sábado, 30 de julio de 2011

♥ MADMP - Capítulo 5 ♥


Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 5
Arrepentimiento y amor

Edward estaba tomando, una larga ducha de agua fría.
Bella sí era virgen. Aún estaba anonadado por el descubrimiento. Iba a tener que ser sincero con ella. Aquella fue su primera decisión.
Trató de imaginar una escena en la que le conta­ba que, hasta el momento en que lo había descu­bierto, había creído que se había estado acostando con el marido de su hermana. Hizo una mueca de desagrado. No, no podía decirle la verdad descarna­da. Bella se quedaría horrorizada y se sentiría ofendida con razón. ¿Cómo iba a afligirla admitiendo que había dado crédito a la existencia de tal aventu­ra hasta el punto de haberla dejado por ello? ¿Cómo iba admitir que había creído que no solo lo había traicionado a él, sino también a su hermana?
Todo aquel tiempo, Bella había sido todo lo que aseguraba ser, todo lo que él había creído que era al conocerla y cuando ella le había dicho cosas como, «¿no podemos seguir siendo amigos?», lo había dicho de verdad, en el sentido más limpio. No había sido una sutil sugerencia sexual de que en aquella ocasión estaba dispuesta a meterse en su cama.
Edward gimió y pasó una mano por su mojado pelo cobrizo. Una serie de recuerdos anteriormente censurados bombardearon su mente en su forma original. Recuerdos de Bella aquel verano, antes de que rom­pieran. En todos aquellos recuerdos, Bella resultaba especialmente agradable, poco materialista y de buen corazón.
Para empezar, adoraba a los niños pequeños y era capaz de demostrar una paciencia infinita incluso con los más traviesos. Tampoco solía gustarle que él gastara demasiado dinero en ella y se molestaba en preparar comida cada vez que salían de excursión.
Cada vez hacía más frío en la ducha, pero Edward estaba inmerso en sus recuerdos, en los terribles errores que había cometido al juzgar a Bella. Finalmente, temblando, tomó una toalla.
A pesar de cómo la había tratado, Bella no podía saber lo que había pasado por su mente durante todo aquel tiempo, y no quería que lo averiguara nunca. No quería que llegara a saber jamás que era un tipo implacable, cínico y, al parecer, con una mente exageradamente suspicaz.
Tan solo le quedaba una duda. ¿Qué había esta­do haciendo Bella con James Gigandet en aquel hotel?¿ y por qué había mentido luego diciendo que no había estado allí? También le intrigaba la causa por la que había dejado de mostrarse tan nerviosa con él. ¿Qué milagro había producido aquel cambio? «Deja de preocuparte por esas cosas», advirtió una vocecita en su interior. «Bella parece un ángel y lo es, así que deja de dudar de la suerte que has tenido encontrando a una mujer que no mereces».
Mientras escuchaba el sonido de la ducha, Bella se dijo que debía levantarse y vestirse cuanto antes.
Seguir desnuda en la cama le resultaba embarazoso, y el orgullo que había sentido hasta hacía unos mo­mentos por su valor se había esfumado. Su estúpido amor, y aún más estúpidas esperanzas, le habían he­cho perder el control y no había tenido que esperar mucho para pagar por tanta estupidez. ¿Por qué no lo reconocía de una vez? Lo único que siempre ha­bía buscado Edward en ella había sido el sexo y, una vez obtenido, se había sentido decepcionado.
¿Pero acaso no lo había decepcionado siempre de un modo u otro? Su mente volvió a la época en que lo conoció...
El magnífico ramo de flores que envió al bar para disculparse por lo sucedido solo fue un prelu­dio a su reaparición aquel mismo día. Y no malgas­tó ni un segundo en dejar claras sus intenciones. Echó atrás su atractiva cabeza, dedicó a Bella una de sus devastadoras sonrisas y murmuró:
—Creo que ambos sabemos que solo he regresa­do para volver a verte.
—Pero tienes novia...
—No. No salgo con mujeres que gritan a otras mujeres en público. Esperaré hasta que termines tu turno.
Bella nunca había conocido a un hombre menos consciente de la posibilidad de un rechazo. Estuvo a punto de decide que no, pero cuando miró sus maravillosos ojos esmeralda y pensó en la posibilidad de que se fuera de allí para siempre, decidió permane­cer en silencio.
Edward la llevó a su apartamento para que se cam­biara y Lauren la siguió de inmediato al dormito­rio.
—De acuerdo, de manera que no eres lesbiana y te lo has ligado. Pero ese tipo esperará algo más que un abrazo para cuando acabe la noche, así que no digas luego que no te lo he advertido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Bella, preocupa­da.
—Es un tipo realmente sexy, así que disfruta esta noche porque no volverás a verlo —profetizó su compañera de piso—. Dirás que no y él no volverá a perder el tiempo contigo. Después de todo, los tipos como él siempre encuentran chicas cuando quieren.
Edward llevó a Bella a comer a un encantador res­taurante turco y hablaron durante horas. Sobre todo habló él y ella escuchó. Estaba trabajando en el lanzamiento de una nueva revista e iba a pasar en Londres todo el verano. Aquella primera noche ni si­quiera trató de besarla, pero reservó para sí todas las horas libres que Bella tenía aquella semana.
La siguiente noche la besó y ella lo aceptó sin problemas porque estaban en un sitio público y no se sintió amenazada. También descubrió que le gus­taba que la besara. La tercera noche, Edward le pidió que lo acompañara al hotel y pasara la noche con él,           como si aquello fuera lo más natural para ella.
—No hago esa clase de cosas —le dijo.
—Claro que sí —dijo Edward—. Solo tratas de jugar al eterno juego femenino de hacer que un hombre se desespere antes de decirle sí. Pero yo ya estaba desesperado a los pocos segundos de verte.
—Nunca me he acostado con un hombre —mur­muró Bella.
Se produjo un largo silencio.
—¿Estás diciendo que eres...?
Bella asintió rápidamente, ruborizada. —Supongo que debería decir que seducir vírge­nes no es mi estilo, pero, para serte sincero, nunca me había encontrado en esta situación y la idea de ser tu primer amante me vuelve loco.
Aquella no era la comprensiva respuesta que Bella esperaba.
—Lo que trato de decir es que quiero esperar a estar casada —dijo, avergonzada.
—Pero yo no busco una esposa, y no tengo inten­ción de casarme nunca —replicó Edward—. Provengo de una familia en la que, durante varias generaciones, el matrimonio a temprana edad era la norma. He es­tado rechazando potenciales prometidas desde que tengo dieciocho años. Me gusta mi libertad. Así que, si quieres algo más, no soy el tipo que necesi­tas.
