ¡no, por favor! —suplicó Bella.
—¡Si quiere contar mentiras, tendrá que pagar
un precio por ello! Eres mi esposa y no pienso permitir que nadie te
disguste...
—Me disgustaré más si haces una montaña de un
grano de arena —advirtió Bella—. Después de lo que me has dicho, comprendo que Tanya
se estaba dejando llevar por el rencor...
—Te aseguro que después de que hable con ella
no tendrás por qué volver a aguantar ese rencor —prometió Edward.
Bella sintió un gran alivio cuando, unos
minutos después, Edward pulsó el timbre de una lujosa casa y nadie fue a abrir.
—Estoy deseando ver el palacio Topkapi —murmuró
cuando él volvió al coche.
Edward la miró un momento, se inclinó hacia
ella y la besó con un fervor posesivo que electrizó el cuerpo de Bella. Echó la
cabeza atrás y abrió la boca para que Edward penetrara con la lengua en su
interior.
Unos segundos después, él se apartó con un estremecimiento.
—Cuando te tengo cerca, pierdo el control —murmuró—.
¡Ni siquiera en los lugares públicos logró mantener las manos alejadas de ti!
—Pues vamos a un sitio privado —dijo Bella
sin detenerse a pensarlo dos veces.
—No —dijo Edward con firmeza mientras volvía
a poner el coche en marcha.
Bella se había ruborizado hasta la raíz del
pelo.
—¡Pero estamos casados! —protestó.
—Tenemos toda una vida por delante —dijo
Edward, que estaba teniendo que hacer verdaderos esfuerzos para resistirse a la
tentación.
Una hora más tarde, a la sombra del pabellón
del cuarto patio del palacio, Bella contempló la espectacular vista del mar sin
lograr concentrarse en ella. Estaba pensando en la inmediatez con que Edward había
respondido a sus preguntas sobre Tanya y comparando la abierta franqueza que
había demostrado con su secretismo respecto a James. No había dejado de
utilizar excusas para convencerse a sí misma de que no necesitaba contar a
Edward la desagradable verdad del comportamiento de James hacia ella, pero
contándole las cosas solo a medias no había sido justa con él ni consigo
misma. Respiró profundamente y tomó una repentina decisión.
—Quiero contarte algo, Edward. Quiero que
entiendas por qué siempre he tenido miedo de James. —El la miró atentamente y
asintió, tenso.
Bella se encogió de hombros antes de empezar.
—Supongo que es un miedo irracional, pero el problema es que James empezó a
comportarse mal conmigo cuando yo era demasiado joven para saber cómo tratar a
un matón como él. La primera vez que lo vi con una mujer y se lo conté a papá, James
dedujo que había sido yo la que se lo había contado. Fue a recogerme al colegio
y se puso como un loco porque quería asustarme. Me gritó y amenazó diciendo
que si volvía a hablar sobre él con alguien le diría a Alice que... que yo
había tratado de seducirlo...
Edward dejó escapar una maldición entre
dientes y tomó las manos de Bella en las suyas.
—Ni siquiera ahora sé si Alice habría
aceptado mi palabra contra la de James. Estaba loca por él. Pensaba que era muy
atractivo y solía bromear diciendo que las demás mujeres no dejaban de
coquetear con él. De manera que me mantuve en silencio, pero eso no bastó para James.
Me odiaba y le gustaba fastidiarme —murmuró Bella—. No dejó de atormentarme
durante los tres años que tardé en poder irme de casa.
—¿Cómo? —preguntó Edward.
—Cuando no había nadie más cerca, solía dedicarse
a hacer comentarios obscenos sobre cómo se estaba desarrollando mi cuerpo... y
cosas de esas... —Bella tuvo que esforzarse para continuar hablando—. Nunca me
puso una mano encima, pero yo vivía aterrorizada temiendo que algún día lo
hiciera.
Edward pasó un brazo por sus hombros e hizo
que se apoyara contra su cuerpo. Él mismo estaba temblando literalmente de
rabia. Sabía que, si algún día tenía cerca a Gigandet, querría matarlo con sus
propias manos. ¡Qué ciego había estado al deducir que lo que sucedía era que
Bella estaba enamorada del marido de su hermana! Aunque tarde, por fin comprendía
a qué se había referido su contable cuando le había dicho que notaba algo raro
en la relación que había entre Bella y James; Tecer Godian había percibido el
miedo que Bella profesaba a su cuñado.
—No le dije nada a papá porque temía que James
llevara adelante su amenaza de decir que yo había tratado de seducirlo. Y si me
hubiera empeñado en demostrar que mentía, la verdad habría destrozado el
matrimonio de Alice. No era capaz de enfrentarme a la situación...
—¿Cómo ibas a hacerlo? —dijo Edward—.
Deberías haberme contado todo esto hace tres años.
—Me asustaba que pudieras pensar que había
alentado a James... Además, para entonces ya me había acostumbrado a mantener
el secreto —confesó Bella—. Fue por él por lo que empecé a vestir como lo hago;
me esforzaba por no llamar su atención. Solo al ir a la universidad me di
cuenta de lo diferente que era a las otras chicas. Me sentía tan nerviosa con
los chicos... Ni siquiera me gustaba que me miraran porque me hacían recordar a
James y me sentía sucia.
—Tranquila... tranquila —murmuró Edward con
voz ronca, sintiendo una extraña mezcla de rabia y remordimiento por no haber
sido más comprensivo con ella.
—Cuando me enamoré de ti, traté de esforzarme
más —admitió ella, casi dolorosamente—. Después de ti... bastante después, pedí
ayuda a una psicóloga porque sabía que no era normal sentir lo que sentía.
Durante unos segundos, Edward se limitó a
mantenerla abrazada. Luego, la llevó al restaurante del palacio, que se
hallaba en una magnífica terraza al aire libre, y le hizo preguntas sobre el
asesoramiento que recibió de la psicóloga.
—El comienzo de mi
recuperación fue comprender que estaba permitiendo que James arruinara mi vida
—dijo Bella con una irónica mueca—. La obligación de mantener el secreto, la
sensación de estar atrapada en mi propia casa, el sentimiento de impotencia...
todo ello fue conformando mi carácter. Dejé que James me convirtiera en una
víctima.
—Y no puede decirse que yo te ayudara precisamente
con mi actitud —Edward acarició con delicadeza una mejilla de Bella—. No dejaba
de sentir tu reserva hacia mí y busqué rápidamente la explicación más fácil para
tu comportamiento. Pero no hice nada por alentar tu confianza, güzelim.
Bella sintió que la emoción atenazaba su
garganta y tuvo que tragar. Era muy agradable saber que ya no había secretos
entre ellos. Edward no había dudado ni un momento de ella, lo que le produjo
una intensa sensación de alivio.
Los días que siguieron fueron muy ajetreados.
Entre los preparativos de la boda y las visitas turísticas que hizo con
Edward, Bella apenas tuvo tiempo de pensar.
A mitad de la semana, Edward consiguió las
pruebas que demostraban que la firma de Bella que aparecía en el contrato con
el banco en el que James había abierto la cuenta era falsa.
—Es una falsificación muy burda, y los
especialistas apenas han necesitado unos minutos para llegar a esa conclusión
—dijo, satisfecho—. Gigandet se cree muy listo, pero falla estrepitosamente en
los pequeños detalles.
—¿Qué le va a pasar? —preguntó Bella,
ansiosa.
—No quiero que pienses ni un minuto en él—dijo
Edward—. Confía en mí. Te aseguro que nunca más va estar en condiciones de
hacerte daño a ti ni a tu familia.
Cuando solo faltaban dos días para la boda,
Edward tuvo que ausentarse para resolver unos problemas que habían surgido en
uno de sus periódicos. Bella empezaba a sentirse cansada después de tantos días
de tensión y ajetreo y, consciente de que sus parientes iban a llegar al día
siguiente, decidió no asistir a una cena a la que había sido invitada junto con
el resto de la familia de Edward para retirarse a dormir antes de la hora
habitual. Estaba a punto de hacerlo cuando una doncella llamó a la puerta de su
habitación para decide que tenía una visita.
Cada tarde durante aquella semana, acompañada
de las matriarcas de la familia, Bella había recibido las visitas y los regalos
de varios de los invitados que iban a asistir a la boda. En aquella ocasión,
sin el apoyo de la madre de Edward, que solía sentirse encantada en su papel
de traductora, solo pudo rogar para que su inoportuno visitante hablara inglés.
Pero cuando entró en la sala de estar, la
sonrisa de bienvenida que curvaba sus labios se desvaneció al instante al ver
al hombre rubio que se hallaba junto a la chimenea.
James le dedicó una desagradable sonrisa.
—¿No te había dicho que nos veríamos pronto?
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Disfruten de este capítulo porque el que viene es el ULTIMO
Si, la historia termina con el siguiente capítulo, pero yo les advertí que sería corta, así que con mucho pesarles digo que esto llegará a su fin el sábado... o tal vez el domingo.
Luego me dedicaré a mis otras historias y talvez adapte alguna mas.
El próximo capítulo es un poco mas corto, pero emotivo.
Dejen comentarios porfavor!