Bella lamentó que Edward no le hubiera dicho aque­llo en su primera cita. Para entonces ya era dema­siado tarde, pues se había enamorado de él. Pero cuando acabó la noche le dijo que no quería volver a verlo.
Recordó su expresión de enfado e incredulidad, y el miedo que le dio comprobar el genio que tenía. Edward no hizo ni dijo nada para demostrar su enfado, pero ella no lo había olvidado. No la llamó en dos días, pero al tercero se presentó en el pub, aún fu­rioso con ella, pero tratando de ocultarlo. Nada más verlo, Bella supo que, aunque su relación no tuviera futuro, aquel seguía siendo el hombre de su vida. Aquella misma semana, Edward le buscó otro trabajo como recepcionista en un salón de belleza de la esposa de un amigo suyo, cosa que ella agradeció sinceramente.
Durante unas semanas disfrutaron de su mutua compañía. La cosas solo empeoraron cuando el sexo entró a formar parte de la ecuación. Bella acep­tó acompañarlo al hotel en tres ocasiones distintas. En la primera, Edward le dijo que no estaba preparada para aquello porque, cuando trató de ir más allá de los besos, ella se quedó literalmente paralizada. En la segunda, Bella bebió más de la cuenta con la espe­ranza de librarse de sus inhibiciones, y Edward acabó teniendo que llevarla a casa en medio de un tenso silencio. En la tercera ocasión ella le dijo que a ve­ces él le daba miedo. Edward pareció tan afectado por sus palabras que Bella sintió de inmediato unos re­mordimiento terribles, pues sabía que la que tenía el problema era ella, no él.
Pero, sorprendentemente, Edward aceptó aquello durante una temporada y fue tan cariñoso con ella, que Bella no pudo evitar enamorarse aún más de él. Sin embargo, cuando Alice le pidió que lo llevara a casa, ella siguió poniendo excusas. Entonces, James se presentó un día en su apartamento justo an­tes de que Edward fuera a recogerla.
—Es hora de que enterremos el hacha de guerra —dijo James con una desagradable sonrisa mientras ella se encogía tras la puerta, a la que aún no le ha­bía quitado la cadena—. Alice está deseando cono­cer a ese tal Edward Cullen y te juro que me portaré a las mil maravillas si lo llevas a casa el fin de semana.
—¿Por qué? ¿Por qué ibas a jurar eso?
—A Alice le duele que apenas vayas por casa. Eso hace que me sienta mal.
Edward se mostró totalmente dispuesto a conocer a su familia y, aunque Bella se sorprendió por su inte­rés en invertir en Swan, Travel, fue un fin de sema­na estupendo. Una semana más tarde, hicieron una segunda visita a la familia porque el contable de Edward había volado de Turquía para echar un vistazo a la contabilidad de Swan Travel. Poco después, Edward y el padre de Bella firmaban un contrato. Pero, durante aquellas cuarenta y ocho horas, todo lo que pudo ir mal fue mal.
Bella estaba inquieta pensando que Edward se vol­vía a Turquía en unos días. Su sobrina Irina esta­ba mala cuando llegaron. Al día siguiente, Bella tuvo que sustituir a un empleado enfermo de la agencia de viajes. Entonces tuvieron que llevar a Irina a urgencias y Alice se puso frenética porque no lograba localizar a James.
Bella apartó de su mente aquellos desagradables pensamientos y recordó que al ir a despedir a Edward al aeropuerto aquella misma tarde este no dijo nada de volver a verla o de no volver a verla. No dijo nada de nada. Y aquella fue la última vez que lo vio o tuvo noticias de él. En una ocasión, lo llamó a su teléfono móvil para saber si estaba vivo y cuando Edward contestó no tuvo valor para decir nada.
Cuando Edward volvió al dormitorio Bella lo miró con expresión horrorizada, pues había perdido el sentido del tiempo. Su intención había sido estar vestida para cuando reapareciera, de manera que se cubrió completamente con las sábanas como si fue­ra una niña, dejando que asomaran tan solo unos mechones de su pelo.
Edward se sintió animado al ver que Bella seguía en la cama una hora después de lo sucedido. Además, seguía desnuda, lo cual significaba que, quisiera o no, iba a tener que escucharlo.
—Bella...
—Vete. ¡Quiero vestirme!
Edward se acercó a la cama y alzó unos centíme­tros la sábana para mirarla a los ojos.
—Me he comportado como un completo misera­ble contigo, pero te aseguro que siento un gran cari­ño por ti.
—En ese caso, demuéstralo y vete —replicó Bella, pensando que Edward siempre había utilizado mucho la poco comprometida palabra «cariño» cuando es­taba con ella. Pero aquella palabra no contenía nin­guna promesa y, tras esperar en vano durante largo tiempo a sus veintiún años una llamada de Edward, había llegado a la conclusión de que tampoco signi­ficaba nada.
—¡No puedo soportar que estés enfadada y no me dejes abrazarte! —protestó Edward, frustrado.
Bella alzó la cabeza al oír aquello. Había pareci­do sincero.
—No te entiendo...
—¿Y por qué ibas a querer entenderme? —pregun­tó él—. Soy un hombre. Se supone que soy diferente.
—Eres demasiado diferente —dijo Bella, impoten­te—. No se qué terreno piso contigo.
—Estás en mi cama, bajo mis sábanas y voy a sa­carte de aquí a la fuerza si no sales por ti misma.
—¡Hazlo y te prometo que te llevarás un puñetazo!
Edward contempló con asombro la expresión de enfado de Bella.
—Solo estaba bromeando.
Bella sabía que no era cierto. A aquel nivel lo co­nocía muy bien. Edward no habría dudado ni un se­gundo en retirar la sábana. La paciencia era algo desconocido para él.
Finalmente, decidió bajar la sábana hasta que su cabeza quedó al descubierto. Ni siquiera pensó en lo que estaba haciendo porque, con cada segundo que pasaba, la sensación de que Edward había vuelto a ser el hombre que recordaba de Londres se volvía cada vez más intensa. Parecía más relajado, menos agresivo. Su mirada reflejaba calidez en lugar de frialdad y desprecio. ¿Qué había cambiado? A pesar de sus esfuerzos, no logró dejar de mirarlo.
Edward se sentó en la cama.
—Me ha sorprendido mucho que fueras virgen. Sé que me dijiste que lo eras, y que hoy lo has repe­tido, pero ni te creí entonces ni te he creído ahora.
Bella parpadeó al oír aquella repentina confesión. —¿No me creíste entonces? —repitió.
—Al principio sí —respondió Edward, que había de­cidido optar por la verdad en aquel tema—. Pero a veces me preguntaba si no estarías tratando de que te propusiera matrimonio.
Bella se puso pálida y lo miró con una mezcla de resentimiento y reproche.
—Tú me dijiste desde el principio lo que pensa­bas del matrimonio. Yo ya sabía que lo nuestro no iba a llegar a ningún lado.
Extrañamente, aquellas palabras enfadaron so­bremanera a Edward.
—Nuestra relación no tenía futuro —continuó Bella, preguntándose por qué se habría puesto tenso como si le hubiera dicho algo ofensivo—. Yo vivía en Inglaterra. Tú vivías aquí. Lo único que querías era una relación superficial.
—Yo no hago nada superficial —los ojos de Edward brillaron retadoramente.
Bella frunció los labios.
—Acabas de hacerlo... aquí, conmigo —a Bella le costó verdaderos esfuerzos mencionar algo tan ínti­mo, pero tenía que hacerlo—. No sé lo que esperaba, pero no el comportamiento que has tenido después. Imagino que estabas totalmente centrado en ti mis­mo, como de costumbre, y supongo que te ha dado lo mismo lo que pudiera sentir al ver que te había decepcionado.
—¿Decepcionado? ¿Crees que me has decepcio­nado? —preguntó Edward, incrédulo, pasando por alto el comentario anterior sobre su supuesto egoísmo, aunque le había dolido—. ¿Cómo has podido pensar eso?
—No quiero hablar de eso ahora...
Edward pasó una mano tras la nuca de Bella, la atra­jo hacia sí y devoró su boca con una pasión demoledora. Cuando se levantó y empezó a desnudarse de nuevo, ella lo miró asombrada.
Los calzoncillos aterrizaron en el suelo junto a los vaqueros negros. Magnífico como un dios grie­go, presentaba el atractivo adicional de una desca­rada y poderosa erección. Bella se ruborizó hasta la raíz del pelo.
—¿Podría persuadirte para que vuelvas a decep­cionarme? —preguntó él roncamente.
Sin ni siquiera pensarlo, Bella se deslizó en la cama hasta adoptar una posición más adecuada y, diez se­gundos más tarde, Edward se había fundido con ella como una segunda piel. Y si la primera vez le había parecido increíble, la segunda tuvo que calificarla de salvaje. Después, se quedó dormida en brazos de Edward, flotando muy alto por encima del planeta Tie­rra. Más tarde, con una energía que acomplejó a Bella, porque pensaba que ella no iba a poder volver a mo­verse nunca más, Edward respondió a una llamada de te­léfono, se vistió, dijo que iba a encargar la cena y que debía devolver la llamada; y a continuación salió del dormitorio.
El sol ya se estaba poniendo cuando Bella salió de la cama para ducharse. Se sentía como una mu­jer perdida en un sueño erótico. Se sentía sublime.
Edward la hacía sentirse amada... pero sabía que aquel solo era un amor sexual. Ya no era tan ingenua como para creer que la increíble pasión que mani­festaba Edward por su cuerpo pudiera significar algo más.
«Eres exquisita», había dicho. «Eres perfecta para mí. Me pareces irresistible...»
«De momento», pensó Bella. Sabía que estaba enamorada de un hombre que nunca la consideraría más que una pequeña parte de su vida, que ni si­quiera bajo tortura le diría que la amaba y que ten­dría sumo cuidado de no hacerle ninguna promesa que no fuera a cumplir.
Edward le había descrito en una ocasión lo tradi­cional que era su familia, especialmente su bisabue­la, su abuela y su madre. Cuando tenía dieciocho años, empezaron a invitar a las hijas de sus amigos diciéndole que no tenía por qué casarse en unos cuantos años, pero que no había ningún mal en ele­gir temprano y mantener un largo compromiso.
Conscientes de que, gracias a su aspecto y a su di­nero, iba a ser la diana de muchas cazafortunas, sus familiares se mostraron desesperados por encontrarle una chica adecuada incluso antes de que fuera a la universidad. Por supuesto, dada la fuerza del ca­rácter de Edward, todas aquellas maniobras ejercieron sobre él el efecto contrario al buscado. Permanecer soltero se había convertido prácticamente en una cruzada para él.
Cuando salió del baño, Bella encontró su maleta en el dormitorio. Estaba a punto de sujetarse el pelo tras secárselo cuando recordó que a Edward le gustaba suelto y, sonriente, decidió dejarlo así. Mientras se ponía una falda verde y una blusa blanca de manga corta, pensó en cuánto se había fortalecido su carác­ter desde que tenía dieciséis años. A aquella edad, creyendo que su pelo era el causante de que James le prestara excesiva atención, fue un sábado a la pelu­quería y se lo cortó al dos. Alice se quedó conmo­cionada al verla, pero James se limitó a sonreír y si­guió dándole la lata. Ahora lo llevaba largo para resarcirse de la tímida adolescente que fue. Pero es­taba dispuesta a llevarlo suelto para satisfacer a Edward.
Este estaba en la habitación principal de la parte antigua de la casa, hablando aún por teléfono. Su fuerte rostro se distendió en una sonrisa de bienve­nida al verla. Pasó un brazo por su cintura, conclu­yó su llamada y salió con ella a una preciosa terraza exterior rodeada de flores. Un empleado doméstico llevó bebidas y una gran variedad de aperitivos típi­cos del país en platos pequeños.
Edward fue explicando a Bella qué era cada cosa que probaba.
Fue una comida fantástica. Incluso Edward parecía sorprendido por el número de platos que aparecie­ron.
—¿Sueles comer así cada noche? —preguntó Bella.
—No, a menos que sea una ocasión especial —Edward rió—. Esta fiesta solo puede ser en honor de mi invitada. Como Sonngul está tan lejos, no es habitual que reciba aquí a mis invitados, pero ofrecer la máxima hospitalidad es una cuestión de orgullo para nosotros los turcos.
Después de comer, Bella empezó a sentirse culpa­ble por haber dejado pasar todas aquellas horas sin presionar a Edward para que se pusiera a investigar lo antes posible. Cuanto antes obtuviera las pruebas necesarias para demostrar la culpabilidad de James, antes podría informar ella a Alice de las desastrosas pérdidas económicas que estaban a punto de lle­var a la ruina a la agencia de viajes.
—Tal vez podríamos echar un vistazo ahora a los extractos bancarios de Swan Travel —sugirió, incómoda.
Edward sonrió.
—No necesito tu ayuda para eso, güzelim.
—¿Pero no es ese el motivo por el que me has traído aquí? —preguntó Bella, sorprendida—. ¿Para ayudar?
—Eso era una excusa —admitió Edward—. Ya se están haciendo discretas averiguaciones a través de la oficina principal de ese banco turco en Londres. Tengo bastante influencia y en su momento obtendré la in­formación oficial que he solicitado.
Aquella explicación desconcertó a Bella, pues en ningún momento se le había ocurrido pensar que Edward la hubiera invitado a ir allí por otro motivo.
—¿No me necesitas en absoluto?
—¿Cómo puedes preguntarme eso después de ha­ber satisfecho todas mis necesidades esta tarde? —la mirada de desvergonzada intimidad que le dirigió Edward hizo que Bella se ruborizara—. Pero como ya te he dicho, tampoco quería que te inmiscuyeras en mi investigación.
—Sabes ocultar muy bien tus verdaderos motivos —dijo ella, tensa.
—Nuestra situación ha cambiado desde que nos vimos en el hotel Aegean. Entonces no confiaba en ti —le recordó Edward—. Pero aún quiero obtener las pruebas necesarias para atrapar a Gigandet. No pien­so disculparme por eso.
—A mí también me gustaría verlo entre rejas...pero eso haría mucho daño a mi familia.
—Me temo que en eso no hay margen para la ne­gociación. Pero no veo por qué iba a tener que su­frir tu familia por ello.
—Aunque no lo veas, sufrirán —murmuró Bella—.   No podrás hacer nada por evitar eso.
Edward parecía divertido.
—Claro que podré hacer algo. No permitiré que tu familia se arruine. Simplemente refinanciaré Swan Travel.
Bella se quedó asombrada ante aquella generosa oferta, y no pudo evitar preguntarse si sería el resultado directo de haber satisfecho todas las “necesidades” de Edward en la cama. Fue un pensamiento de­gradante que hizo que le resultara imposible seguir mirándolo a los ojos.
—Ni papá ni Alice podrían aceptar eso. Han per­dido dinero y tú has perdido dinero, pero Swan Travel es nuestro negocio y responsabilidad, y James era el marido de Alice.
—Yo me ocuparé de eso. No tienes por qué preo­cuparte por nada —Edward deslizó un dedo por el dor­so de la mano que Bella tenía apoyada sobre la mesa—. Confía en mí.
Aún desconcertada, Bella retiró la mano y se puso en pie.
—Si prometo no ponerme en contacto con nadie, ¿me permitirás volver al hotel?
Edward se puso en pie al instante.
—¿Pero por qué ibas a querer irte?
—Porque siento que lo que ha pasado hoy entre nosotros... y esta horrible situación con James se es­tán mezclando demasiado.
Antes de que pudiera entrar en la casa, Edward se interpuso en su camino. Apoyó una mano bajo su barbilla y le hizo alzar el rostro.
—No quieres que James sea llevado a juicio –dijo en tono condenatorio, y Bella se estremeció.
—Claro que sí, pero no entiendes...
—Pues hazme entender.
Con toda la brevedad que pudo, Bella explicó a Edward cuántas adversidades había tenido que sufrir su familia en los últimos tiempos; la larga enferme­dad de Kate, que había dejado agotada a Alice, la perdida de la casa familiar a causa del acuerdo de divorcio, y la posterior depresión de Charlie Swan. La expresión de Edward se fue endureciendo se­gún escuchaba el recital de tribulaciones, todas ellas provocadas o exacerbadas por la inexcusable falta de preocupación de James Gigandet por sus hijas.
—Pero de ningún modo querrán Alice o mi pa­dre aceptar más dinero tuyo —reiteró Bella con firme­za—. ¡Y no quiero que vuelvas a hacer esa oferta solo porque me he acostado contigo! ¿No ves cómo me hace sentir eso?
—No. Lo que tú ves no es lo que yo veo. Eres mi mujer y cuidaré de ti. Eso no tiene por qué avergonzarte y, ¿qué clase de hombre sería si no te apoyara en esta crisis? Buscaré un modo de que puedan acep­tar mi ayuda económica. Si quieres, puedes conside­rarlo puro egoísmo. ¿Cómo iba a quedarme de bra­zos cruzados mientras tú te preocupas por tu familia?
La sinceridad con que habló Edward conmovió a Bella.
—No vas a volver al hotel— añadió él, aún molesto  por que ella hubiera pensado en aquella posibilidad.
—Pero debería...
—Hasta cierto punto, yo también soy responsable de la facilidad con que Gigandet pudo robarnos. Bella frunció el ceño.
—¿Por qué dices eso?
—Mi último contable era un amigo de la familia. Debí hacer que se retirara mucho antes —explicó Edward con pesar—. Su salud estaba debilitada y el tra­bajo era demasiado exigente, pero no quería saber nada de dejarlo. Cuando falló el primer pago de Swan Travel debió hacerse de inmediato una investigación, pero no fue así.
—Eso fue una pena —concedió Bella mientras Edward la acompañaba al interior.
—El que pasáramos eso por alto debió hacer creer a Gigandet que podía conseguir mucho más.
Bella reprimió un bostezo culpable. Estaba tan cansada, que no sabía si estaba en un sueño. Todos los acontecimientos de las pasadas cuarenta y ocho horas empezaban a pasarle factura.
—Estás totalmente agotada —con una cariñosa sonrisa, Edward la tomó en brazos y la llevó de vuelta al dormitorio, donde la dejó sobre la cama.
Cuando sonó el teléfono interno de la casa, fue a contestar. La noticia de que un policía responsable de la aplicación de la ley en las zonas rurales del país había ido hasta Sonngul para solicitar una reunión con Edward centró rápidamente la atención de este.
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Mmm... veo que Edward ha tomado la desición!
se que el anterior capitulo deja las uñas masticadas, por eso traté de apurarme con esto, así que espero que lo disfruten y sean buenitas si? dejenme comentarios!
los amo!
los veo en el proximo capítulo
P/D: esto se va a poner peor

jueves, 28 de julio de 2011

Luz de Luna - Los Caffrey

Hola gente mosha!
No, hoy no tengo capítulo. En cuanto a eso, estoy demasiado atrasada ya que no llevo nada adelantado pero la idea ya está, solo hace falta sentarme tranquila y escribir. El problema está en que casi nunca puedo encontrar tranquilidad....
Creo que a Luz de Luna le quedan poco mas de cinco capítulos, tal vez siete. Tengo la lista y de que se va a tratar cada uno, pero no quiero prometer nada aún.
Hoy quiero presentarle a los hermanos Caffrey para que de una vez por todas los conozcan. De hecho, voy a ponerlos también en el capítulo correspondiente para que nuevos lectores estén al tanto.
Estoy trabajando con el photoshop para hacer un montaje con ambos. Por ahora solo les dejo la foto de los actores.

MATTHEW (Matthew Bomer)

CHRISTOPHER (Chace Crawford)
Les advierto que Chris ha sufrido mucho a causa de su familia, y ha dejado de lado todo con tal de proteger a su hermano pese a que es el menor. La secuela de Luz de Luna que se va a llamar Equinoccio, tiene mucho que ver con los hermanos Caffrey, de hecho la idea surgió a partir de ellos. Cuando llegue el momento se enterarás de su oscuro pasado. No se preocupen, que quizás sea en los cinco primeros capítulos.

martes, 26 de julio de 2011

♥ MADMP - Capítulo 4 ♥


Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer. La historia es de Lynne Graham. Yo solo me dedico a adaptarla a nuestra tan amada saga.
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Capítulo 4
El fuego nunca murió

Cuando el helicóptero aterrizó, Bella ignoró la mano que le tendió Edward para ayudarla a bajar. Tampoco se fiaba lo suficiente de sí misma en aquellos momentos como para mirarlo. Después de las revelaciones que le había hecho, se sentía aún más conmocionada que al principio.
-¿Dónde estamos? -preguntó mientras por su cabeza pasaban otra docena de pensamientos a la vez. Que, sin ninguna justificación, Edward había de­cidido que era una cazafortunas.
Que, también sin motivo, habrá estado dispuesto a creer que ella, y probablemente toda su familia, había conspirado con James para estafarlo.
Que la había llevado deli­beradamente al lugar en el que supuestamente se habían construido los chalets para enfrentarla con las fechorías de James.
Que no había creído una sola palabra de lo que le había dicho...
Por tanto, no necesitaba preguntar nada para sa­ber que Edward Cullen no sentía la más mínima compasión por ella, ni por su hermana y sus hijos, ni por su padre.
-En Sonngul, mi casa de campo -replicó Edward- No se a ti, pero a mí me vendría bien una bebida.
Un ligero temblor recorrió el cuerpo de Bella. Le aterrorizaba romper a llorar. Sabía que aquella ha­bría sido la reacción lógica después de la impresión que se había llevado, pero no quería hacerlo delante de él. Edward parecía haberse convertido en su enemi­go, y en un enemigo implacable. Estaba dispuesto a poner a la policía tras James, y aunque a ella le ha­bría encantado ver a este entre rejas, le estremecía la perspectiva de lo que aquello pudiera significar para Alice y sus hijas.
Su familia vivía en un pueblo muy pequeño y la gente nunca era amable con los fraudes y las quiebras. Aunque Alice estuviera divorciada de James, Swan Travel seguía siendo el negocio de su padre, y aquello sería lo que la gente recordaría durante más tiempo. Tras haber sido engañada por su mari­do y haber perdido la casa familiar en el acuerdo de divorcio, Alice no solo iba a tener que enfrentarse al escándalo y la vergüenza del proceso contra James, sino que también iba a perder el único medio de sustento que tenía para su familia. Aquello tam­bién rompería el corazón de su padre, pues el único orgullo que le quedaba era su buen nombre.
-Debo llamar a Alice -dijo mientras avanzaba junto a Edward por un sendero bordeado de exuberan­te follaje-. Tiene que enterarse de lo sucedido con los chalets.
-No estoy de acuerdo en que informes a tu her­mana en este momento. De hecho, no quiero que te pongas en contacto con nadie en Forks.
Anonadada, Bella miró a Edward y vio su expresión retadora.
-Puede que tu hermana se haya divorciado de Gigandet -continuó él-, pero dudo que podamos fiarnos de que vaya a guardarse las malas noticias para sí. Lo más probable es que le exija una explicación, y no quiero que James se entere de que ha sido des­cubierto antes de que todo lo sucedido quede aclarado.
-¡Puede que lo que tú quieras no sea lo que yo considere más adecuado para mi familia!
-Si quieres que facilite las cosas a tu familia en estas circunstancias, harás lo que te he pedido. Si eliges ponerte en mi contra, recuerda que te lo he advertido.
-Me estás amenazando -murmuró Bella, que em­pezaba a sentirse enferma.
-No te estoy amenazando -replico Edward con fir­meza-. Solo te estoy exponiendo los hechos. En es­tos momentos, no tengo motivos para fiarme de tu hermana ni de tu padre, pero estoy dispuesto a no emitir ningún juicio precipitado. Sin embargo, si al­guno de vosotros le cuenta algo a James, voluntaria o accidentalmente, puede que este desaparezca, y en ese caso tendría motivos para preguntarme si él ha sido el único ladrón de tu familia.
-Muchas gracias por tu confianza -Bella se rubo­rizó mientras asimilaba las reveladoras palabras de Edward.
-Te conviene saber qué terreno pisas.
Bella ya lo sabía. Se encontraba bajo la bota de Edward y corría peligro de ser aplastada. Por supuesto que entendía el mensaje que estaba recibiendo. O dejaba en la ignorancia a su hermana o Edward sospe­charía que Alice o su padre habían tenido algo que ver con James.
-¿Soy tu rehén? -preguntó.
Edward le dedicó una mirada tan erótica como una caricia.- ¿Te gustaría serlo? -preguntó con voz ronca. Bella se sintió desconcertada y atrapada por aque­llos fascinantes ojos, y una pequeña llama de con­ciencia prendió en la parte baja de su vientre; sucedió tan rápidamente, que se quedó sin aliento. Apartó de inmediato la mirada de él y la centró en la extraordinaria casa que apareció en aquellos momentos ante su vista. Parecía una casa de cuento, rodeada de ve­nerables robles, y se limitó a mirarla, asombrada. Con un tejado en forma de cúpula y una primera planta sobresaliente, tenía todo el aspecto de una construcción medieval y parecía totalmente hecha de madera.
-Sonngul -dijo Edward con evidente orgullo,-. Es una yali, que significa casa de verano en turco. Hace dos años que hice que la restauraran para dar una sorpresa a mi bisabuela.
Una casa de verano del tamaño de una mansión. Bella respiró profundamente.
-Por supuesto, también hice construir una larga extensión en la parte trasera -continuó Edward-. En la casa original, se cocinaba y se lavaba en el patio. Tampoco había dormitorios. La familia dormía en el mismo sitio en el que vivía durante el día.
La puerta en forma de arco estaba abierta de par en par. Era una casa espaciosa y aireada, con altas ventanas con contraventanas y techos altos. Al en­trar, Edward se quitó los zapatos y Bella lo imitó. En la primera planta había una gran habitación con varias puertas y Edward le dijo que aquello se llamaba la ba­soda. Cada rincón de la habitación era una zona di­ferenciada. Edward se acercó a una de ellas y abrió un armario bar. A un lado había dos cómodos y elegan­tes sofás en ángulo desde los que se divisaba un tranquilo río tras el cual había un denso bosque. Bella se quitó el jersey y se sentó en uno de los sofás, más relajada gracias a la belleza y el silencio reinantes.
Sin preguntar nada, Edward le alcanzó una copa de coñac. Ella tomó un sorbo e hizo una mueca, pues nunca le había gustado el sabor a alcohol, pero en aquella ocasión, le sirvió para aliviar la tensión que le tenía atenazado todo el cuerpo.
Edward dejó su copa en la mesa sin probarla.
-Ayer te juzgué mal -murmuró-. También fui muy grosero. Eso no es habitual en mí, pero estaba muy enfadado y quería hacerte daño.
Sorprendida por su franqueza, Bella asintió rígi­damente y agachó la cabeza, pues las lágrimas vol­vieron a amenazar con derramarse. Finalmente, em­pezaba a tener una visión fugaz del hombre del que en otra época se enamoró tan perdidamente. Un hombre increíblemente orgulloso y testarudo, pero capaz de reconocer un error cuando lo cometía, por mucho que le costara a su ego. También era un hombre apasionado y muy masculino que podía ser arrogante y dominante, pero que también había sido capaz de hacer que su corazón se derritiera con una de sus carismáticas sonrisas. Afortunadamente, pen­só Bella mientras seguía luchando contra las lágri­mas, Edward no le había sonreído ni una vez desde su llegada a Turquía.
-¿Y por qué querías hacerme daño? -preguntó, porque no se le ocurría ningún motivo para ello. Fue él quien la dejó, y ella pasó mucho tiempo des­pués respondiendo al teléfono con la esperanza de que fuera él quien la llamaba. ¿Pero no estaba olvi­dando sus actuales sospechas sobre ella, o al menos sobre la posible implicación de su familia con las fechorías de James? Apartó aquel desagradable pensamiento de su mente, pues era consciente de que no tenía control ni influencia alguna sobre lo que iba a suceder.
Edward rió con aspereza.
-¿Cómo puedes preguntarme eso?
Bella lo miró y reconoció la tensión que había en el fuerte rostro que en otra época rondó de forma incesante sus sueños.
-Sin duda debes sentir el deseo que despiertas en mí -continuó Edward con énfasis-. Ni lo he busca­do, ni esperaba su regreso, pero el deseo que siento por ti sigue dentro de mí, como aquel verano.
A través de la ventana abierta, Bella podía escu­char el rumor del agua deslizándose sobre las rocas. En el silencio que siguió, aquel sonido pareció invadir sus oídos mientras trataba de asimilar lo que Edward acababa de admitir. ¿Estaba diciendo que que­ría volver a estar con ella? ¿Por qué si no iba a ha­ber admitido que aún la deseaba? Volvió lentamente el rostro hacia él y sus miradas se encontraron.
-¿Siempre tratas de conseguir lo que crees que no puedes tener? -susurró.
-Evet... sí -admitió Edward en turco, con un fatalista encogimiento de hombros, como si aquella fuera la norma inevitable para él.
-Así que, si digo que no, me desearás aún más... No deberías haberme dicho eso -Bella trató de bro­mear, deseando reír y llorar al mismo tiempo, y en­tonces las lágrimas empezaron a deslizarse de modo incontenible por sus mejillas.
-Bella... no... -tras un instante de duda, Edward se sentó a su lado y la tomó entre sus brazos, pero se detuvo cuando la tenía a escasos centímetros.
-Lo... siento... -dijo Bella, pero la confesión de Edward había liberado sus lágrimas como nada más podría haberlo hecho.
-He sido duro contigo -concedió Edward, y ense­guida se preguntó por qué había dicho aquello, aun­que no se cuestionó por qué la estaba abrazando.
-No es culpa tuya que James haya resultado ser un canalla -Bella cedió a sus instintos y apoyó la ca­beza contra el fuerte pecho de Edward-. Pero ahora mismo no quiero pensar en él.
-Supongo que no -Edward la apartó un poco y uti­lizó una mano para hacerle alzar el rostro.
Era el momento ideal para exigir respuestas. Su otra mano se cerró en tomo al pasador que mantenía sujeta su larga melena. Sus ojos verdes se fundie­ron con los marrones de Bella durante un largo momento mientras se recordaba que ella se había acostado con el marido de su hermana, que era una mentirosa ex­perta. Pero siguió mirando sus maravillosos ojos chocolate y se dejó llevar por un sentimiento de «qué más da» totalmente atípico en él.
-¿Por qué me estás mirando así? -preguntó Bella, sin aliento.
-Te estoy apreciando -Edward la inclinó sobre uno de sus brazos a la vez que soltaba el cierre que confinaba su pelo. Hizo cada movimiento con exagera­da lentitud, esperando instintivamente sus protestas, su retirada, como había sucedido unos años atrás. Aún estaba sorprendido por cómo había reaccionado el día anterior entre sus brazos, pues no era así como la recordaba.
Bella apenas podía esperar a sentir de nuevo sus labios en los de ella.
-¿En serio?
-Mucho... -dijo Edward con voz ronca, sintiendo una especie de amarga diversión al reconocer sin ninguna duda que el rechazo con el que se topó aquel verano solo pudo ser un plan deliberado para despertar su interés-. Sobre todo porque no pareces tan nerviosa como solías.
Avergonzada, Bella bajó la mirada ante el inespe­rado recuerdo.
-Eso ya lo superé.
¿Pero cuándo lo había superado?, se preguntó Edward. ¿El día anterior, tal vez, cuando se había dado cuenta de que él tenía el futuro de Swan Travel en sus manos? Apartó aquellos oscuros y peligrosos pensamientos de su mente de inmediato y deslizó los dedos por los castaños cabellos de Bella.
-Siempre quise verlo suelto de este modo.
-Es demasiado largo... se interpone en el camino -el hipnótico brillo de los ojos de Edward tenía paralizada a Bella. Apenas podía respirar, y el corazón le latía como si acabara de correr la maratón. Notaba los pechos tensos y una líquida sensación de calor se había apoderado de sus partes más íntimas. Un repentino sentimiento de culpabilidad le hizo pre­sionar los muslos.
-Me encanta... -Edward deslizó las manos hasta sus caderas y la alzó hacia sí-. Te prometo que no se interpondrá en mi camino.
A continuación capturó los labios de Bella con una firme lentitud que hizo que todos los sentidos de esta enloquecieran. Todo pensamiento racional la abandonó al instante, dominado por el placer que le producía lo que le estaba haciendo Edward. Este ex­ploró el interior de su boca con seductora experien­cia y ella clavó los dedos en sus hombros mientras pequeños estremecimientos de placer recorrían su cuerpo.
Edward alzó su oscura cabeza.
-Es hora de moverse... -murmuró a la vez que se ponía en pie.
Antes de que Bella tuviera tiempo de reaccionar, la tomó en brazos. Ella lo miró, confundida.
-Puedo caminar...
-Me gusta llevarte en brazos -contestó Edward, y sonrió.
El corazón de Bella latió más deprisa ante el atractivo de aquella sonrisa.
-Voy a llevarte a mi cama, güzelim. Si no te gus­ta la idea, dilo ahora...
Algo parecido al pánico se apoderó inicialmente de Bella en respuesta a aquella invitación. ¿No era demasiado pronto para aquello? ¿Pero estaba dis­puesta a rechazar al único hombre que había desea­do en su vida? En aquella ocasión, Edward debía espe­rar una relación adulta con ella, y él no debía ver ningún motivo por el que no pudieran irse ya a la cama. Aferrarse a sus principios morales sería un triste consuelo si volvía a perder a Edward por ello. Y, aparte de los nervios y la timidez, si era sincera consigo misma, la mera idea de descubrir la pasión entre sus brazos la hacía sentirse débil de deseo.
-¿Bella...? -dijo Edward con gesto interrogante, te­miendo acabar de nuevo bajo una ducha de agua helada.
Ella lo miró a los ojos y sintió que un montón de mariposas se ponían a revolotear en su estómago. A modo de respuesta, se irguió y lo besó en los labios. El sucumbió con un ronco gemido de aprecio. Pasó al menos un minuto antes de que el cerebro de Bella comenzara a funcionar de nuevo, y para entonces Edward la estaba dejando sobre una enorme cama. La instantánea tensión que sintió la dejó petrificada en el sitio.
Edward se apartó para disfrutar de la magnífica vi­sión que tenía ante sí, del pelo de Bella extendido so­bre la colcha como el de una princesa de cuento. Mientras se quitaba la chaqueta sin apartar la mira­da de ella tomó una repentina decisión.
No estaba dispuesto a dejar que se marchara de nuevo. ¿Por qué iba a sentenciarlo su código moral a negarse aquello en su vida privada? La llevaría de vuelta a Estambul y la instalaría en un apartamento. Que sus parientes femeninas pensaran lo que qui­sieran. A los treinta años, tenía el derecho indiscuti­ble a vivir como le diera la gana.
-No puedo apartar los ojos de ti... -confesó.
Bella miró cómo se quitaba la corbata y su ten­sión aumentó. Ella tampoco podía apartar los ojos de él, y apenas podía creer que estuviera en su cama solo dos días después de su llegada a Turquía. Se sentía terriblemente tímida, pero le parecía total­mente natural estar con Edward. A fin de cuentas, ha­bía permanecido en su corazón todo aquel tiempo. Sorprendida por la verdad que se había negado a sí misma durante tanto tiempo, miró a Edward y com­prendió por qué no podía resistirse a él. Nunca ha­bía dejado de amarlo.
-¿Haces esto todo el tiempo? -se oyó preguntar, sin ni siquiera haber sido consciente de que iba a hacerlo.
Sorprendido, Edward dejó de desabrocharse los botones de la camisa.
-Quiero decir... -continuó Bella, que sentía que su lengua estaba reaccionando ante sus ansiosos pensamientos con más velocidad de la que habría recomendado la prudencia-. ¿Solo un beso y luego directamente a... la cama?
-No desde que era un adolescente.
Bella se ruborizó.
-Solo me lo preguntaba.
Sin vacilación alguna, Edward la tomó entre sus brazos y la besó con apasionada intensidad.
-Pero ahora somos nosotros... y eso es diferente -aclaró, y enseguida se apartó para quitarse la camisa. Bella notó cómo se le secaba la boca mientras contemplaba sus poderosos músculos y su nívea piel. Era un hombre magnífico. Cuando empezó a quitarse los pantalones, Bella temió sufrir un ataque al corazón.
Solo a base de fuerza de voluntad logró perma­necer en la cama cuando vio que sus calzoncillos caían al suelo. ¿Acaso no había superado la fase del beso con sobresaliente? ¿Por qué si no habían al­canzado la de la cama con tanta rapidez?
Un instante después, sintió que el colchón se hundía a su lado y que Edward la rodeaba con un bra­zo.
-Eres tan sexy... -murmuró él con voz ronca mientras empezaba a bajarle la cremallera del vesti­do.
-¿De verdad? -susurró ella a la vez que sentía que el fresco aire de la habitación acariciaba su es­palda.
-Por supuesto. Y tienes una piel increíblemente suave -Edward la besó en un hombro a la vez que deslizaba los dedos por su espalda.
Mientras ella temblaba de excitación, él tomó su sensual boca con hambrienta urgencia y, una vez más, todo pensamiento abandonó la mente de Bella. Su vestido y su sujetador cayeron al suelo sin que ni siquiera se diera cuenta de que se los había quita­do.
Cuando Edward le hizo entreabrir los labios e inva­dió la boca con su lengua, sintió que cada centímetro de su piel palpitaba de anticipación. Nada más exis­tía para ella en aquellos momentos, nada más importaba, y sumergió los dedos en los dorados cabellos de Edward para retenerlo contra sí.
Pero cuando él se apartó y la alzó para retirar la colcha y dejarla sobre la sábana, el mundo real reclamó a Bella de nuevo. De pronto, la visión de sus propios pechos desnudos y la conciencia de estar vestida exclusivamente con las braguitas le produ­jeron una intensa vergüenza.
Pero Edward apenas tardó un instante en volver a estar junto a ella.
-Eres preciosa -dijo con evidente convicción mientras contemplaba sus ojos chocolate, sus labios enrojecidos por los besos, su magnífica melena, que cubría a medias uno de sus pechos.
Bella sintió que el corazón iba a estallarle en el pecho cuando percibió el evidente deseo que brilla­ba en los ojos de Edward.
-Debo advertirte que... aún no he... hecho esto antes.
Sorprendido por aquella inesperada salida, Edward trató de no mostrar su desagrado. ¿Acaso seguía esperando Bella que creyera que era pura como la nie­ve? Tal vez, como no le había hecho ver que estaba al tanto de su «relación» con Gigandet, sentía que de­bía seguir simulando. Pero resultaba extraño que si­guiera insistiendo en ello después de aquellos años.
-¿Eso te quita las ganas? -preguntó Bella, preo­cupada al ver que Edward no decía nada.
-Nada podría conseguir eso -aliviado por el he­cho de que Bella hubiera dicho algo a lo que podía contestar, Edward tomó el camino más fácil. La estre­chó de nuevo entre sus brazos y la besó hasta dejar­la sin aliento.
Una sensación dulce como la miel recorrió las venas de Bella cuando él le acarició los pechos, y apenas pudo contener un gemido cuando tomó entre los labios uno de sus excitados pezones. Había em­pezado a sentir una insistente palpitación entre las piernas y, de pronto, notó que su cuerpo la controla­ba, desesperado y hambriento por seguir experi­mentando aquel torturante placer.
-Nunca he deseado a una mujer como te deseo a ti ahora -admitió Edward, con la respiración agitada. Había dicho la verdad, aunque era una verdad amar­ga para él.
Pero aquella confesión emocionó a Bella, que, a Partir de aquel momento, no tuvo más dudas sobre lo que estaba haciendo: dando donde en otra época tuvo miedo de hacerlo y compartiendo del mismo modo.
-Yo siento lo mismo -susurró a la vez que mira­ba a Edward con completa confianza.
Pero no siempre habían sido así las cosas, y Edward era muy consciente de ello. Una peligrosa sonrisa curvó su expresiva boca.
-¿Ahora que James se ha ido?
Bella parpadeó, desconcertada, y de pronto se preguntó, consternada, si Edward habría sospechado siempre que había algo extraño en su relación con el ex marido de Alice. Pero no le atraía la idea de hablarle sobre el despreciable comportamiento que había tenido James con ella cuando era una adolescente. Era posible que este nunca la hubiera tocado, pero le había hecho mucho daño, y estaba conven­cida de que Edward se sentiría asqueado si se enterara de lo sucedido... o, peor aún, tal vez se preguntaría si ella habría alentado de algún modo las atenciones de James.
-Lo siento... no te sigo -murmuró, incómoda. Estaba pálida y Edward interpretó la tensión de su mirada como un claro indicio de culpabilidad. Una culpabilidad que no le produjo ninguna satisfac­ción, sino una intensa rabia. Si alguna vez lograba ponerle las manos encima a Gigandet, lo destrozaría.
Reprimiendo su enfado, se irguió en la cama y alargó las manos hacia Bella para volver a tomada entre sus brazos.
-Puede que sea una cama grande -dijo-, pero eso no significa que tengas derecho a perderte en ella.
Bella se dejó envolver en su cálido abrazo. A la vez que sentía un intenso alivio por el hecho de que Edward no hubiera dicho nada más al respecto, cada célula de su cuerpo se puso en alerta roja ante la renovada fuerza del deseo que la poseyó.
Sintió que se perdía en una impotente mezcla de nervios y anticipación al notar la palpable, dura y ardiente evidencia de la excitación de Edward contra su vientre. Entonces, él empezó a acariciar con su lengua y a mordisquear sus pezones hasta que la hizo retorcerse y perderse en un mundo de maravillosas sensaciones antes de que él buscara con la mano la deslizante humedad que rezumaba entre sus muslos. Cuando sintió cómo acariciaba con un dedo la parte más sensible de su cuerpo, un prolon­gado gemido escapó de su garganta. La intensidad del placer fue creciendo hasta dejarla sin aliento.
-Edward... -jadeó, y ni siquiera sabía lo que quería decir, solo que su deseo era casi insoportable, y que el exquisito dolor que la consumía se estaba convir­tiendo en una tortura.
Los ojos de Edward parecían un incendio cuando se apartó un momento para ponerse protección. Luego hundió las manos bajo las caderas de Bella y la penetró de un suave y experto empujón. Unos pe­queños temblores de placer asaltaron a Bella ante la sensación inicial de su miembro ensanchándola.
Entonces, él dijo algo en su propia lengua y vol­vió a alzar sus caderas para penetrarla más profun­damente. Una aguda punzada de dolor sacudió a Bella y, por un instante, se puso rígida y fue incapaz de contener un sorprendido gritito de queja.
Edward sintió la resistencia demasiado tarde. Se quedó paralizado, como si de pronto hubiera empe­zado a sonar una alarma, pero el impulso de su mo­vimiento ya le había hecho penetrar la delicada ba­rrera.
-¿Bella...? -empezó, y la voz le falló por primera vez en su vida.        .
-No pasa nada -murmuró ella, aturdida, adap­tándose con admirable rapidez a una categoría de sensaciones que ni siquiera había soñado que exis­tieran-. Me estoy acostumbrando... oh... oh, sí...
Con los ojos firmemente cerrados, rodeó a Edward con los brazos, movió cuidadosamente las caderas y fue recompensada con una oleada de placer tan de­licioso que se quedó sin aliento, anhelando más.
A pesar de su deseo, Edward hizo amago de retirarse, pero ella se arqueó hacia él para que no la deja­ra, y Edward sucumbió hundiéndose de nuevo en ella con un ronco gemido. La excitación de Bella y fue creciendo en intensidad con cada fluida penetración del cuerpo de Edward en el suyo, hasta que alcanzó su gloriosa cima y pareció estallar en un millón de di­minutos fragmentos de éxtasis.
La tensión no permitió a Edward alcanzar la misma recompensa. Se retiró y miró el feliz e inocente ros­tro de Bella y fue como si le clavaran un cuchillo hasta la empuñadura. La liberó de su peso y se tum­bó a su lado. Bella se acurrucó contra él, lo besó en un hombro Y suspiró con la satisfacción de saber que por fin era una mujer de verdad. Él pasó un brazo por sus hombros Y la atrajo hacia sí.
-Me siento tan... feliz -admitió finalmente ella.
En aquellos momentos, su mundo se limitaba a Edward. Estaba entre sus brazos. Lo amaba. Finalmen­te se había acostado con él y había sido recompen­sada mucho más allá de sus más locas esperanzas.
-Necesito una ducha -murmuró Edward.
Cuando Bella abrió los ojos para mirar cómo se alejaba hacia el baño, no pudo evitar fijarse en que aún seguía... insatisfecho. Su gloriosa sensación de logro se apagó al instante. Era obvio que Edward no había disfrutado demasiado con ella en la cama por­ que, a pesar de que aún estaba excitado, no había querido continuar. Al parecer, la ducha resultaba más atractiva que ella. ¿Pero por qué? ¿Qué había hecho mal?.
- - -OoO - - - oOo - - - OoO - - - OoO - - - OoO - - -
oH OH! aquí empieza la reconciliación pero también los problemas!
creen que Edward está dispuesto a reconquistarla? 
creen que después de esto, Bella se lo permita facilmente? 
creen que James volverá?
creo que ya he dicho mucho, lamento la demora, pero aquí está mejor tarde que nunca.
Besitos!
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